Cuando Antonio Cubillo, en noviembre de 1976, traicionó los acuerdos y los compromisos que había adquirido con el Partido de los Trabajadores de Canarias (PTC), lanzándose a la aventura que, como es lógico, acabó en el más absoluto fracaso, de la «propaganda armada», nuestro camarada Julio Bastarrica, con un tono de serena indignación y desde la autoridad que emanaba de su condición de viejo revolucionario, le dijo que el pueblo trabajador de Canarias nunca le perdonaría aquella maniobra rastrera, oportunista y anticomunista.
Y le explicó también -seguro que nuestro infame calumniador aún lo recuerda- que había perdido estúpidamente la oportunidad histórica de convertirse en el líder del proceso revolucionario antiimperialista y anticolonialista de Canarias.
Pero Cubillo no es solamente ese personaje de opereta simplón, engreído, ignorante y parlanchín hasta el aburrimiento, como sabe cualquiera que lo conozca o haya sido testigo de sus interminables e insufribles sartas de anécdotas intrascendentes, invenciones, batallitas y comentarios neuróticos sobre la gran importancia de su propia persona.
También demuestra, en todo lo que hace y todo lo que dice, su completa incapacidad para un análisis político minimamente serio y su rotunda incomprensión de la realidad social que le rodea. En el fondo, como es evidente, no es más que un pobre diablo de mínima cultura y de escasa inteligencia, pagado de sí mismo y que, en su necedad y desde su proverbial desprecio por las masas populares, se cree mesiánicamente destinado a ser el gran dirigente indiscutible e insustituible.
Se trata, además, de un individuo absolutamente amoral. Para él no existe ninguna diferencia entre la verdad y la mentira, ni la palabra dada significa ningún compromiso ético. Por alguna razón cree que sus mentiras absurdas y sus historietas estrafalarias y rocambolescas deben ser creídas por todos, sin necesidad de aportar ninguna prueba que las sustenten. En definitiva, sigue la regla de oro de todos los canallas: «calumnia, que algo queda».
Pues, por lo visto, está convencido, como su maestro Goebbels, de que una mentira repetida mil veces acaba por convertirse en verdad irrebatible. Aunque, probablemente, lo que le ocurre es simplemente que, como todos los mentirosos compulsivos, al final, sólo él se cree sus propias mentiras.
Pero nuestro miserable autor de patrañas novelescas sobre espías infiltrados y a cuenta de imaginativos relatos sobre misteriosos arsenales, se ha olvidado ya de los comunistas del PTC que organizaban huelgas generales como la que respondió al asesinato de Bartolomé García, o combatían en las barricadas de Santa Cruz y de La Laguna contra el Acuerdo Pesquero o por los derechos de los trabajadores de los sectores de la Construcción, la Limpieza pública o el Tabaco.
Ya no recuerda, según parece, cuando decía que todos los «petacas» eran unos «traidores» y «colaboradores del colonialismo». Y se ha olvidado también de cuando afirmaba que Julio Bastarrica era «un agente de los servicios secretos españoles».
Debe ser porque hoy, desgraciadamente para nosotros y afortunadamente para él, tanto el Partido de los Trabajadores de Canarias como nuestro admirado camarada en lo político y entrañable amigo en lo personal, Julio Bastarrica, ya no existen.
Pero todavía quedan muchos testigos de la época de sus peores fechorías, y muchas víctimas de su estulticia insolente y de su condición de calumniador impúdico, que pueden dar fe de que Antonio Cubillo no es más que un fascista innoble y despreciable, que negoció con Madrid el sobreseimiento de todas las causas que había contra él en la Audiencia Nacional para volver a Canarias a cambio de «renunciar a la violencia», no participar en las campañas contra la OTAN y él sabrá qué indignas condiciones más, mientras muchos de los combatientes honestos y heroicos que obedecían sus órdenes e instrucciones, tuvieron que pasar años en las cárceles españolas o mantener prolongadas huelgas de hambre.
Ahora este personaje vil e inmoral pretende desviar la atención de su colaboración con el fascismo insularista del propietario del periódico El Día y de sus acuerdos políticos con la burguesía capitalista de ATI, repitiendo las mismas falsedades desvergonzadas que ya, hace treinta años, lanzaba a los cuatro vientos contra los comunistas y contra el autor de estas líneas.
Pero de nada le sirvieron entonces sus pueriles y absurdas calumnias y de nada le servirán ahora. Tonterías del tipo de que «se le permitió leer en la radio, la Voz de Canarias Libre, algunos de los programas que hacíamos», cuando la verdad es que sólo leía lo que yo mismo redactaba con los informes y las sugerencias que me enviaban mis camaradas del PTC desde las Islas, y que ocupaban cuarenta y cinco minutos de la hora que duraba cada emisión. O bobadas como que «nuestros servicios de información en la isla de Tamarant» (obsérvese como, en línea con El Día, nunca emplea el nombre actual de la isla de Gran Canaria), cuando todo el mundo sabe que jamás dispuso de ningún fantasioso «servicio de información». O invenciones grotescas como que «las autoridades argelinas» me enviaron en un avión a Marsella «sin más explicaciones», cuando en realidad tuve que negociar duramente mi salida de Argel una vez que mi Partido decidió romper toda relación con Cubillo. Nada de esto le servirá para rehuir su obligación moral de explicar con detalle los términos del Acuerdo Tripartito de Argel que aún mantiene en secreto y que a día de hoy sigue en vigor. Incluyendo, naturalmente, el capítulo económico.
Pero el odio que Cubillo expresa hacia mí en su «respuesta» a mi artículo La Santa Alianza de ATI-El Día-Cubillo-Concepción, no es personal. Es un odio de clase, ideológico y político. Es el odio profundo y visceral del fascista, estrecho colaborador del falangista José Rodríguez y aliado de la burguesía capitalista chicharrera, hacia los que llevamos más de treinta años haciendo propaganda, en publicaciones legales o clandestinas, por la organización y la unidad de los comunistas y de todos los revolucionarios del Archipiélago para combatir al capitalismo y al imperialismo, por la Independencia y por la República Socialista Canaria.
Afirma este pobre estúpido indecente que «ahora que los independentistas canarios estamos estructurándonos para plantear de nuevo a niveles internacionales, el problema colonial de Canarias». Pero ¿a quién pretende engañar? Todo el mundo sabe que la ONU no declarará en el 2010 la independencia de Canarias. Sus sueños megalómanos no se cumplirán. Su estrategia de la «diplomacia internacional» y de la «vía contencioso-administrativa» volverá a fracasar estrepitosamente. Y el gobierno español no se sentará a negociar con Cubillo como no sea para comprarlo como ya hizo una vez.
Este pobre iluso aún no ha comprendido que sólo los trabajadores de las Islas están llamados a conquistar, por vía revolucionaria, la liberación del Archipiélago de la opresión imperialista y de la explotación capitalista. Y jamás entenderá que con sus continuas payasadas sin gracia, sus truculentos inventos difamatorios, su ínfimo nivel político y sus actitudes antiobreras y anticomunistas se ha desacreditado, desde hace mucho tiempo, ante el pueblo canario que lo desprecia profundamente porque no puede ver en él más que su carácter de fascista-insularista, de mentiroso compulsivo y de histriónico extravagante y vulgar.
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