Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

Una relación perversa

In Actualidad on 26 mayo, 2009 at 0:01

pedrobrenes3Pedro Brenes

«¿Quién se ha creído que es? ¿Quién es aquí la superpotencia?», exclamaba en 1997, molesto pero impotente, el presidente de los Estados Unidos Bill Clinton, después de su entrevista en Washington con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.

El mandatario norteamericano mostraba así su disgusto por la arrogancia del sionista que, lejos de dejarse presionar para que avanzara hacia un acuerdo con los palestinos, exigía al presidente la aceptación de su discurso anexionista y de sus planes agresivos y guerreristas.

El presidente demócrata no pudo conseguir nada de Netanyahu que, fiel a su táctica de dar largas y de ganar tiempo con falsas negociaciones de paz para continuar extendiendo las colonias en los territorios ocupados, consiguió burlar a Clinton. Y, a pesar del interés norteamericano por encontrar algún tipo de salida al conflicto con los palestinos, el primer ministro israelí se mostró irreductible en sus posicionamientos sionistas, negándose a cualquier concesión territorial con la excusa de la «lucha contra el terrorismo».

Doce años después, cuando de nuevo el fascista Netanyahu encabeza un gobierno israelí de extrema derecha, Obama se enfrenta al dilema de que el lobby judío en los Estados Unidos tiene, en realidad, mayor poder que el propio presidente de la nación. Hasta el punto que todos los expertos en la política norteamericana están de acuerdo en que Obama no tendría posibilidades de obtener un segundo mandato (el sueño de todos los presidentes yankis) si se enfrentara al sionismo intentando presionar al gobierno israelí para que acepte la propuesta de «dos Estados para dos pueblos».

Esta relación perversa, de mutua dependencia, entre el gobierno sionista israelí y la presidencia de los Estados Unidos impide en la práctica, cualquiera que sean las intenciones de Obama, que los americanos puedan presionar a Netanyahu y su gobierno de fascistas y fundamentalistas judíos para que devuelvan los territorios ocupados y permitan la constitución de un Estado palestino independiente y viable.

El llamado «lobby judío», a través sobre todo del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC), no sólo orienta el voto de la muy importante minoría judía en los Estados Unidos, sino que, por medio de sus generosas aportaciones a las campañas electorales presidenciales y legislativas, tiene una influencia decisiva en la política exterior norteamericana.

Además, la comunidad judía goza del apoyo incondicional de toda la reacción cristiana, particularmente de los evangelistas, que respaldan sin fisuras las políticas sionistas. Y, para colmo, el presidente Obama se ha visto obligado, bajo fortísima presión de su propio partido demócrata, a aceptar en su equipo de gobierno a sionistas declarados como el vicepresidente Biden o la secretaria de Estado Hillary Clinton.

La reciente visita de Netanyahu a Washington, convocado por Obama para convencerlo de que debe aceptar la solución de «dos Estados», ha tenido un desarrollo y unos resultados similares a la entrevista que hace doce años tuvo con Bill Clinton. Con la misma arrogancia y con la misma actitud provocadora, el primer ministro israelí ordenó, justo antes de volar hacia la capital norteamericana, el inicio de la construcción de una nueva colonia en la Cisjordania ocupada y, para que no quedara ninguna duda sobre su rechazo a la nueva política de los Estados Unidos para Oriente Medio, declaró, antes de subir al avión, que jamás devolverá el Golán sirio ni permitirá la creación de un Estado palestino.

Se sienten muy seguros. Sus contactos, sus relaciones y sus sobornos en el Congreso, en el Senado, en la industria de armamentos y en las Fuerzas Armadas, que durante muchos años le han permitido recibir ingentes cantidades de dinero, armas y alta tecnología militar -incluyendo ojivas atómicas y misiles de largo alcance- les hacen sentirse respaldados, por criminales que sean sus acciones, por un gobierno y una presidencia que depende de los sionistas al menos tanto como Israel depende de la ayuda económica, militar y diplomática de los Estados Unidos.

El control israelí de la política exterior norteamericana hace muy difícil que el presidente Obama pueda presionar a Netanyahu para que acepte el plan saudí de retorno a las fronteras de 1967, a cambio del reconocimiento diplomático del Estado de Israel por la mayoría de los países árabes.

Más bien, existe la posibilidad real de que, con un ataque por sorpresa contra las instalaciones nucleares iraníes, los sionistas arrastren a los Estados Unidos a una nueva guerra contra la potencia persa, antes de haber resuelto su desastrosa implicación militar en Irak y Afganistán.

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