CRÓNICA DE UNA JORNADA DE IGNOMINIA
Desde primera hora, el pasado viernes avisaba de lo que se venía encima. En un espectacular despliegue, policías y más policías rodeaban la Delegación del gobierno español en Canarias, antro infame de tantas torturas bajo la dictadura fascista y la transición «democrática». Los periódicos de papel desplegaban el mensaje previo de la Vicepresidenta del ejecutivo metropolitano, la juez Teresa Fernández de la Vega, a los nativos: “creo que mañana [por el viernes] les vamos a dar muy buenas noticias a Canarias”.
Acto primero. Hay que cumplir con el trámite: enterrar al joven canario muerto en la guerra de Afganistán. Zapatero, todos sus ministros, Paulino Rivero, Mariano Rajoy, militares, jueces, notarios, y hasta el príncipe heredero de la monarquía borbónica, con caras compungidas, en una ceremonia de medalla al féretro, misa cuartelera y fanfarria fúnebre, que no podían ocultar el dolor de la madre ni lo que había dicho el día anterior: «por el amor de Dios, que los traigan para su tierra, que allí no pintamos nada».
Los mismos que lo mandaron a la muerte, hacen ahora de plañideras, como si la cosa no fuera con ellos. Para rematar la faena, el cura oficial de la base ocupante de Herat desvela al universo mundo que, estando agónico, Cristo Cabello Santana decidió acogerse a una fe que no profesaba: la cristiana. Era lo que faltaba para transformarlo virtualmente de víctima de una guerra imperialista en mártir de los valores occidentales. Cae el telón, y los familiares y su dolor desaparecen de escena. Asunto liquidado.
Acto segundo. Escena primera. Indiferentes a tan sublime ansiedad, la policía y los refuerzos traídos de España despejan sin contemplaciones la Plaza de la Feria de cualquier viandante o minúscula protesta. Algún despistado se lleva un buen empellón. La cara del Estado es ahora menos compungida y más implacable. Sólo tiene patente de proximidad los aliados naturales de toda representación del show bussines: las cámaras y los micrófonos.
Escena segunda. Llegan los ministros en coches más blindados y mejor protegidos que los transportes militares y los tanques de combate en zona de guerra. Los fotógrafos hacer sonar sus flashes ante la gran mesa dispuesta en el (¿antiguo?) gobierno civil. Ahora todo son sonrisas cómplices, simpatía, el buen humor del que viene a traerles cuentas de colores, cristalitos y baratijas a los indígenas, mientras ellos (y las multinacionales que representan) se siguen llevando el oro a España.
Escena tercera. ¡Tachán! He aquí la buena nueva, en forma de rueda de prensa. Tomen nota, señores escribidores: ¡No uno, ni cinco, ni diez! ¡Veinticinco mil millones del ala regala la generosa madre patria a los canarios! ¡Un veinticinco seguido de nueve ceros! ¡Y de euros! Es el «Plan Canarias» (¡qué plan!), entregado como «ayuda humanitaria» a la colon…, digo a la «región ultraperiférica», por sus penurias de paro y pobreza. Unas penurias de origen desconocido, y que no tienen nada que ver, qué va, con la dominación colonial.
Claro que siempre hay esos malditos rojos con calculadora, desafectos al régimen, que dividen los 25.000 millones entre los diez años en los que se promete aplicarlos. 2.500 millones al año. Mala suerte, seguimos por debajo de la inversión media del Estado en sus propias «autonomías». De hecho, todo el dinero de los diez años junto, no cubre ni la bajada de ingresos de la Comunidad Autónoma Canaria (CAC) por el descenso del IGIC. No da ni para uno de los dos trenes que la burguesía criolla quiere implantar en Tenerife y Gran Canaria.
«Es un gran esfuerzo de trabajo el que se ha realizado», dice solemne Zapatero, quién, en compañía de un ufano Paulino Rivero, presidente del gobierno de la CAC(A), asevera sesudo que se abre una «etapa histórica» con «la mayor inversión por parte del Estado». No es ni la décima parte de lo que se ha entregado a los grandes bancos en menos de un año para sanear sus cuentas de beneficios, pero no vayamos a comparar. Ni a permitir que la realidad nos estropee un buen titular.
Por su parte, Paulino asevera que este dinerito «es un instrumento más para seguir trabajando conjuntamente, no es un punto y final, es un punto y seguido para seguir trabajando desde la lealtad y cooperación institucional». Buenos y leales, wana. Nada de pedir medidas contra la banca española, las multinacionales o la política agrícola de la Unión Europea. Las aguas territoriales ni mencionarlas. Y de autoderminación ni hablemos. No vayamos a estropear las máscaras de felicidad.
Acto tercero. Un camión repone los contenedores de basura retirados de los alrededores de la Plaza de la Feria. Se ha ido el circo, y aquí seguimos con un 30% de paro y otro tanto de canarias y canarios bajo el umbral de la pobreza. Carmen piensa en que va a hacer cuando tenga que cerrar su pequeño negocio que, por mucho que lo estire, no le va a llegar hasta después de navidades. Ayose sigue planteándose meterse en el ejército español, a pesar de las lágrimas de su madre. «Prefiero arriesgarme a seguir en el paro, má».
La panza de burro persiste. Caminamos con las cabezas gachas. Un viernes más en la colonia.
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