Después de la descomposición del régimen estalinista en la antigua Unión Soviética y en sus imitaciones del Este de Europa, el gobierno de Boris Yelsin entregó Rusia al imperialismo euronorteamericano.
Los monopolios multinacionales entraron a saco en las empresas, los recursos naturales y la tecnología rusa, con la colaboración cómplice e interesada del entorno corrupto del Presidente y de los nuevos oligarcas proimperialistas, que en muchos casos habían formado parte de la nomenclatura del Partido y del Estado soviéticos.
Esta política criminal, junto a las prácticas más incivilizadas del capitalismo salvaje, llevaron al pueblo ruso a la miseria, y a la economía a una profunda crisis financiera y monetaria.
Sin embargo, las fuerzas antiimperialistas de Rusia, sobretodo en el Ejército y en el Servicio de Inteligencia, supieron reaccionar a tiempo y, junto al nuevo Partido Comunista de Rusia y a las organizaciones políticas nacionalistas, lograron imponer al impresentable borrachín que los americanos habían situado en la Presidencia de la República Federal, a un por entonces desconocido antiguo miembro de los servicios secretos llamado Vladimir Putin, como primer ministro.
Los interrogantes y las especulaciones sobre el nuevo líder se despejaron rápidamente. Una ola de renacionalizaciones y desprivatizaciones recorrió el país ante el estupor de los gobiernos imperialistas. Algunos oligarcas vendidos a las multinacionales, que intentaron resistirse, con la ayuda de los servicios secretos «occidentales», a la nueva política nacionalista, dieron con sus huesos en la cárcel. Se les paró enérgicamente los pies a las «ONGs» y a sus ingerencias, y se expulsó a los evangelistas que campaban a sus anchas por todo el territorio ruso. Se inició la reorganización de la economía y la recuperación de la operatividad del ejército. Moscú buscó nuevos socios estratégicos y estableció nuevas alianzas internacionales.
Inmediatamente saltaron todas las alarmas en Washington, Londres y París, y se inició la consabida compaña mediática en torno a los «derechos humanos», la falta de «democracia» y el «autoritarismo» del gobierno ruso. Se acabaron repentinamente las alabanzas a la «incorporación de Rusia a la Comunidad Internacional» y a su «transición al capitalismo», y se iniciaron los planes para el aislamiento económico y diplomático, y el cerco militar.
La ampliación de la OTAN hacia el Este, la ocupación de Afganistán, la instalación de bases militares en Asia Central, el despliegue del sistema antimisiles norteamericano en Polonia y Chequia y, sobretodo, los intentos desesperados de los Estados Unidos y sus más fieles aliados, de socavar las relaciones comerciales de Rusia con la Unión Europea, a través de la consigna de evitar la «excesiva dependencia energética», han sido los elementos principales de la campaña de presión contra la nueva Rusia defensora consecuente de sus intereses y sus recursos.
Pero, una vez más, las contradicciones interimperialistas con la negativa de Alemania, Francia, España e Italia entre otros países europeos, a seguir ciegamente las consignas y los propósitos de Washington, han impedido hasta ahora que, por ejemplo, Ucrania y Georgia se incorporen a la OTAN.
El intento del gobierno pronorteamericano de Georgia de conquistar militarmente Abjasia y Osetia del Sur, armado y alentado por los Estados Unidos, Ucrania e Israel, desencadenó el decidido contraataque ruso contra los intentos de la OTAN de intimidarla. La reacción aplastante, demoledora y sin complejos del ejército ruso a la aventura georgiana, envió un mensaje claro al imperialismo: se acabó la Rusia debilitada y dependiente de los tiempos de Yelsin.
De manera que los imperialistas norteamericanos han fracasado en todos sus objetivos. Su aliado ha sido derrotado en el campo de batalla, han hecho aún más difícil el ingreso de Georgia en la OTAN, no han podido asegurar su añorada «ruta alternativa» para el petróleo del Cáucaso, y tampoco han conseguido el punto de apoyo que buscaban para, desde bases en una Georgia integrada en la alianza militar imperialista, lanzar un ataque contra Irán.
Pero el contraataque ruso no se limita a la esfera militar en el campo de batalla georgiano. El gobierno de Moscú y los gobiernos de Abjasia y de Osetia del Sur han firmado acuerdos de reconocimiento diplomático, de cooperación económica y de alianza y compromiso de mutua defensa en, como dicen los voceros del imperialismo que, por lo visto, se han olvidado de Kosovo, «abierto desafío a la Comunidad Internacional». Y, explotando con audacia el éxito georgiano, la aviación estratégica rusa se ha presentado en el Caribe, el flanco más expuesto y desguarnecido de las defensas norteamericanas.
Los bombarderos supersónicos Tu-160, el arma convencional más poderosa que existe, se trasladaron sin escalas desde su base en Rusia hasta Venezuela, país con quien mantiene fuertes vínculos económicos y de cooperación militar, para realizar vuelos de patrulla y vigilancia a lo largo de las costas sudamericanas. La Flota de guerra, por su parte, planea realizar maniobras conjuntas con la Armada venezolana en el ámbito del mar Caribe.
Las intenciones rusas de responder adecuadamente a las maquinaciones de la OTAN en Europa oriental y el Cáucaso, quedaron de manifiesto en la reciente visita del viceprimer ministro Igor Sechin a varios de los países integrados en el ALBA latinoamericano, para fortalecer y estrechar aún más los lazos económicos, políticos, diplomáticos y militares.
El mantenimiento y profundización de las relaciones con Venezuela y Bolivia antimperialistas, la recuperación en curso de las que mantuvieron con la Cuba socialista y el relanzamiento de la cooperación económica con Nicaragua, dan una imagen de la firmeza y la determinación del actual gobierno ruso, totalmente inesperada para las multinacionales y los gobiernos que las respaldan.
Especial importancia revisten, en este sentido, las conversaciones entre empresas y entidades públicas de Nicaragua, Venezuela, Rusia y China para la construcción de una nueva conexión interoceánica en territorio nicaraguense. La nueva obra superaría ampliamente la capacidad del actual canal panameño, incluso después de su prevista ampliación, tanto en dimensiones como en el calado de las embarcaciones que circularán por él.
El canal nicaraguense hará mucho más fácil y rentable el comercio de las naciones del Caribe y el Atlántico sudamericano con Asia y facilitará enormemente las exportaciones energéticas desde Venezuela hacia China, con lo que este país latinoamericano se librará de la «excesiva dependencia» de las exportaciones petroleras hacia los Estados Unidos.