El ayuntamiento de las Palmas de Gran Canaria es el que más ha subido los impuestos indirectos, es decir, los más injustos, porque se aplican por igual a los más humildes que a los más ricos. Su alcalde llama a subir otros impuestos indirectos como el IGIC o el impuesto de gasolina. En ese ayuntamiento, que alega no tener dinero para necesidades sociales de primer orden, se despilfarra el erario público en subvenciones de cientos de miles de euros a los Amigos de la Ópera, o en proyectos fantásticos como la «capitalidad cultural europea» o la llamada Asociación Iniciativa Para la Reflexión Estratégica de la ciudad, el llamado Plan PROA 2020.
Estos días hemos conocido que el director de dicho engendro, Francisco Rubio Royo, cobra casi el doble que el alcalde, Jerónimo Saavedra. El ex rector de la ULPGC cobrará 117.000 euros en 2009 (en 2008 llegó a ser 130.000 euros). Supera así el sueldo de del presidente del gobierno autonómico, Paulino Rivero, que asciende a 92.859 euros, y al del presidente del gobierno metropolitano español, José Luis Rodríguez Zapatero, que alcanza los 91.982 euros. Por no hablar del sueldo del propio Saavedra que está en 68.148 euros. No es moco de pavo.
La desvergüenza de estas cifras se hace más patente si tenemos en cuenta que la mayoría de las trabajadoras y los trabajadores canarios con empleo ganan menos de 12.000 euros anuales. Y que las pensiones no contributivas no alcanzan ni los 4.000 euros.
La cosa no queda en Rubio Royo. El «director de Contenidos» de PROA 2020, José Ángel Gil Jurado, gana 80.000 euros al año y el «director de Participación», Carlos Guitián, 70.000 euros. En total, los sueldos brutos de esta canonjía le han costado a las arcas públicas un total de 712.856 euros (289.716 en 2008 y 423.140 en 2009). Si se añaden los gastos de arrendamiento de oficinas, contrataciones de despachos profesionales y otros gastos, PROA ha costado 1,5 millones en los dos últimos años.
Saavedra se ha defendido de las críticas diciendo que «se ha tratado de algo extraordinario» que permitirá definir «estrategias de futuro» para Las Palmas. Y que, en cualquier caso, lo que a él le importa es «gobernar conforme a mis principios y a mi formación universitaria».
Sobre su continuo presumir de «formación universitaria» (algo para unos pocos privilegiados cuando él estudió) volveremos en otro momento. Lo que nos preguntamos ahora es sobre los «principios» del señor Saavedra. Los mismos que le permiten derrochar el dinero y mantener unos servicios sociales inútiles, mientras en las calles y en los barrios de Las Palmas, con un paro que ronda el 45% de la población activa, miles de familias se encuentran en lo que los estadounidenses llaman eufemísticamente «inseguridad alimentaria».
Estas son unas tristes navidades de hambre para decenas de miles de personas, muchas de las cuales llegan a final de mes con una comida al día, en el mejor de los casos. ¿Combatir esta desesperada situación de sus conciudadanos no entra en los «principios» del fallido jefe de la masonería española?
Tan «demócrata» como es, nombra a dedo a los representantes vecinales en el consejo de «participación». O desprecia burdamente la voluntad popular cuando afirma que seguirá actuando igual sean cuales sean sus perspectivas electorales. No le falta sino añadir, al estilo del «rey sol» Luis XIV (al que tanto imita), «Las Palmas soy yo».
El derroche, la ampulosidad versallesca, la vanidad de burgués provinciano y decimonónico, le permite en cambio llamarse «socialista» y defender la privatización de las empresas públicas como algo moderno. O disponer de los dineros municipales como si fueran la calderilla de su cortijo, algo siempre a disposición de sus amigos y de sus caprichos.
Por su cabeza no pasa una política de austeridad que reduzca drásticamente el número de enchufados en su gobierno local. Por no hablar de reducir los sueldos abusivos de concejales y altos cargos al salario medio de un obrero, como exigía Marx.
Claro que el «marxismo» del burgués Saavedra se reduce al de Groucho Marx: «éstos son mis principios pero, si no le gustan, tengo otros». Y la ciudad proa al marisco.
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