Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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Imperio, Ceuta y Melilla

In Actualidad, África on 20 agosto, 2010 at 0:01

Teodoro Santana


La principal “razón” que aduce el Estado español para mantener la ocupación de las plazas coloniales de Ceuta y Melilla es que “eran ciudades españolas antes de que existiera Marruecos”. Argumento que no sólo no es cierto, sino que llevaría a la paradoja de que España ocupara Buenos Aires, Caracas, San Francisco o Manila, todas ellas “ciudades españolas” antes de que existieran formalmente sus respectivos países actuales.

No hay argumento posible para justificar la pervivencia del colonialismo hispano en África. Ni en lo que se refiere a los territorios ocupados a Marruecos, ni en lo que se refiere a Canarias. Pero he aquí que todas las fuerzas del nacionalismo imperialista español, a babor y a estribor, cierran filas en torno a la “españolidad” de las plazas fuertes ocupadas, llegando al extremo de pedir “mano dura” con Marruecos, ese reino “moro” que se atreve a reclamar lo que es suyo.

Cierto es que la monarquía alauita es una tiranía opresiva. Que todos los recientes aspavientos fronterizos cuentan –como no podía ser menos– con las bendiciones y hasta el impulso de la casa real marroquí. Que se trata sólo de una maniobra de presión para forzar a España a respaldar la postura de Marruecos para continuar con su ocupación criminal del Sahara Occidental. Pero nada de esto sirve para obviar la realidad de que la ocupación colonial española debe desaparecer del último metro y del último centímetro del territorio nacional de Marruecos.

La visita del rey español a Ceuta y Melilla en noviembre de 2007, auténtica árnica para la monarquía en su momento de mínima popularidad, de banderas republicanas en las calles y de quema de sus fotos, inició el actual conflicto en tanto en cuanto supuso un serio agravio a la dignidad nacional de Marruecos. Y, a la vez, la oportunidad del rey y la corte marroquíes para apretarle las tuercas a España.

Una España que lo tiene difícil. Sus intereses económicos y los de sus grandes oligopolios se reparten entre Marruecos y Argelia. Adoptar una postura favorable a Marruecos dañaría sus intereses en Argelia, y viceversa. Por si fuera poco, Marruecos, socio prioritario de la Unión Europea y aliado preferente de la OTAN, tiene amigos muy poderosos: Francia y EEUU, como se comprobó cuando Washington obligó a España a retirarse de lo que este país europeo consideraba parte de su territorio nacional. La salida del islote de Perejil ha sido la –por ahora– última humillación del otrora omnímodo imperio español.

Por su parte, la estrategia del gobierno de Marruecos es tirar de la cuerda sin romperla del todo. No sólo tiene que conseguir aliados para su “solución” en el Sahara ocupado, sino que sus intereses en la Unión Europea (y sus mercancías) pasan, en buena medida, por España. Ese tira y afloja, que un acogotado gobierno español define como “las buenas relaciones de vecindad”, seguirá con sus altibajos, pero no puede resolverse mientras no se descolonicen Ceuta y Melilla.

El daño colateral de todo esto es que buena parte de la izquierda española, siempre pensando en clave electoral, asume los postulados imperialistas y no se atreve a exigir la retirada española de ambas plazas coloniales y su devolución a Marruecos.

Cierto que tal postura no iba a ser acogida con aplausos por la mayoría de los españoles, aún imbuidos de una arrogancia imperialista que ya sólo existe en sus mitos culturales. Pero sumarse a ella no lo va a hacer más fácil. Y es, desde luego, una impresentable traición a los principios democráticos y anticolonialistas, propia de lo que no cabe sino definir, como en el caso de la gauche francesa respecto a Argelia, como izquierda imperialista o socialimperialismo.

Y lo mismo se puede decir de la negativa a asumir el derecho de Canarias a la descolonización y la independencia.


