Las noticias sobre Yemen son escasas, confusas y filtradas por la propaganda imperialista occidental. ¿Por qué, de repente, este país olvidado se convierte en el centro de la atención imperialista? Un extraño «miniatentado» en un avión con destino a Detroit, protagonizado por un nigeriano, provoca que el gobierno estadounidense cierre su embajada en Yemen y la reabra el día 5. Mientras tanto, en ese país un importante movimiento popular se enfrenta al gobierno prooccidental con protestas crecientes ante el deterioro económico y social. En la otra orilla del Golfo de Adén (vital para el tráfico de petróleo), la insurgencia somalí, que controla todo el sur del país, cobra nuevos bríos frente al gobierno títere impuesto por Etiopía con el apoyo de las potencias imperialistas. EEUU, atrapado en las Guerras de Irak y Afganistán, se ve desbordado.
Antes del Atentado del 11 de septiembre de 2001, Yemen ya estaba en la primera línea de la «guerra contra el terrorismo». En el año 2000, militantes de una organización montada y financiada por la CIA y por Arabia Saudí, que ya se empezaba a denominar Al Qaeda, atacaron al destructor norteamericano USS Cole en el puerto de Adén, con una lancha llena de explosivos, matando a 17 efectivos de la infantería de marina. Posteriormente EEUU comenzó a incrementar su cooperación militar con Yemen, al que destinó 56,5 millones de dólares en ayudas. Pero a medida que EEUU ha ido empantanándose en las guerras de Afganistán e Iraq, Yemen fue perdiendo cada vez más la atención de Washington.
Según los datos publicados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Yemen recibió en 2008 sólo 25,5 millones de dólares. Sin embargo, la administración norteamericana va a solicitar este año al Congreso 170 millones de dólares de ayuda militar para Yemen, un aumento considerable sobre los 67 millones de 2009, y anuncia que va a redoblar la actividad de las fuerzas especiales y servicios de inteligencia que actualmente operan allí. Los datos recién publicados demuestran que en el año fiscal de 2009 el Departamento de Defensa de EEUU proporcionó al Gobierno yemení una ayuda anti-terrorista hasta 67 millones de dólares, sin incluir los gastos para los proyectos secretos de las fuerzas especiales norteamericanas y la CIA. Algo ha cambiado.
Por si fuera poco, EEUU arma al gobierno títere de Somalia y a Djibouti para la guerra contra Eritrea, a la que el imperialismo no parece dispuesto a permitir que sobreviva como país independiente. El Pentágono tiene su primera base militar permanente en África en Djibouti, donde estaciona a 2.000 soldados. y desde donde realiza vigilancia con aviones espía sobre Somalia y Yemen.
Paralelamente, Arabia Saudita, cuya frontera sur (en su mayor parte sin delimitar) es Yemen, intenta impulsar su propia versión de extremismo en el país, como hizo anteriormente en Afganistán y Pakistán y hace actualmente en Iraq. Lejos de que EEUU y sus aliados occidentales expresen alguna objeción, los saudíes y las otras monarquías del Golfo Pérsico estarán a la vanguardia en lo que se calcula como compras de armas de Oriente Medio por 100 mil millones de dólares durante los próximos cinco años. Tanto Pakistán como Arabia Saudita siguen siendo aliados políticos y militares altamente valorados de EEUU y los Emiratos Árabes Unidos tienen tropas sirviendo bajo mando de la OTAN en Afganistán.
El régimen saudí entró en guerra contra la milicia huzi (al norte del país) en nombre del gobierno yemení a primeros de noviembre, y desde entonces ha lanzado ataques dentro de Yemen con tanques, aviones y bombas de fósforo, provocando la muerte de cientos de yemeníes y el desplazamiento de miles por los combates. Grupos chiís (corriente que representa un 30% del país), denunciaron el 14 de diciembre que “aviones de combate de EEUU atacaron la provincia Saada de Yemen” y que habían lanzado 28 ataques. La BBC informó ese mismo día de que 70 civiles murieron cuando aviones bombardearon un mercado en la aldea Bani Maan en el norte. Las fuerzas armadas yemeníes reivindicaron la responsabilidad del bombardeo, pero los rebeldes huzi, contra quienes iba dirigido claramente el ataque, declararon que “aviones de Arabia Saudita cometieron una masacre contra los residentes inocentes de Bani Maan.”
