La desaforada alarma creada en torno a la gripe AH1N1 tropieza cada vez más con el escepticismo ciudadano ante el hecho evidente de que se trata de una simple mutación del virus de la gripe, equivalente en gravedad a cualquier otro. Las gripes estacionales provocan la muerte de más de 250.000 personas al año, principalmente de los llamados «grupos de riesgo», esto es, personas cuyo sistema inmunológico se encuentra especialmente debilitado, bien por ya padecer otra enfermedad, bien por una alimentación escasa y de baja calidad, bien por la edad.
Otras enfermedades se extienden por amplias zonas del planeta causando una mortandad miles de veces mayor sin que ni la Organización Mundial de la Salud (OMS) ni los grandes medios de comunicación capitalistas le den alguna importancia: Sida, cólera, malaria, meningitis… Cierto es que la mayor incidencia de estas peligrosas enfermedades -desde luego, mucho más peligrosas que una gripe común- afecta a los países más pobres. Por mucho pánico que se les genere, no van a tener para comprar los correspondientes medicamentos a las grandes corporaciones farmacéuticas.
La gripe norteamericana, llamada inicialmente «gripe porcina» para equipararla a la «gripe aviar» de hace unos años, aparece en una localidad de México llamada La Gloria, barrio del municipio de Perote (Veracruz), cuando se detectó que un brote de infecciones respiratorias afectaba a más de 400 de sus 3.000 habitantes. Un poblado en el que se constataba que muchas familias habían sido víctimas frecuentes de enfermedades gastrointestinales y de las vías respiratorias, típicos síntomas de la gripe.
Junto a este barrio y otros del valle de Perote, la multinacional estadounidense Smithfield, a través de Granjas Carroll (de la que posee el 50% de las acciones) deposita la mierda de los cochinos en lagunas de oxidación a cielo abierto distribuidas por el valle de Perote. Todo tipo de gases volátiles son expulsados a la atmósfera, junto con millones de gérmenes patógenos, contaminando las aguas, la tierra y el aire.
Los únicos antivirales que parecen tener efectividad contra la nueva gripe son propiedad patentada de dos grandes corporaciones farmacéuticas. Uno es el Releza (zanamivir), comercializado por la multinacional GlaxoSmithKline. El otro es el Tamiflu (oseltamivir), patentado por Gilead Sciences y distribuido en exclusiva por Roche. Con el anuncio de la nueva epidemia, las acciones de Gilead (de la que es accionista el ex secretario de Defensa de Bush, Donald Rumsfeld), Roche y Glaxo han subido espectacularmente en la bolsa.
Los países ricos han destinado inmediatamente enormes recursos públicos a comprar enormes cantidades de ambos antivirales para «tranquilizar» a sus ciudadanos. Lo que ha venido muy bien a las grandes multinacionales farmacéuticas que han visto como disminuían sus beneficios en los dos últimos años. Y que, en buena lógica capitalista, necesitan «ampliar mercados». Esas grandes multinacionales (que manejan a su antojo a la OMS) tienen el monopolio de la fabricación mundial de medicamentos. Aquellas enfermedades que afectan a personas sin recursos o a un pequeño número de potenciales clientes no cuentan con sus recursos de investigación y desarrollo de nuevos medicamentos específicos.
No hace falta una larga carrera de médico para comprender que está pasando. Basta saber sumar dos más dos: gripe farmacéutica e imperialismo cochino.