La nueva rueda de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático que se desarrolla en Copenhague (Dinamarca) partía con el objetivo de que los países ricos redujeran sus emisiones hasta 2020 de entre el 25 y el 40% por debajo de los niveles de 1990, para limitar el aumento de la temperatura del globo a dos grados centígrados.
Actualmente, las concentraciones de CO2 en la atmósfera son de 387 partes por millón (ppm), frente a una media histórica de entre 189 y 280 ppm. Los científicos proponen una reducción progresiva de los gases de efecto invernadero del 25 al 40% para el año 2020 para asegurar que la temperatura de la Tierra no llegue a aumentar más de 2ºC, lo que llevaría a una situación de “cambio climático imprevisible”. El objetivo final sería reducir las emisiones hasta un 85-90% para el 2050.
El primer obstáculo radica en que los países ricos, que han creado la crisis climática contaminando sin control desde hace siglo y medio, exigen a los países en vías de desarrollo que limiten sus emisiones en la misma medida que ellos, torpedeando así su desarrollo industrial. El segundo obstáculo es que las «energías limpias» requieren cuantiosas inversiones de capital, que nadie quiere aportar.
Así y todo, China e India, los dos países más poblados del planeta (41% de la población mundial), se han comprometido a favorecer el consenso en Copenhague. El Gobierno chino asumió el pasado mes de noviembre el reto de limitar entre un 40 y un 45% la intensidad energética (emisión de CO2 por cada unidad de PIB) para 2020. India, por su parte, se negó a un pacto vinculante para reducir las emisiones, pero sí se comprometió a una disminución de hasta el 25%. Aunque, según el ministro de Medio Ambiente indio, Jairam Ramesh, “el acuerdo quizá no llegue a materializarse”.
Otro punto crucial es si se debe mantener o no el Protocolo de Kyoto, del que quieren descolgarse las grandes potencias imperialistas porque les obliga más que a los países en vías de desarrollo. A cambio, firmarían otro acuerdo. Esto concita la oposición unánime de los países pobres, quienes señalaron que cuando venza en 2012 el primer período de compromiso para el Protocolo de Kyoto, se debe firmar, como es lógico, el segundo período de compromiso, definiendo el programa de reducción de emisiones. En las anteriores reuniones de Bangkok y de Barcelona, la cuestión quedó en punto muerto, lo que puede pasar también en Copenhague.
El Protocolo de Kyoto, para el período 2008-2012, y fijando como base los datos de 1990, obligaba a reducir las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero. En concreto, se fijaba una reducción del 8% para la Unión Europea (UE), del 7% para Estados Unidos, del 7% para Japón, del 6% para Canadá, y del 5 al 8% para los países de Europa del Este.
Al mismo tiempo, el Protocolo de Kyoto sigue el principio de “responsabilidad compartida pero diferenciada”. Exige a los países desarrollados que emiten grandes cantidades de gases contaminantes que adopten medidas concretas para restringirlas y exime a los países en desarrollo de la obligación legal de reducir emisiones.
Pero, a la vez, se establecía un «mercado de comercio de emisiones» o «mercado del carbono», mediante el cual los países ricos podían seguir contaminando siempre que compraran cuotas de emisión de gases a otros países que no llegaran a sus topes de emisión.. En 2006 la magnitud de ese «mercado de carbono» había alcanzado ya los 30.000 millones de dólares.
Los propios datos de la Unión Europea revelan que en 2008 la UE redujo en un 1,3% sus emisiones en comparación con 2007, lo que significa una reducción de 13,6% en relación con 1990. A parecer esto supondría que la UE ha alcanzado su objetivo de reducción, pero en realidad es resultado de la recesión económica imperialista. Y Japón tiene que comprar una cuota de 40 millones de toneladas de emisiones de dióxido carbono a la República de Checa, país que ha cumplido su meta de reducción.
EEUU, la principal potencia imperialista y el mayor emisor de gases de efecto invernadero, se retiró en 2001 del Protocolo de Kyoto. En 2004, la emisión de gases de efecto invernadero de EEUU subió en un 15,8% en relación con 1990.
La batalla que se establece en Copenhague es la de los países ricos para que las cifras de la reducción de emisiones a que se comprometan sea las más bajas posibles, así como sus compromisos de aportar fondos y tecnologías para dotar de fuentes de energía no contaminantes a los países pobres. Y, además, tratan de descargar las obligaciones de reducción sobre esos países en desarrollo, procurando de dividirlos entre sí. Por estas mismas razones el Protocolo de Kyoto no se cumple, a pesar de su supuesta obligatoriedad.
El primer período de compromisos del Protocolo de Kyoto caducará en 2012. La presente Conferencia del Cambio Climático de Copenhague está destinada a concertar un nuevo acuerdo para el período después de 2012. Mucho nos tememos que siga con el «éxito» de Kyoto, pese a toda la parafernalia mediática burguesa. Y que los países imperialistas consigan reducirlo todo a papel mojado.