Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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No se salvarán

In Actualidad, Economía on 25 septiembre, 2008 at 22:52

Las economías imperialistas, sacudidas por una profunda crisis general del modelo consumista especulativo, no podrán escapar a su definitiva decadencia por mucho dinero público, perteneciente a todos los ciudadanos, que los bancos centrales regalen a los especuladores.

Si sumamos a las astronómicas cantidades ya «inyectadas en el sistema financiero» en las últimas semanas por parte de la Reserva Federal norteamericana y el Banco Central Europeo, el proyecto de compra de deudas insolventes por valor de 700.000 millones de dólares anunciada por el gobierno del presidente Bush, la intervención de los gobiernos imperialistas para salvar de la ruina a sus buitres financieros, superará fácilmente la escandalosa cifra de más de un billón (un millón de millones) de dólares extraídos del bolsillo de los trabajadores de Europa y de los Estados Unidos.

Sin embargo, ninguna de estas actuaciones desesperadas dará resultado. Por el contrario, sólo servirán para aplazar temporalmente la total bancarrota del sistema bancario y monetario, al precio de profundizar más todavía la crisis definitiva del imperialismo.

El modelo está agotado. Porque el origen de la crisis no está en las hipotecas de alto riesgo (sin garantías convencionales) como pretenden hacernos creer. La crisis de las «subprimes» no es la causa, sino una de las consecuencias del hundimiento del mercado interno norteamericano.

Durante décadas la parte fundamental del PIB de los Estados Unidos ha estado constituida por el consumo. El acceso a energía, materias primas y productos agrícolas a bajo precio, permitía a los ciudadanos norteamericanos vivir muy por encima de sus posibilidades reales.

Recuérdese que el barril de petróleo rondaba los diez dólares hasta no hace muchos años, y que los precios de los minerales de hierro, cobre, plomo y otros metales estratégicos, eran fijados a la baja por los consumidores imperialistas que, al mismo tiempo, cobraban precios abusivamente altos por los productos industriales que vendían a los países dominados por medio de la imposición política y la presión militar, con las que se aseguraban un régimen de intercambio comercial injusto y desigual.

Pero esos tiempos pasaron para nunca más volver. Con el barril de petróleo oscilando entre los 100 y los 150 dólares, y la subida paralela de todas las materias primas y los alimentos, el mercado de los Estados Unidos ha pasado de ser el «gran consumidor mundial» al «gran deudor mundial» con una capacidad de compra cada vez menor.

Las consecuencias de la destrucción de la economía productiva, con el cierre masivo de fábricas y la quiebra de las industrias, y la consiguiente transformación en economía parasitaria especulativa; son el desempleo, la reducción de las prestaciones sociales y el abandono del desarrollo y el mantenimiento de las infraestructuras públicas. Por lo que los puentes se caen, la pobreza se extiende, sectores cada vez mayores de la población carecen de asistencia médica y de pensiones de jubilación, y el fracaso escolar masivo genera un déficit crónico de ingenieros, matemáticos y médicos.

Por eso en los Estados Unidos mucha gente ya no puede pagar ni las hipotecas ni los alquileres, y la economía ha entrado en la espiral diabólica de la reducción del consumo, la disminución de ventas, el descenso de la producción, el paro y la insolvencia financiera.

Y ya ni siquiera les queda el recurso, ampliamente utilizado en el pasado, de imprimir moneda para reactivar el sistema del despilfarro y el consumismo. El mercado mundial está literalmente saturado de dólares y es incapaz de absorber más. De hecho, tanto los ahorradores particulares como las reservas de divisas de los bancos centrales, no saben qué hacer para desprenderse de una divisa que ha perdido el atractivo imperial que disfrutó en el pasado, y de la que sólo puede esperarse que pierda su valor como moneda internacional de referencia y se devalúe rápidamente.

Y este proceso imparable e inevitable, por mucho dinero que se dilapide para salvar las fortunas de los millonarios en las ya famosas «inyecciones de liquidez», continúa ejerciendo su mortal influencia sobre las clases trabajadoras que seguirán sufiendo la degradación de sus condiciones de vida y de trabajo. Sólo en los ocho primeros meses del presente año se han destruido 600.000 empleos en los EEUU.

¿Y Europa? ¿Podrá el Viejo Continente escapar de la ruina financiera a que está siendo arrastrada por su padrino americano? Desde luego lo va a pasar muy mal, sobretodo aquellos Estados que, como Inglaterrra, más estrechamente han vinculado su economía a la norteamericana.

Por eso sería mejor que la Unión Europea se decidiera de una vez por todas, ya que no por dignidad al menos por conveniencia económica, a desligarse de la política internacional, totalmente irracional, de Washington, y salir de las guerras perdidas de Bush en Irak y Afganistán, arreglar sus asuntos con Rusia, olvidarse de las absurdas provocaciones contra China, Irán, Cuba o Venezuela, y cesar en su apoyo demencial al podrido y moribundo, racista y fascista régimen sionista de Israel.

Dotarse de una política internacional independiente, promover la paz y las relaciones comerciales justas y mutuamente beneficiosas entre todos los Estados. Superar sus instintos imperiales y dejar de inmiscuirse en los asuntos internos de otros países en África, Asia y América y desarrollar vínculos estables y armónicos con todos los pueblos del Mundo. Ésta es la única vía que le queda a la Unión Europea para evitar que el naufragio del Titanic americano la arrastre también hasta el fondo de la recesión económica y la depresión industrial.

¿Será capaz la Vieja Europa de adaptarse a los nuevos tiempos, o se dejará llevar por el militarismo, la confrontación comercial y el arrogante exclusivismo imperialista?

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