Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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Espejitos y cuentas de colores

In Actualidad on 5 junio, 2009 at 19:49

cartel_voto2Es necesario reconocer que 500 años de colonialismo no pasan en vano. Y que la dominación imperialista española sobre las Islas, durante tan prolongado período histórico, ha provocado profundas secuelas culturales y psicológicas en la población canaria.

La alienación de la propia realidad, el desprecio por sus tradiciones, la ignorancia de su historia y de sus orígenes, la endofobia y la estúpida admiración por cualquier simpleza que llegue de «la península» son síntomas, posiblemente inevitables, que afectan, en mayor o menor medida, a muchos colonizados.

En el ámbito de la actividad política se puede apreciar claramente esta tendencia hacia el mimetismo y el seguidismo de las novelerías metropolitanas. Desde los ya lejanos tiempos de la UPC, a la que en rigor deberíamos llamar «Unión do Povo Canario» pues sus postulados, su organización y sus documentos teóricos y programáticos, fueron impúdicamente copiados de los gallegos, hemos asistido a innumerables intentos de calcar los proyectos, el lenguaje y los errores de organizaciones políticas ibéricas.

Ahora, ante estas intrascendentes elecciones a un parlamento europeo en el que nadie cree, repudiado por los mismos ciudadanos de la Unión como farsa democrática del proyecto imperialista y neoliberal de la oligarquía de las grandes potencias centrales del viejo continente, una buena parte de los colectivos independentistas pequeñoburgueses del Archipiélago, que presumen de «izquierda nacional» con la misma indefinición ideológica e idéntica ambigüedad política que los «abertzales», han decidido, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, sumarse al fracasado proyecto reformista de Arnaldo Otegui, aliado en esta ocasión a aquéllos que intentan refundar Izquierda Unida desde una óptica no menos reformista y electoralista.

Las justificaciones y las excusas de los admiradores incondicionales de los batasunos oscilan desde la «solidaridad» hasta la oportunidad de unificación del «campo nacional-popular canario» que, según ellos, ofrece la participación en el nuevo engendro político «revolucionario, socialista y bolchevique» (¡nada menos!) promocionado y financiado por los vascos.

El argumento de la solidaridad internacionalista, entendida como la obligación de subordinarse incondicionalmente a un montaje electoralista hispano, resulta tan superficial y degradante como el hecho de que ninguno de estos colectivos, que nos quieren empujar a votar por Iniciativa Internacionalista, haya tenido ni voz ni voto para decidir ni el manifiesto, ni las consignas, ni el «representante» de Canarias en ese tinglado incoherente e improvisado.

Para colmo, los vascos «bolcheviques» han nombrado «dedocráticamente» a Antonio Sardá, conocido socialcristiano españolista y declarado enemigo de la liberación nacional y de la descolonización de Canarias, como el fiel indígena, sumiso y obediente, que repetirá con fruición el consabido «sí bwana», con tal de alcanzar el honor inenarrable de sentarse a la misma mesa (¡qué emoción!) que Arnaldo Otegui.

Y, desde luego, proclamar como un gran avance del «independentismo» que vengan de «la península» a unificar la «izquierda nacional canaria», cuyos grupos socialdemócratas y rojiverdes no tienen ninguna diferencia ideológica y deberían estar desde hace mucho tiempo, por su propia iniciativa, contando con sus propias fuerzas y desde un proyecto político original e independiente, unidos en un partido socialista democrático, es el colmo de la bajeza política y la expresión acabada del mimetismo y el servilismo característicos del síndrome del colonizado.

Antes de hablar de la descolonización de nuestra patria, estos pequeñoburgueses radicales españolizados, que se vuelven locos por conseguir el reconocimiento y la aprobación de los metropolitanos de Madrid o de Bilbao, deberían preocuparse seriamente por descolonizar sus propias mentes.

Los que hemos decidido no ir a votar y llamar al boicot de estas elecciones al parlamento europeo pretendemos, ante todo, dar una imagen y trasmitir un determinado mensaje a nuestro pueblo. No nos preocupan demasiado los resultados, ni hacemos ansiosos cálculos sobre los posibles votos o sobre el porcentaje de la abstención. Al fin y al cabo, en éstas como en todas las convocatorias electorales de la democracia burguesa, los resultados no son más que un indicador del nivel de conciencia política de las masas populares.

