Asistimos al inicio de una nueva espiral de la extensión y la profundización de la crisis imperialista. La bancarrota de Grecia, que afecta inmediatamente a Portugal y España, amenaza con arrastrar a los demás países de la Eurozona, lo que agravará la situación, ya de por sí desesperada, de los Estados bálticos y del Este.
Nadie se acuerda, a estas alturas, de aquellas promesas, grandilocuentes y pretenciosas, de «refundar el capitalismo». Y quedaron en nada los discursos sobre el «control de los mercados» y la «reforma del sistema financiero mundial». Los paraísos fiscales, auténticos nidos de la especulación improductiva, del blanqueo de dinero, la fuga de capitales y la evasión de impuestos, a los que, presuntamente, iban a meter en vereda, continúan campando a sus anchas, a salvo de cualquier control y a despecho de ninguna norma legal ni moral.
La inmunda especulación fraudulenta internacional de capitales con los «productos de alto riesgo» levanta de nuevo su mugrienta cabeza, a pesar de los bienintencionados y patéticos discursos del presidente norteamericano y de los aspavientos impotentes de los líderes de los gobiernos europeos.
Los banqueros, los empresarios monopolistas, los terratenientes y las grandes fortunas mantienen sus privilegios fiscales, reparten a manos llenas los beneficios que les reportan la crisis y el sufrimiento de la mayoría de los ciudadanos, y frenan cualquier veleidad de reforma fiscal y de aumento de los impuestos directos y progresivos por parte de unos gobiernos que, no en vano, les deben su existencia a cuenta de los préstamos, nunca cobrados, para desarrollar las carísimas campañas electorales que les permiten sostenerse en el Poder.
De tal manera que las causas profundas de la crisis económica, que no son otras que el acaparamiento de la riqueza en manos de un número cada vez más reducido de individuos y la depauperización y la disminución de la renta disponible y de la capacidad de consumo de la inmensa mayoría, continúan intactas y plenamente vigentes.
Agravándose, además, por el acelerado proceso de concentración de la propiedad, a través de la absorción, por parte de los grandes monopolios y las multinacionales, de un creciente número de pequeñas y medianas empresas condenadas a la ruina por el sistema del capitalismo monopolista, muy adentrado ya en su fase histórica final de decadencia y descomposición económica, política y moral.
En nuestro país, Archipiélago ultraperiférico -o, para decirlo sin eufemismos, territorio africano residual del antaño Gran Imperio colonial español-, completa y fatalmente dependiente de las exportaciones agrícolas a los mercados europeos y de la recepción de turistas de aquel continente, las repercusiones de la galopante crisis económica del imperialismo euronorteamericano no se han hecho esperar.
Con un treinta por ciento de la población activa en paro y un incesante goteo de cierre de empresas, más la drástica disminución de la inversión pública y los recortes salvajes en los gastos sociales, nos toca soportar las más dramáticas consecuencias de la hecatombe económica y social que se nos viene encima.
Y lo peor no es que los capitalistas y sus gobiernos carezcan de soluciones, ni que sean incapaces de ofrecer otra alternativa más que el engaño masivo y la impúdica manipulación estadística. Lo más grave es que pretenden aprovecharse de la situación para dar una vuelta más de tuerca a la explotación de los trabajadores asalariados, los autónomos y los pequeños empresarios.
No se les ocurre otra cosa, los muy miserables, que, con el pretexto de la crisis, presionar descaradamente para bajar los salarios, las pensiones y las prestaciones sociales, subir los impuestos indirectos que gravan al consumo de las masas populares y precarizar, aún más, el empleo, acabando con la negociación colectiva, la indemnización por despido y el control público de la contratación laboral.
Y, por supuesto, los partidos del tripartito, desde Coalición Canaria, con los aullidos histéricos de Paulino Rivero sobre la urgencia de la «reforma laboral», hasta el Psoe-Nueva Canarias y el PP, se alinean sin fisuras en la defensa de los intereses de los banqueros y los grandes capitalistas para obligar al pueblo trabajador a pagar los platos rotos por su ambición sin límites y su descarnada avaricia.
En estas circunstancias, los asalariados del sector público y del privado, los autónomos y los pequeños empresarios trabajadores de Canarias, necesitan, como el aire y el pan, la emergencia de una fuerza política que represente sus intereses vitales y defienda su derecho a una vida digna. Y que se enfrente con decisión a la explotación y la opresión de la consolidada alianza entre los monopolios imperialistas españoles y europeos y la burguesía capitalista terrateniente, hotelera y comercial isleña.
Y esta nueva fuerza política sólo puede surgir del reagrupamiento y la recomposición del conjunto de la izquierda transformadora del Archipiélago, reunida bajo una propuesta unitaria y popular, y en torno a un Programa democrático, antimonopolista y antiimperialista.
Y, desde luego, solamente el Bloque Comunista, surgido al calor de las reivindicaciones obreras y populares expresadas el Primero de Mayo -en lo que, sin temor a exagerar, debe considerarse un acontecimiento histórico en las Islas- reune, en la alianza de los tres partidos comunistas hermanos, las capacidades políticas, la perseverancia y la determinación revolucionarias, la lucidez y la conciencia unitarias, imprescindibles para aglutinar a todos los luchadores del pueblo trabajador del Archipiélago.
Y es, precisamente, en los comunistas en los que recae el papel de vanguardia y la alta responsabilidad de promover el reagrupamiento de la izquierda canaria y dirigir -con la fuerza de su ejemplo de entrega incondicional a los ideales y los intereses populares- a todos los partidos, grupos y colectivos que, de una u otra manera, y desde las esferas de la lucha política, sindical, ciudadana, juvenil o cultural, laboran por la defensa de los derechos de la mayoría de los ciudadanos de las Islas.
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