COLABORACIÓN
Víctor J. Rodríguez Calderón
Los propósitos del General.
San Martín decide encerrarse en la ciudad de Mendoza, provincia de Cuyo, donde ordena construir un extraño fuerte que llamó «la Ciudadela», allí concentra todas sus tropas y con toda tranquilidad las somete a un severo entrenamiento. Buscó afanosamente soluciones para los problemas básicos que se interponían ante su empresa. Su propósito tuvo como consecuencia el grandioso plan político-militar que constituiría la gran hazaña de su vida y cuya etapa en carta intima a un amigo expone el 22 de abril de 1814: «No se felicite con anticipación de lo que yo pueda hacer en ésta (Mendoza); no haré nada y nada me gusta aquí. La patria no hará camino por este lado del Norte que no sea una guerra defensiva y nada más; para esto bastan los valientes gauchos de Salta, con dos escuadrones de buenos veteranos. Pensar en otra cosa es empeñarse en echar al pozo de Ayron hombres y dinero. Ya le he dicho a usted mi secreto. Un ejército pequeño bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para concluir también con la anarquía que reina. Aliando las fuerzas, pasaremos por mar para tomar a Lima; ése es el camino y no éste. Convénzase, hasta que no estemos en Lima, la guerra no acabará».
Para esta campaña, San Martín contó con una importante base numérica de emigrados chilenos, éxodo que cruzó la cordillera de los andes huyendo de la represión española y por suerte refugiándose en Mendoza. Dentro de éste grupo figuraban hombres como Bernardo O’ Higgins y los hermanaos Carrera, destinados a tener excelentes actuaciones en las próximas acciones. Frente a estos exilados, deseosos también de cooperar a la libertad de su patria, San Martín prefirió abiertamente a quienes demostraban mayor sentimiento por su plan, de incorporar a Chile al gran estado monárquico que tenia en mente.
Pero, muchos chilenos al conocer los planes del General, se convirtieron en feroces opositores los cuales no solamente presentaron un aspecto «nacionalista» en cuanto al rechazo de la absorción de Chile por la nación Argentina, sino preferentemente por una causa popular. Para esta tarea surgen los hermanos Carrera, cuya resistencia obligó a San Martín a buscar el apoyo de Bernardo O’Higgins, representante en ese momento, por sus ideas y su carácter, de la naciente clase conservadora de la gran nación chilena.
A partir de ese momento, se inicia una guerra implacable entre San Martín, decidido a toda costa a «apoyar en Chile un gobierno de amigos sólidos para acabar con la anarquía» y los Carrera, quienes faltos de fuerzas militares para respaldar su causa, optan por la difícil empresa de estimular la revolución popular, la cual también comenzaba a despertarse en las provincias del plata contra el gobierno de Buenos Aires, para atacar en su propio corazón la obra imperialista del patriarcado porteño, de la cual San Martín era genial ejecutor.
En el desarrollo de estas acciones, los Carrera obtienen un respaldo sin precedentes, algo inesperado, aunque sin consecuencias inmediatas para los planes cuyos desarrollos se proponían obstaculizar. El informe de descontento popular de las provincias del Plata halló en ellos a los conductores apropiados y gracias a su prodigiosa actividad revolucionaria y al ejemplo heroico de sus vidas, lograron provocar un alzamiento general contra la política de Buenos Aires y darle a la bandera de la Federación un contenido popular que la haría invencible. Su asesinato, del cual se llegó, injustamente, a acusar al propio San Martín, fue la única solución que encontró el partido monarquista para detener el torrente revolucionario que amenazaba provocar la disolución del país e impedir las empresas continentales de San Martín.
