Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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De voces coloniales (y postcoloniales)

In Actualidad, Cultura on 25 diciembre, 2009 at 0:01

Carlos Pulido


Como a otros que aquí nacieron antes que yo, y aquí realizaron su vida y su tarea, una certidumbre nos marca: somos insulares. Un lugar en el tiempo, un espacio limitado: hombres y geografía fundan nuestro dilema. Me gusta creer que todos los insulares de la tierra arrastramos lo mismo a cualquier parte del mundo en el que nos encontremos: esa cualidad que precisa el modo de ser y el modo de estar en la isla. Pero reconocer la insularidad en Canarias sirve de bien poco si no reparamos en el hecho de que nos condiciona una instancia mayor, y que nos afecta algo más que el mero atributo de la geografía. Somos también el legado de voces coloniales y postcoloniales que señalan, en la historia de Occidente, el desplazamiento español posterior al siglo XV. Fuimos la primera frontera de la expansión, somos la frontera sur de Europa: somos una entidad del límite.

Desde el primer texto literario que la historia nos adjudica (un anónimo canto fúnebre dedicado a un joven conquistador, muerto tras el intento de conquista de la isla de La Palma, fechado en la proximidad de 1447), se pone de manifiesto la contradicción de los dos mundos. En la geografía conquistada, repoblada, reescrita y confinada en el alfabeto y el idioma de llegada, las “Endechas” a la muerte de Guillén Peraza fundan una composición poética con lo que escapa a su control. En su último verso el poema termina diciendo: “Todo lo acaba la malandanza”.

Desde los principios que fundamentaron la conquista y posterior colonización española, su misma verdad se resquebraja en el cierre del canto fúnebre. Es difícil, si no imposible, justificar de ese modo el “acabar” por “malandanza”. Un excelente poeta, quizá del séquito de Guillén Peraza, compuso el poema. A veces me da por creer que este poeta no participaba de la igualdad de raza, de estirpe o de religión del conquistador, que era un ser degradado e igual en suerte que los desposeídos, alguien que prestó su lengua -la lengua del acoso- y su tinta para construir un canto a lo que habría de convertirse en ruina. Como quiera que sea, el poema es revelador, bajo la capa de las maldiciones y de las imprecaciones está la tierra espléndida, dadivosa… La isla es palma, árbol de vida, vegetación de oasis; es placeres, es flores. Y es también defensa aguerrida de un territorio que, a su vez, es testigo y guardián de una memoria, de una identidad, de una permanencia.

Entre las contradicciones y desde las contradicciones de nuestra historia, buscamos inventar nuestro porvenir. Desde el lejano canto fúnebre inaugural, nuestro primer nacimiento a la creación literaria, aún somos repetición y colonia.

Pero aquí quería hablar de letras y de lo que nos fundó (literariamente), y nos mantiene en el mundo. Sin actitudes ni perspectivas histérico-literarias donde se mezcla la mitología de Antonio de Viana con la razón contemporánea de Cairasco de Figueroa; donde Viera y Clavijo es importante en su triple vertiente de historiador, oficiante de la cultura y “falseador” (en algunos pasajes de su Hª de Canarias); o donde nos sigue quedando descolocado un “polémico” escritor y periodista -Clavijo y Fajardo-, afincado en la dieciochesca corte de Madrid. Algo parecido ocurre con los Iriarte, Galdós…Y si nos acercamos más a nuestro tiempo, Alonso Quesada, Agustín Espinosa…Y así podría seguir nombrando hasta mañana. Siempre queda fuera del registro lo que conviene al apaño. Una vieja discordia que complementa la poca voluntad por airear nuestra tradición literaria con todas las consecuencias.

Otro asunto es la falta de una industria de la cultura en Canarias que permita al creador literario pasar de ser escritor (por su práctica de la escritura), a ser autor (por su inserción en el circuito comercial). Tampoco es que la burguesía canaria, fundamentalmente agraria y comercial, haya sido capaz de articular un proletariado industrial al que explotar productivamente de forma sistematizada. Que no extrañe entonces, que a la literatura canaria le haya faltado, mayormente, (encontrar) su punto de referencia social, su base material e ideológica, lo que en definitiva ha condicionado sus planteamientos. Sin base social, tanto en la parte superior como por la inferior de la pirámide social, no teniendo en nombre de quien ejercer su función, buscará con frecuencia un contexto más amplio en el que insertarse, sea este nacional, europeo o mundial, perdiendo de vista, en la mayoría de las veces, el plano local.

Este “insertarse” -ya lo hemos visto en gran parte de la novelística de los años 70 en Canarias-, lleva por el camino de la aculturación: de la producción original se pasa a la repetición de valores y conceptos ya establecidos, que bien podrían ser de ámbito local, pero tratados de tal modo que sólo contribuirán a solidificar la estructura socioeconómica de la dependencia.

Nuestra búsqueda es aprendizaje. Como seres de frontera, como un territorio de ultramar. Lugares comunes y angustias reales en la literatura canaria: por un lado el “cosmopolitismo”, la tentativa de lo universal, la búsqueda en el exterior; y por otro, el doble aislamiento, del medio local y del exterior. Esto es, el escritor canario está considerablemente relacionado con el exterior y aislado del interior a nivel de corrientes, influencias, contenidos ideológicos, etc. El autor canario se encuentra aislado del exterior y, parcamente, relacionado con el interior a nivel de publicación y consagración artística. Ambos están aislados- del exterior y del interior- a nivel de punto de referencia (base social) en la que insertarse.

Esta falta de base material e ideológica, por supuesto que tiene sus efectos en la creación artística, pero también las tiene en la práctica social de los creadores literarios. En el limitado ámbito insular, la consagración alcanza pronto su techo. La opción habitual de los pretendientes será el disputárselo mutuamente sin plantearse la posibilidad de ampliarlo. Tal postura supone firmar un pacto de no agresión con el medio social, es decir, seguir abonando los márgenes de la dependencia ideológica.

Podemos seguir resignándonos al colonialismo o a la reserva, podemos aspirar incluso a que el resto del idioma nos registre a pie de página, aunque sea en cuerpo mínimo, y reconocernos así en el listado; pero no creo que pase por ahí nuestra tarea, sino por la solvencia de nuestra literatura en el lugar de las letras.

Tampoco se engañe nadie, también hay en la literatura canaria notables excepciones de autores que han sabido transformar la ausencia de un circuito de distribución en auténtica libertad positiva, elaborando una obra de cúspide y ruptura. Citar a unos cuantos es olvidar a otros tantos, y todos son parte de la misma historia, del mismo recuento. Elaborar una obra con los diferentes elementos que conforman a una cultura es directamente proporcional a los valores que la identifican y, casi por lo mismo, a los valores de intercambio. Sin casi esquema crítico y de pensamiento para este corpus literario, con graves carencias de difusión (incluso en Canarias), amparada en ediciones de corta tirada, y generalmente de una sola impresión, sin líneas claras en su enseñanza, de difícil consulta…

En semejante perspectiva habremos de ganar la razón y presencia que espera tras los textos y la crítica congruente. A cada autor le toca responder individualmente a través de su personal escritura; comunitariamente pertenece a una sociedad y época concretas, y los rasgos diferenciadores, las identidades distintivas, estarán en caracteres socio-políticos, enmarcados por una geografía y una historia. La tarea no es fácil, nunca lo ha sido y no promete serlo en el futuro; pero esa, y no otra, es la tarea que hemos de cumplir en la cultura. En definitiva, la patria del libro es el lector, y entre las cosas grandiosas que tiene la Literatura es que se emancipa del autor y emancipa al lector.

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