Pedro Brenes
Desde los tiempos de la colonización francesa y española, el imperialismo europeo exportó capitales a nuestro país vecino para explotar y saquear sus ricos recursos naturales. Algunos sectores de la economía marroquí despertaron desde hace muchos años las ambiciones de las grandes empresas europeas, particularmente la minería, la pesca y la agricultura.
Pero la tendencia creciente del imperialismo euronorteamericano hacia el control económico del continente africano ha provocado el aumento vertiginoso de las inversiones en todos los ámbitos productivos de Marruecos, incluyendo los sectores tradicionalmente dominados por el capital extranjero y a otros nuevos como la extracción de hidrocarburos, el turismo y la industria.
Las consecuencias sociales del rápido desarrollo económico (8% de aumento del P.I.B. en el último año) derivado fundamentalmente de la inversión de capitales exteriores, empiezan ya a ser consideradas como una profunda y amplia transformación de nuestros vecinos en todos los aspectos de la forma de vida, de la mentalidad y la cultura. Pues de las estructuras económicas y sociales tradicionales propias de una nación atrasada formada por una gran mayoría de campesinos de autosubsistencia y de pequeños propietarios en el comercio y la artesanía, están pasando rápidamente a la conformación de grandes masas obreras requeridas por el impetuoso desarrollo industrial y que tienden a concentrarse en los suburbios insalubres de las grandes ciudades fabriles.
Casablanca, la mayor ciudad del país, rodeada de inmensos barrios de infraviviendas, a la que se le supone, pues es prácticamente imposible en esas condiciones urbanísticas realizar censos fiables, una población de más de seis millones de habitantes, es el ejemplo más evidente del cambio radical que, en apenas una generación, se está produciendo en la realidad social, económica, cultural y política de Marruecos.
El imperialismo, que tiene por principal característica la exportación de capitales a las colonias y países dependientes provoca también aquí la aparición y el rápido desarrollo de una clase obrera asalariada que, uniéndose progresivamente al proletariado mundial, empieza a tomar conciencia y a organizarse como tal clase social y, desarrollando sus propias formas de organización primero sindicales y luego políticas, se libera lentamente del primitivismo religioso y de los prejuicios reaccionarios semifeudales, dominantes hasta ahora en las relaciones sociales y políticas de una sociedad en rápida transformación.
Frente a estos cambios profundos y trascendentales, inevitables y en expansión acelerada, el régimen monárquico-religioso corrupto, fascista y criminal, y la oligarquía de la corte que, a la sombra del trono y bajo su protección, trata de perpetuar su tradicional dominio económico y el control político del país, conscientes de su imagen de atraso y conservadurismo cada vez más fuera de lugar en esta nueva época y, sobretodo, cada vez más ajena a la visión del mundo de las nuevas generaciones que conforman mayoritariamente a la nueva sociedad que emerge con fuerza en Marruecos, intenta desesperadamente cambiar de forma, para fingir una «modernización», a veces presentada como una nueva versión de la «transición» a la española.
Pero el rey Mohamed VI y su proyecto continuista y proimperialista choca con grandes obstáculos para legitimar unas formas de gobierno sólo aparente y parcialmente democráticas, fundadas en la combinación de una supuesta autoridad moral y religiosa del monarca como «comendador de los creyentes y guardián de Jerusalén», imagen feudal y fundamentalista dirigida a las capas más atrasadas de la población, con la idea de una monarquía parlamentaria y democrática «moderna y europea» para ganarse a las élites políticas e intelectuales que exigen un sistema político capaz de permitir el desarrollo capitalista acelerado del país.
Las contradicciones que se acumulan y se agravan cada día en la sociedad marroquí son de tal envergadura que amenazan seriamente la ruptura social. Mientras el sistema represivo policial fascista, torturador y criminal se mantiene intacto para controlar el malestar de amplias capas de la población, el bajo nivel de vida, las carencias de servicios públicos, el desempleo y las bolsas de miseria, sin olvidar los problemas culturales y lingüísticos, crean un caldo de cultivo propicio para la expansión de las ideologías reaccionarias basadas en la religión, en la lengua o en la etnia.
Por otra parte la entrega total del régimen al imperialismo a través de los acuerdos de asociación con la Unión Europea, la alianza estratégica con los Estados Unidos y la consideración de socio preferente o especial en la OTAN, que le lleva a albergar en su territorio al Comando militar norteamericano para África (AFRICOM) a instalar en la nueva base aéreo-naval de Tan Tan, agrava aún más el aislamiento de Marruecos con respecto al resto de los países del continente.
Y a las antiguas disputas fronterizas con Argelia se suma hoy el problema de las reivindicaciones nacionales de la población sahariana, del futuro de los refugiados en Tinduf y de la solución definitiva, avalada por las Naciones Unidas, al problema pendiente de la autodeterminación del antiguo Sáhara Occidental Español.
La clase obrera en rápida expansión y consolidación y el conjunto de las masas trabajadoras de Marruecos se enfrentan a enormes retos organizativos y políticos. La resistencia frente a la represión policial y la persecución legal. La denuncia de los sindicatos oficiales controlados por el régimen y los reformistas. El combate ideológico contra todas las formas de sectarismo cultural y de fascismo religioso. La lucha contra los planes agresivos y militaristas del imperialismo norteamericano y europeo. Y, sobre todo, la concreción de la unidad política del pueblo marroquí para alcanzar los objetivos de una verdadera revolución democrática, antimonárquica y antiimperialista.
Sólo la ruptura con el régimen monarco-fascista y la salida del país de la órbita del imperialismo euronorteamericano, podrán facilitar la solución de los graves problemas sociales, económicos y políticos que se acumulan peligrosamente en la sociedad marroquí.
Y permitirá también que Marruecos se integre a la amplia comunidad de naciones que en nuestro continente africano, al igual que en América Latina y Asia, rechazan, cada día con más fuerza, la dominación neocolonial de un imperialismo decadente, desprestigiado y en la ruina económica y moral, que trata de salvar su agotado sistema de extracción de recursos de los países dependientes por medio de los regímenes corruptos, semifeudales y religiosos vendidos para salvar sus tronos y sus privilegios.