Queremos llevar a nuestro pueblo el convencimiento de que estas elecciones europeas son una burla, un insulto para la población de una «región ultraperiférica» (eufemismo vergonzante que utilizan para nombrar a las colonias como Canarias, Guadalupe, Martinica o Guayana) que ni siquiera tiene una circunscripción electoral propia.

No contamos para nada, no decidimos nada. Por eso ir a votar a un falso parlamento sin competencias es hacer el juego a la hipocresía democrática del imperialismo europeo.

Y si, para nuestra vergüenza, fuéramos como indignos borregos a votar por el montaje electoralista hispánico de Iniciativa Internacionalista, «solidario» (aunque su solidaridad y su internacionalismo se acaban en las fronteras del Estado burgués imperialista español) y muy, muy «de izquierdas» (aunque en su manifiesto no incluya ni siquiera la nacionalización de la banca), liderado por los aparentemente radicales y «bolcheviques» batasunos (pero, en definitiva, reformistas pequeñoburgueses negociadores con el Estado), caeríamos una vez más en la ignominia del servilismo, el mimetismo y el seguidismo españolista.

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La conquista de Europa

In Actualidad, Cultura, Opinión on 5 junio, 2009 at 0:01

pedroflores1Pedro Flores


Si mi abuelo, que era gitano, levantara la cabeza, se alegraría mucho de la reciente victoria, conseguida por los suyos, por los nuestros, en las ya míticas Golden Hills. Desde la ya lejana Little Big Horn, no se conocía un éxito igual para nuestras huestes.

Hace unos pocos meses, un elegido cuerpo de élite del ejército calé, en una operación casi de orfebrería militar, con sigilo y precisión de falange espartana, tomó por sorpresa la lujosa, aunque deshabitada, urbanización llamada Golden Hills. Dichas colinas doradas, cuyo nombre quedará en la historia indisolublemente ligado al de otras colinas míticas, tales como la de la Hamburguesa, era, es, una miniciudad de lujo, con sus inevitables campos de golf y sus piscinas construida por arte de pelotazo urbanístico en algún punto privilegiado de la soleada costa española. No se les había ocurrido otra cosa a los rostros pálidos que hacer una exhibición de lujo saudí justo enfrente de un barrio deprimido habitado por los gitanos, cuya determinación y osadía legendarias no fueron tomadas en cuenta a la hora de tal exhibición. Pero como dijo el poeta, las cosas son de quien más las ama, y claro, cuando duermen seis en una habitación y el padre no cobra el paro y te refriegan por las narices tal ostentación de “primermundismo”, la cabra, que antes de ser mascota de legionario fue artista de tinglado gitano, tira al monte, a la colina, dorada, en este caso.

Eso es Europa, entre otras cosas, la convivencia aberrante tenida como normal a fuerza de costumbre y resignación entre el paroxismo económico más ostentoso y un cada vez mayor número de víctimas colaterales de ese crimen que es el capitalismo neo, o menos neo, liberal y depredador. Europa donde, donde las personas son menos libres que las mercancías y los capitales. Donde si juegas al baloncesto, aunque sea evidente y a toda honra que eres un negro de Harlem, te consiguen un pasaporte de Montenegro o un abuelo sueco, pero si, aun siendo igual de negro, llegas en un cayuco huyendo del hambre y la guerra te tratan como a un animal, bueno, como a uno de los chungos, no como a una foquita o a una ballena.

Yo propongo que hagamos como los comandos gitanos de Golden Hills, conquistemos las urbanizaciones de lujo, los campos de golf, los hoteles cuyos cimientos lamen el agua del mar pero son más legales que los barrios de gente humilde que lleva ahí toda la vida conviviendo en sintonía con ese mismo mar.

Ahora hay que votar, si no votas eres menos europeo que un holandés y un francés, pues mira qué casualidad, hace poco los europeísimos franceses y holandeses entre otros le dijeron que ni de coña a la Europa de la directiva Bolkenstein.

Pues no, a esa Europa del Plan Bolonia y de la miseria como mal menor. Yo no voto. Bueno, si los gitanos se presentan me lo pienso.