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Fidel, Obama y la guerra que no debe hacerse

In Actualidad on 20 agosto, 2010 at 0:00

Enrique Ubieta Gómez

Los medios corporativos del gran capital repiten como si fuese una verdad consabida: “los revolucionarios son violentos” y los que abogan por mantener el status quo –es decir, los capitalistas–, “son tolerantes”, y están en disposición de estrechar la mano del adversario. Como que aquellos suelen ser o representar a los poderosos, el concepto de “paz” es reducido a la aceptación por el oprimido de su condición, y en caso extremo, a la búsqueda de formas menos evidentes o más eficaces de explotación. ¿Sería capaz el capitalismo –su expresión más radical: el imperialismo–, de actuar en el bien de la Humanidad, de trascenderse a sí mismo?.

Asistí a un acontecimiento trascendental: el revolucionario vivo más emblemático del siglo XX e inicios del XXI –un hombre que dentro de unos días cumplirá 84 lúcidos años–, alertaba sobre el peligro de una nueva guerra mundial, explicaba las consecuencias tremendas que tendría la conflagración, esta vez casi inevitablemente nuclear y se dirigía al Presidente del estado imperialista más poderoso del siglo XX e inicios del XXI, con la esperanza de que entendiera a tiempo la responsabilidad que asumía si ordenaba su inicio: “Quiso el azar que, en ese instante preciso, el Presidente de Estados Unidos sea un descendiente de africano y de blanco, de mahometano y cristiano. ¡No la dará!, si se logra que tome conciencia de ello. Es lo que estamos haciendo aquí”.

El revolucionario Fidel no intervenía esta vez a favor de su país, ni siquiera de su región –no directamente involucrada–, sino de la Humanidad, hablaba como ciudadano del mundo: la guerra acabaría incluso con el bienestar de los ricos. La civilización que compartimos todos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, podría quebrarse. Lo hacía un día después de conmemorarse el aniversario 65 del lanzamiento injustificado de la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, y trataba de convencer al presidente actual del país que había ordenado aquel acto de prepotencia y barbarie.

Los resultados de una guerra nuclear hoy serían mucho más devastadores, advertía. Como apuntaba uno de los diputados en el encuentro, los jefes de estado que promueven la guerra, ostentan irónicamente el Premio Nobel de la Paz; el demandante de la paz, el revolucionario Fidel, no. Por eso sus preguntas son tan importantes: ¿cree alguien que el poderoso imperio retrocedería en la demanda de que los mercantes iraníes sean inspeccionados?; ¿cree alguien que a los iraníes –un pueblo de milenaria cultura, más relacionado con la muerte que nosotros–, le faltará el valor que hemos tenido nosotros para resistir las exigencias de Estados Unidos?; ¿tienen alguna solución para esta contradicción?.

Si pudiesen ser conciliadas estas preguntas –no como acto de fuerza, no como triunfo de los intereses del más fuerte–, “la población del planeta (podría) ser regulada; los recursos no renovables, preservados; el cambio climático, evitado; el trabajo útil de todos los seres humanos, garantizado; los enfermos, asistidos; los conocimientos esenciales, la cultura y la ciencia al servicio del hombre, asegurados. Los niños, los adolescentes y los jóvenes del mundo no perecerán en ese holocausto nuclear”.

La sala plenaria del Palacio de Convenciones estaba abarrotada, porque además de sus legítimos ocupantes, los convocados diputados a la Asamblea Nacional, asistían invitados, periodistas nacionales y extranjeros, y miembros del cuerpo diplomático. Cubavisión y CNN trasmitían en vivo el mensaje. TeleSur enviaba a su comentarista político más avezado. Aunque no vestía el uniforme de Comandante en jefe, Fidel usaba una camisa verde olivo: es su símbolo, el de un guerrero de las ideas que defiende una paz inclusiva.

La expectación por verlo se justificó. Sin embargo, un hecho ya preocupa: CNN no quiso, no pudo, no supo trasmitir en sus cintillos el mensaje central, que era la exhortación a Obama. Hizo como si informara, y eludió cualquier alusión a la guerra que se prepara: “Castro habló de tensiones entre Estados Unidos e Irán”, dijo para no decir nada. “El ex presidente se refirió a temas internacionales”, agregó. Ciertamente, Fidel es noticia, su sola presencia. Pero la Humanidad espera que quienes toman decisiones que afectan a todos, sepan escuchar. Insistamos en repetir las advertencias de Fidel, para que lleguen a Obama.