Durante los casi tres años que viví en el País Vasco desarrollé una especial simpatía y afecto por los vascos y por su capacidad de lucha. Pero siempre he tenido claro que el caso de Canarias nada tiene que ver con el problema nacional de Euskal Herria, y que no tiene el menor sentido copiar sus recetas en un país como Canarias cuyo problema es de descolonización. Y que, por lo tanto, tiene que encontrar su propio camino y sus propias estrategias de lucha.
Digo esto por la pesada matraquilla de quienes adoran todo lo que haga la izquierda nacionalista vasca. Hagan lo que hagan, manifiestan una veneración sorprendente. Copian mecánicamente y fuera de contexto cualquier propuesta suya. Casi pareciera que sienten envidia de no ser vascos. A cambio, se quejan del “bajo nivel” y de la “falta de conciencia” del pueblo canario. Como si dijeran: ya nos gustaría a nosotros tener detrás un pueblo como el vasco.
Si alguien recala en Canarias diciendo representar a la izquierda abertzale, se acude a rendirle pleitesía y a dar cabezazos en reverencia. Una especie de “ante Dios humillados”. No es casual que la llamada “izquierda nacional canaria” calque modos, maneras y hasta confusión ideológica de la “izquierda nacional vasca”. Aunque esa confusión les haya llevado a un callejón sin salida.
Al igual que el síndrome del colonizado se manifiesta, por un lado, como un deseo de ser “europeos” españolistas, por otro adopta la forma de mimetizarse como “europeos” antiespañolistas. Como si el territorio vasco no formara parte de la metrópoli y no se beneficiara también de la colonización de Canarias. Evidentemente, una tarea inmediata e ineludible de la “izquierda nacional canaria” es descolonizar la mente.
Como decía Frantz Fanon, “el intelectual colonizado ha invertido su agresividad en su voluntad apenas velada de asimilarse al mundo colonial. Ha puesto su agresividad al servicio de sus propios intereses, de sus intereses de individuo. Así surge fácilmente una especie de esclavos manumisos: lo que reclama el intelectual es la posibilidad de multiplicar los manumisos, la posibilidad de organizar una auténtica clase de manumisos. Las masas, por el contrario, no pretenden el aumento de las oportunidades de éxito de los individuos. Lo que exigen no es el status del colono, sino el lugar del colono. Los colonizados, en su inmensa mayoría, quieren la finca del colono. No se trata de entrar en competencia con él. Quieren su lugar”.
Si copiar miméticamente el camino exitoso de otro pueblo es un grave error, calcar el que ha llevado a una situación sin salida es, a todas luces, un auténtico disparate. Trazar un camino propio, nacional, hacia la Independencia y el Socialismo es, desde luego, una tarea muy difícil, que exige mucho rigor y mucho estudio. Algo que va contra los hábitos relajados de quienes les basta con recibir las instrucciones (y el material de propaganda) de su partido estatal, eludiendo la responsabilidad nacional, y también de quienes prefieren copiar de la “chuleta” vasca y fantasear con una Canarias batasuneada. Pero ese es el camino a la derrota, como se ha podido comprobar hasta ahora.
El último acto de este síndrome de la izquierda colonizada lo hemos podido constatar cuando, al aparecer de la noche a la mañana una candidatura metropolitana a las elecciones europeas, que no se ha pactado con ningún partido canario (aunque pongan a un indígena para decorar la lista) y que no se corresponde con la acción política ni con la situación canaria, no ha faltado quién ha perdido las nalgas por volverse “abertzale”: sin un plan, sin un proyecto, sin objetivos claros. Y sin cortarse un pelo. Ya se sabe: si a la oportunidad la pintan calva, el oportunismo se retrata sin cerebro.
Las cosas no solo hay que hacerlas: además hay que hacerlas bien. Y hacerlas bien en Canarias significa pensar con nuestra propia cabeza y caminar sobre nuestros propios pies.