Obama lo tiene claro: «Lo que nos ha metido en este lío han sido los riesgos exorbitantes asumidos por los bancos en títulos dudosos con el dinero de otros».
¿Riesgos exorbitantes? ¿Títulos dudosos? ¿Con el dinero de otros? ¿Los banqueros? Esos señores tan serios, tan prudentes, con ese pinta de experiencia respetable. Con esa elegancia natural al vestir y al hablar. No, imposible.
Los bancos, ¡perdón! Las Instituciones Financieras, tan bien asesoradas por los más laureados, famosos y considerados economistas, analistas y hasta premios Nobel, ¿jugándose el dinero ajeno a la ruleta de los «títulos dudosos»? No puede ser. Increíble.
¿Y dice el presidente de los Estados Unidos, que son ellos los que, con esas prácticas mafiosas, nos han metido en este lío? ¡Y el «lío» al que refiere es nada menos que la paralización, la recesión y el próximo hundimiento de la economía de los centros imperialistas en América y Europa, que está provocando una riada imparable de quiebras y de cierres de empresas y arrojando al desempleo y la desesperación a decenas de millones de trabajadores en todo el mundo!
Y dígame una cosa señor presidente ¿cómo es posible que todos estos señores no estén ya en la cárcel, a espera de juicio por los gravísimos delitos económicos de estafa y de utilización fraudulenta de fondos ajenos que han cometido?
Esto no se entiende. Los culpables del «lío», es decir los banqueros especuladores y estafadores, no sólo andan en libertad como si fueran inocentes, sin que nadie los acuse formalmente y los detenga para ponerlos a disposición de la justicia, sino que ¡siguen en sus puestos! Dirigiendo y mangoneando la economía. Obteniendo grandes beneficios. Repartiendo dividendos. ¡Recibiendo grandes cantidades de dinero público!
Tomando decisiones en contra de los intereses del buen funcionamiento de la economía. Como la de restringir el crédito, diga lo que diga el más o menos impaciente gobierno. ¿Estamos locos, señor presidente? Y mientras, los millones de víctimas de esos sinverguenzas haciendo colas interminables en las oficinas de desempleo, angustiados por los plazos límite de cobro de las miserables prestaciones.
A éstos sí se les trata como si fueran los culpables y se les condena a purgar la pena de la miseria y, además, a abonar las costas. Abaratar el despido, recortar las ya de por sí limitadísimas prestaciones sociales. Aprobar Expedientes de Regulación de Empleo contrarios a la ley. Sobornar a los grandes sindicatos oficialistas para convertirlos en bomberos sociales.
El mundo al revés. ¿Qué es lo que está pasando Sr. Obama? Después de grandes esfuerzos ha conseguido unos 800.000 millones de dólares para un plan de inversión pública que pretende generar empleo y actividad económica, diciéndole a los 300 millones de ciudadanos de su país:
«Sólo el gobierno puede romper el círculo vicioso donde la pérdida de trabajo lleva a la gente a gastar menos, lo que lleva a más despidos».
Muy bien, señor presidente. Ése es exactamente el «lío» en que nos han metido los estafadores bancarios y ésa es, efectivamente la única solución realista que nos queda para salvar algo del ciclo económico para que no deje de circular.
Pero, entonces ¿porqué le va a entregar a los delincuentes, ¡perdón! a las «entidades financieras en dificultades», otros 1.500.000 millones de dólares, a sumar a las fabulosas cantidades ya recibidas a cargo del erario público?
Se lo explicaré. Porque usted no tiene el Poder. Aunque le llamen el hombre más poderoso del mundo, créame, eso no son más que tonterías de los periodistas. El Poder real, la capacidad de decisión en último término, siempre lo detenta una clase social. Y tanto en su propio país como en los Estados imperialistas europeos, es la oligarquía financiera, sí ellos, los delincuentes y estafadores, los que tienen firmemente sujeto, a través de mil ataduras económicas, ideológicas, políticas, jurídicas y militares, el verdadero Poder del Estado.
Ten cuidado Obama. Sólo por hablar de inversión pública ya utilizan contra tí uno de los peores insultos que se puede dedicar a un político en los democráticos Estados Unidos: ¡socialista!
Cuando tengas que hablar de nacionalizar los bancos para liberar las energías económicas que mantienen, en su ciego egoísmo, paralizadas, te aplicarán la Ley de Defensa Nacional, te acusarán de comunista peligroso, de terrorista y de inmigrante, y acabarás tus días en una tenebrosa prisión en el desierto de Nuevo Méjico. O algo peor.