El 17 de diciembre aviones de combate estadounidenses dispararon misiles crucero contra lo que los altos cargos de Washington afirmaban eran campos de adiestramiento de Al Qaeda en las provincias de Sana’a y Abyan. Sin embargo, fuentes gubernamentales de Yemen afirmaron que los ataques habían costado la vida de más de 60 civiles, 28 de ellos niños. El 24 de diciembre se llevó a cabo un segundo ataque en la remota región de Shabwa contra lo que la administración norteamericana describía como un encuentro de operativos de al-Qaeda. De nuevo los yemeníes que están en la zona afirmaron que no había habido semejante encuentro.
Pero no hay duda alguna de que la invocación del espectro de Al Qaeda es meramente un señuelo. Los rebeldes huzi son chiíes y no suníes, y mucho menos suníes wahabíes del tipo saudí, razón por la cual ni están vinculados a ningún grupo o grupos que puedan clasificarse de Al Qaeda, ni pueden estarlo. Más razonable es considerar que, por el contrario, constituyen un objetivo de Al Qaeda.
Además del movimiento huzi en el noroeste del país, el régimen de Saleh se enfrenta a un movimiento separatista en el sur. Ha tratado de sofocar estos movimientos de oposición con extrema brutalidad. Además de llevar a cabo operaciones militares de castigo colectivo que han costado las vidas de miles de civiles y convertido a otras decenas de miles más en refugiados, ha suprimido sistemáticamente a la disidencia política.
En ese escenario, la intervención militar estadounidense en Yemen se está llevando a cabo en apoyo del régimen dictatorial del mariscal de campo Ali Saleh, que ha sido jefe del Estado durante más de treinta años, primero como presidente de Yemen del Norte hasta 1990 y después, tras la unificación posterior a la Guerra Fría, como presidente del país unificado. Con 23,8 millones de habitantes, Yemen es el país más pobre del mundo árabe. Más de la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza. Más del 40% de los yemeníes están en paro y el 54% son analfabetos.
El mes pasado el Comité de Naciones Unidas contra la Tortura publicó un punzante informe sobre las condiciones de Yemen en el que se mencionaba «la toma de rehenes e informes de que miembros de una familia fueron secuestrados y detenidos para garantizar que las personas a las que se estaba buscando se entregarían, así como detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas». Según el informe eran comunes «los secuestros y los asesinatos extrajudiciales», incluso contra menores. Además señala que «se ha encarcelado a niños de siete u ocho años, que permanecen con los adultos y con frecuencia sufren abusos», y que «también se ha condenado a muerte y ejecutado a niños».
El informe señala que las fuerzas de seguridad y las autoridades de las cárceles ejercen la tortura con impunidad. Un documento presentado ante el Comité de Naciones Unidas por un grupo de organizaciones de derechos humanos yemení establecía una lista de varios activistas de la oposición que han sido torturados hasta la muerte, al tiempo que describía cómo a los detenidos (niños incluidos) se les golpea con cables, se les quema, se les cuelga de las manos y brazos, se les viola y amenaza con violación. Éste es el carácter del régimen con el que, según el Times, «la Casa Blanca de Obama está tratando de estrechar lazos duraderos». El despliegue de comandos de Operaciones Especiales y operativos de la CIA no hará sino intensificar esta represión atroz.
El verdadero objetivo del imperialismo estadounidense es imponer su control hegemónico sobre los suministros energéticos estratégicos y los oleoductos y rutas de transporte por barco que lo transportan a las principales potencias del mundo. Yemen controla el estrecho de Bab-el-Mandeb que comunica el Golfo de Adán y el Mar Rojo, y proporciona acceso al Canal de Suez, un punto de paso vital a través del cual los buques cisterna transportan unos tres millones de barriles de petróleo al día. Lejos de acabar con las guerras de Iraq y Afganistán, como prometió Obama, la Casa Blanca continúa la ocupación de Iraq, envía al menos 30.000 soldados estadounidenses más a Afganistán e incluso inicia otra intervención militar soterrada en Yemen.
Además, EEUU pretende frenar la creciente influencia iraní en la región. Su «brillante» estrategia en Iraq solo puede dar como resultado un triunfo de Teherán. El acoso a Irán pasa por crearle problemas internos, claramente teledirigidos desde Washington (amén de las contradicciones internas iraníes), a la vez que se estrecha en torno al país persa un cerco que pasa por Yemen, Arabia Saudita, Omán, Irak y Afganistán.
El problema es que, a día de hoy, es más probable la pérdida de control imperialista de Yemen (en situación prerrevolucionaria y un amplio apoyo de masas al Partido Socialista Yemení) y Somalia y, consecuentemente, del Mar Rojo como ruta del petróleo, así como una derrota en Afganistán y la imposibilidad de retirar el cuantioso despliegue de ocupantes de Iraq. A día de hoy, bien se puede decir que los Estados Unidos están acongojados.