El secretario general de la franquicia CCOO en Canarias, Juan Jesús Arteaga, se ha manifestado en contra de una huelga general en Canarias. A cambio, se mostró partidario de una «reforma laboral» (traducción para incautos: de recortar los derechos laborales y abaratar el despido). En unas mismas declaraciones, el representante en colonias de la central sindical española renuncia a la principal arma de presión de la clase obrera y se muestra dispuesto a venderla a la patronal. Ese es el sindicalismo «negociador y responsable» que representan tanto UGT como CCOO.
No es de extrañar. En primer lugar, sus jefes metropolitanos ya se han decantado por aceptar negociar esa «reforma laboral» que exigen los capitalistas. Y en Canarias sólo pueden decir amén. En segundo lugar, los grandes sindicatos dependen de forma prácticamente total de las subvenciones y los dineros para gilicursos que les otorga graciosamente el gobierno. No pueden ponerse bravos o el negocio se les va a la quiebra. No en vano, Zapatero ha agradecido la «enorme ayuda» y la «responsabilidad» de «los trabajadores» en esta recesión económica, garantizando la «paz social». Por trabajadores entiéndase sindicatos subvencionados.
En tercer lugar, y no por ello menos importante, la representación sindical en las pequeñas y medianas empresas -esto es, la mayoría- se consigue sin elecciones sindicales. El becario contratado por la central sindical de turno llega a la empresa, habla con el patrón, éste llama a la persona de su confianza, lo nombra delegado, se firman las actas correspondientes, y listo. El becario tiene su cuota y el sindicato su(s) delegado(s).
Este tipo de sindicalismo absolutamente burocrático, que no se apoya en las asambleas de trabajadores sino que, por el contrario, las teme como al demonio, es lógico que huya de las huelgas y de la luchas. Por un lado, obligan a trabajar a los burócratas sindicales, estropeando sus plácidas vidas acomodadas. Por otro, pueden dejarlos en mal lugar ante patronal y gobiernos, dificultándoles obtener más subvenciones, más cursitos y más presencia en tal o cual comisión.
Este es un sindicalismo que se mantiene atrincherado en las grandes empresas y, sobre todo, en la administración pública, donde hay mayor estabilidad en el empleo. No en vano Arteaga plantea que «el mayor problema que tienen los sindicatos es la negociación colectiva, ya que en las fechas próximas caducan muchos convenios» (está claro que los parados, que no tienen convenio como muchos de los trabajadores en precario, no interesan) y que «uno de los elementos de confrontación que los sindicatos tienen ahora con el Gobierno canario está relacionado con el desarrollo del pacto social«.
Sin embargo, no basta con despreciar a estas centrales sindicales, ni a las demás que son por el estilo y no se diferencian paja y media de éstas, salvo por el número de delegados que consiguen o por la palabrería que usan y que no tiene nada que ver con su práctica. Nos guste o no, la inmensa mayoría de los trabajadores organizados están en estos sindicatos. Y aunque no estemos ni de lejos con las cúpulas burocratizadas, sí tenemos que estar con las trabajadoras y los trabajadores, como ocurrió el pasado 1º de mayo.
A la vez, se hace cada vez más perentorio explicar a las compañeras y compañeros que, no habiendo diferencias entre los distintos sindicatos, carece de sentido que en el puesto de trabajo y en la respuesta a la ofensiva patronal, los trabajadores sigamos separados por siglas. Tenemos que encontrarnos, colaborar, debatir y actuar unitariamente, seamos del sindicato que seamos. Aunque a los burócratas les salga urticaria.
Y, por supuesto, no anunciar al enemigo de clase que renunciamos a la poderosa arma de la huelga. Sí, aunque al señor Arteaga y los demás burócratas les dé un soponcio. No están los tiempos para entregarnos atados de pies y manos.