Esta política revolucionaria de los hermanos Carrera no pudo, sin embargo, impedir que la empresa libertadora de Chile se organizara con la fuerza del espíritu monarquista. Como el poder de los caudillos argentinos era todavía débil, San Martín y O’Higgins estrechan sus ideales y entonces el general ordenó marchar desde Mendoza hacia los Andes, marcha que las distintas divisiones efectuaron entre el 18 y 19 de enero de 1817 en busca del paso llamado de los Patos, para caer, según las órdenes del general en jefe, sobre territorio Chileno entre el 6 y 8 de Febrero. Esta hazaña se hizo en una operación perfecta que sorteó admirablemente los terribles obstáculos de la naturaleza, los ejércitos argentinos cruzaron el macizo andino, el 5 de Febrero vencieron a las sorprendidas guarniciones realistas de la vertiente opuesta, y el 9 se acercaron a la planicie de Chacabuco, donde San Martín, el 12, derrotó completamente a los realistas. El 13, mientras los restos de los ejércitos enemigos huían desordenadamente hacia Valparaíso, San Martín, evadiendo los honores del triunfo entra en la ciudad de Santiago y con la decisiva colaboración de O’Higgins se prepara a las fases subsiguientes de la campaña. «Después de Chacabuco-escribe Mitre- San Martín cometió tres errores: dos de detalle y uno trascendental que tuvo influencia funesta para sus operaciones ulteriores. La campaña que debió de haber finalizado inmediatamente, se prolongó por estos motivos, y San Martín se vio obligado a librar cuatro batallas para terminar la reconquista de Chile, retardando en tres años la prosecución de su gran empresa».
Los errores que analiza Mitre están claros, se redujeron sustancialmente, a no perseguir al enemigo después de la acción de Chacabuco, como a la inexplicable despreocupación que demostró después de ocupar a Santiago, ante la rápida reorganización de los realistas en la provincia de Concepción, en el Sur. Esta conducta sólo puede considerarse errónea si se olvida- como lo dice Mitre- que para San Martín la campaña de Chile no revestía un carácter decisivo, pues ella solo significaba una primera etapa para pasar al Perú con fuerzas capaces de obligar al virrey a negociar con él sus proyectos de monarquía. Por eso San Martín, en medio del asombro de muchos de sus oficiales, únicamente se preocupó de aumentar con soldados chilenos el llamado ejercito expedicionario de los andes, destinado a marchar sobre el Perú, y a pesar de las solicitudes insistente de O’Higgins, cuyos efectivos no alcanzaban para obtener un triunfo decisivo en la provincia de Concepción- donde el virrey del Perú había enviado por mar al general Osorio con 3.400 hombres-continuó sustrayéndole a los ejércitos de Chile los recursos que necesitaba para su gran empresa peruana.
Es así como el 28 de Enero de 1820, encontramos que San Martín escribe a O’Higgins solicitándole una ayuda de 6.000 hombres, pues su estrategia inmediata era invadir al Perú. La respuesta fue inmediata con la oferta de 4.000 hombres, con equipo completo y los servicios de la escuadra para conducirlos a las costas peruanas. Pero un contratiempo inesperado se le presenta al recibir la orden del gobierno argentino que le ordenaba regresar con la totalidad del ejército de los Andes a Buenos Aires para atacar la revolución de las «montoneras», que en esos días ya se acercaban victoriosas a la capital del Plata.
San Martín disciplinado por instinto pensó en acatar la orden y así se lo anuncia a Rondeau; pero al mismo tiempo se entera que el ejército de Buenos Aires ha sido disuelto ante el ataque general de la milicias rebeldes, esto lo hace reflexionar y reafirmarse en su génesis idealista de que sólo la «solución monárquica», pactada con los españoles en el Perú, podía reestablecer en la América Meridional una autoridad capaz de contener el torrente revolucionario, en el cual nunca creyó y cuyas acciones avanzadas se desencadenaban en el Plata. Esta base idealista lo convulsiona y lo hace tomar decisiones personales, asume la responsabilidad de la desobediencia a sus superiores y pretextando una enfermedad que le atacaba (ataque de reuma), se dirigió a Chile a los baños termales de Caquenes, después de solicitar a O’Higgins reuniera en el valle del Aconcagua todas las mulas y caballerías que pudiera disponer, para atender el transporte del ejército de los Andes.
