Pedro Brenes
Era el año 1976. El Partido de los Trabajadores de Canarias (PTC), organización marxista-leninista e independentista, estaba por entonces integrado en el MPAIAC y participaba, sobre la base de un acuerdo con Antonio Cubillo, en la dirección del Movimiento en la ciudad de Argel. En su calidad de delegado y representante del Partido ante la Secretaría General del MPAIAC, el autor de este artículo trabajaba como redactor y locutor en «La Voz de Canarias Libre», que podía escucharse durante una hora cada noche en las Islas, a pesar de los desesperados intentos del colonialismo español por interferir su señal.
Mis camaradas en el interior del territorio nacional se esforzaban para crear, en una labor arriesgada, a cara descubierta y en las difíciles condiciones políticas y legales de la transición franquista, organizaciones de masas obreras y ciudadanas, como el sindicato Confederación Canaria de Trabajadores (CCT), para extender entre el pueblo nuestro mensaje revolucionario, anticolonialista y socialista.
Pero Cubillo no estaba cómodo con aquella situación. Sus convicciones profundamente antidemocráticas y anticomunistas, y su desmedido afán de protagonismo personal, le hacían insoportable tener que someterse a decisiones colectivas y participar en políticas orientadas a organizar a las masas populares y elevar el nivel de conciencia nacional y de clase de los trabajadores.
Por eso, de forma unilateral y sin previo aviso, rompió sus compromisos con el Partido y puso en marcha, por su cuenta y riesgo, una operación semiterrorista a la que llamó «propaganda armada», cuyo único objetivo, en realidad, era provocar la ruptura con los comunistas y forzar su salida del MPAIAC.
No contento con ello, se lanzó a una indecente y frenética campaña de insultos, calumnias y patrañas contra el PTC, al que, con la ingeniosidad y el gracejo a que nos tiene acostumbrados, llamaba los «petacas» y, en particular, contra nuestro camarada, ya fallecido, Julio Bastarrica, que fue presidente de la asociación «Solidaridad Canaria» en defensa y apoyo a los detenidos y perseguidos políticos, y contra el autor del presente trabajo, por entonces responsable de la revista Solidaridad y, posteriormente, director del periódico mensual de la CCT Nación Canaria.
Después de ser víctima de un grave atentado terrorista, organizado por una combinación de servicios secretos europeos, para evitar que se presentara en las Naciones Unidas con la reivindicación anticolonialista de Canarias, Cubillo decidió firmar con los gobiernos argelino y español el Acuerdo Tripartito de Argel para facilitar los negocios gasíferos entre esos dos países, lo que le permitió volver a Canarias libremente, sin ser acusado de ningún cargo ni sometido a juicio.
En cuanto a José Luis Concepción, historiador vulgar, gastrónomo y autor y editor de best-sellers para turistas, debe ser considerado como el más insigne representante de la línea independentista guanchista-racista, que basa toda su argumentación anticolonialista en la defensa de la persistencia de la «raza» guanche y de sus características genéticas y culturales ancestrales.
Al igual que Cubillo, Concepción desprecia las teorías «europeas» y «extranjeras» como la lucha de clases, negando incluso la propia existencia de las clases sociales en Canarias y, por supuesto, conceptos como democracia o socialismo no tienen para él y sus seguidores ninguna relevancia frente a los «tagorores» y los míticos consejos de ancianos de la imaginaria y bucólica sociedad natural, benevolente y pacífica de nuestros antepasados.
Ideas que configuran la fantasía pequeñoburguesa, tan querida de anarcoecologistas, hippys fuera de tiempo, tribus urbanas varias y amantes de las acampadas y las rutas de bucio y pandereta, de la vuelta a las «tradiciones guanches».
Por su parte, la Agrupación Tinerfeña de Independientes (ATI), formada por los restos de la antigua UCD en la Isla, reúne a los representantes de la burguesía franquista, insularista y racista, enfrentada en feroz competencia comercial con sus congéneres de Gran Canaria.
Este grupo político, reflejo y esencia del tinerfeñismo profundo, caciquil y arcáico, se ha lanzado últimamente, sobre todo después de que han salido a la luz graves irregularidades urbanísticas que implican a algunos de sus más preclaros dirigentes, a jugar la carta chantajista del independentismo testimonial, para presionar a Madrid y conseguir posiciones políticas y económicas ventajosas en la secular rivalidad con sus hermanos de clase de Las Palmas.
Por supuesto, Zerolo y Rivero saben muy bien que, en este asunto, deben nadar y guardar la ropa. Por eso encargan al miserable y despreciable falangista José Rodríguez el trabajo sucio de lanzar, desde el diario de su propiedad, terribles proclamas independentistas para asustar al gobierno de Madrid, adobados siempre, desde luego, con peroratas fascistas de apología del golpismo militar, del franquismo asesino y de las más repugnantes referencias a los «crímenes» de sindicalistas, socialistas y comunistas, y con loas a la falange y al general Franco protagonista, según él, de la «segunda revolución mundial» salvadora de la humanidad.
Y en cada editorial o «comentario» de El Día, el viejo falangista incluye indecorosos ataques e insultos a la isla «tercera», a la que insiste en calificar, con un lenguaje soez, ridículo y primitivo, que nos hace sentir vergüenza ajena a los canarios de todas las islas, como «la desangelada» y llena de «secarrales». Llegando al extremo paranoico de incluir permanentemente en la portada de su periódico un anuncio a España, al mundo y a la confederación interplanetaria de la galaxia, sobre la inconveniencia del «Gran» aplicado a la isla donde reside la odiada competencia comercial de los mercachifles capitalistas tinerfeños.
Todos estos elementos, que colaboran íntimamente y planifican y coordinan sus acciones y sus campañas concentrados bajo la protección y la promoción del periódico El Día, conforman en la actualidad la santa alianza fascista insularista-independentista que, aunque muchos patriotas de izquierda se empeñan en ignorar y, en el colmo de la candidez y de la irresponsabilidad, incluso en negar, representan, como cualquier forma de fascismo, un gravísimo peligro ideológico y político para las aspiraciones de los trabajadores de las Islas de forjar una sociedad democrática y justa, libre de la explotación capitalista y de la opresión imperialista y colonial.
Tolerando y disculpando a estos elementos de la extrema derecha y pretendiendo que, «a pesar de todo», no debemos denunciarlos ni ser tan «maximalistas» o «intransigentes», ya que podrían ser nuestros «aliados temporales», los socialistas independentistas no hacen más que encadenarse, consciente o inconscientemente, al monstruo fascista insularista.
Y esta ceguera les llevará, de forma inevitable, a separarse de las aspiraciones obreras y populares y a perder para siempre su papel de representantes de una parte importante de los trabajadores de Canarias, que dejarán de ver sus intereses defendidos por estos grupos y se inclinarán, con toda seguridad, hacia otros dirigentes, otros partidos y otros sindicatos de orientación socialista o socialdemócrata que, aunque sus convicciones anticolonialistas sean más débiles y dudosas, mantengan firmemente en alto las banderas del antifascismo, del internacionalismo y de la unidad del pueblo canario de todas las Islas.
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