Para su suerte, esta decisión, que muchos tomaron como traición, brutalidad, le dio la razón aparentemente, pues el 1º de Febrero de 1820 las «montoneras» derrotaron en Cepeda a los orgullosos ejércitos del patriciado bonaerense; el Congreso se disolvió y la nación se dividió en pequeños estados soberanos, de cada uno de los cuales se adueñó el caudillo afortunado que había sabido ganarse la voluntad de las «montoneras» y podía satisfacer permanentemente sus apetitos.»La posición del ejército de los Andes-escribe Mitre- y la de San Martín era doblemente anómala. El ejército, con la bandera nacional, no tenia gobierno a quien obedecer, solo dependía de un general que había desobedecido al gobierno que acababa de desaparecer. El general, se la había jugado con su licencia, ahora se atribuiría facultades supremas y podía realizar libremente sus designios, se encontraba sin patria en cuyo nombre obraría y no tendría gobierno ante quien justificarse o que diera sanción a sus actos. Para regularizar esta situación, como él la entendía, o para rehabilitarse con nuevos poderes, entregó a la deliberación de sus subordinados su autoridad militar y la prosecución de sus designios».
No fallo, tal y como lo esperaba San Martín, el consejo de oficiales, convocados por él, le confirió el grado de «generalísimo», lo cual se hizo constar en un documento muy famoso: «El Acta de Rancagua». Tomada esta decisión, que separaba al ejército de los Andes de la nación Argentina, las tropas cruzaron nuevamente los Andes y se acuartelaron en las cercanías de Valparaíso, donde los primeros días de Julio de 1820, se les reunió San Martín para dirigir su embarque en la armada chilena, comandada por el marino inglés Cochrane. El 20 de Agosto se alejaron de las costas, rumbo al Perú, la expedición trabajosamente alistada por San Martín y O’Higgins, cuyos efectivos ascendían a 4.300 hombres de infantería y 625 jinetes, fueron conducidos en 16 transportes y escoltados por ocho buques de guerra.
Están claro los propósitos de San Martín, desde el inicio de su campaña indicaba lo que buscaba, estaban dirigidos objetivamente a una política, a la cual sacrificaba voluntariamente su fundada fama de militar. Se separaba de las ordenes de Cochrane, quien era partidario de dirigir la expedición a las proximidades del Callao para atacar inmediatamente Lima, pero por su parte individualmente San Martín prefirió encaminarse al Sur del Perú, a la playa de Pisco, para comenzar allí la ejecución de sus planes, ignorados por casi todos, pues su reserva era total. Desde allí y después de las operaciones de desembarque, el 9 de Septiembre, el ya «generalísimo» argentino trabaja arduamente las gestiones diplomáticas para encontrar el camino que condujera a una primera entrevista entre comisionados del Virrey del Perú y sus representantes personales. Entrevista que logra y se efectúa en el sitio llamado Miraflores, a l1kilometros de la capital.
La pregunta histórica ¿Qué se trato en ella? ¿Cuáles fueron sus resultados positivos? pues San Martín y sus hombres mas allegados guardaron sobre estas gestiones diplomáticas un silencio muy oscuro, solo se pudo conocer posteriormente algunos detalles más tarde y eso por una carta que el Virrey Pezuela le envió a su embajador ante la corte de Brasil. «Trate de ponerme en comunicación con el general San Martín -le dice- para llegar a una transacción o a lo menos a una suspensión de hostilidades. No ha sido posible conseguirlo, no queriendo admitirse otra base que la independencia del Perú; ni mi honor ni mis facultades me autorizaban para entrar en un convenio que la supiese. El medio que los diputados de San Martín indicaron, diciendo que no sería difícil encontrar en los principios de equidad y justicia la coronación en América de un príncipe de la casa reinante en España, también me fue preciso rechazarlo por lo que a mí me toca, y reservar su examen al Gobierno Supremo».
Esta negativa del Virrey Pezuela se convirtió en una calamidad para San Martín e influyó en su conducta posterior, llevándole a una serie de movimientos desesperados. Aconsejado por Monteagudo, el más capaz de sus amigos, modificó sus planes en el sentido de no contar por más tiempo con la cooperación de las autoridades españoles y buscar en cambio, un pacto directo con la aristocracia peruana, con la mira de apoyarse en ella para realizar su sueño: LA MONARQUIA AMERICANA.
(Continuará…)