Leí en Canarias-Semanal un artículo de la cubana Flor de Paz de Lázaro (La razón de Darwin), quien desde hace 15 años se dedica al periodismo científico y cuyos artículos leo regularmente, en el cual la divulgadora hace una serie de afirmaciones -no siempre en primera persona- acerca de la teoría de la evolución darwiniana y su desarrollo, así como de las “evidencias” y disciplinas científicas que respaldan la versión moderna de esta teoría, que considero merecen ser analizadas crítica y concienzudamente desde otro ángulo.
Desde luego que tanto lo que expone Flor de Paz como lo que yo trataré de explicar, se enmarca en una vieja y prolongada discusión ideológica y científica que muchos, por interés, tratan de invisibilizar, y otros por desconocimiento, ignoran completamente: el darwinismo y la moderna teoría sintética como núcleo predominante e indiscutible de la teoría de la evolución y su implicación ideológica.
Tanto la periodista como el Doctor Vicente Berovides Álvarez -en quien se apoya la periodista en su artículo-, profesor de la Universidad de La Habana desde hace más de cuatro décadas y especialista en Biología poblacional y conservación de recursos bióticos, defienden la postura hegemónica que reina tanto en el mundo científico como en la vida social y cultural desde hace muchísimo tiempo, y cuya condición se ha ido elevando poco a poco hasta convertirse en una especie de teoremum matemático irrebatible. Además, se expresan en los mismos términos que los académicos, científicos y divulgadores de los países capitalistas y sostienen las mismas conjeturas. Y no es que por ello necesariamente deba considerarse errónea la posición de los dos expertos cubanos, asumiendo de forma maniquea que todo lo que se dice en las universidades capitalistas es mentira, sino porque en esta cuestión concreta, donde se entremezclan la ciencia y la ideología, se ha impuesto una idea de forma dogmática hasta el punto de que no se reconoce (cuando no se desprecia directamente) a la multitud de prestigiosos científicos profesionales que se atreven a criticar ese paradigma y lo consideran superado por la multitud de pruebas científicas que lo desmontan.
¿Y cuál es este paradigma del que hablamos? Flor de Paz lo esboza en su artículo: Charles Darwin “descubrió el engranaje fundamental de la evolución y lo resumió en la más importante teoría científica que aún sirve de sustento a todas las concepciones evolucionistas”; la selección natural, que mantiene íntegra su esencia aunque haya sido ampliada y mejorada, “constituye un mecanismo de transformación capaz de dar lugar a nuevas especies”; la teoría sintética (también conocida como postdarwinismo o nueva síntesis) restableció la teoría original de Darwin; las nuevas especies aparecen de forma gradual; la evolución como resultado de la selección natural queda reforzada, cada vez más, por los avances de la genética; y, “el núcleo central de la teoría de la evolución –los mecanismos por mutación y selección natural- básicamente no va a ser alterado por ningún descubrimiento” (Berovidez Álvarez).
Sin ánimo de pretender corregir a la periodista y al experto en Biología (¡nada más lejos de mi intención!), quienes han dedicado profesionalmente un tiempo infinitamente mayor que yo al estudio de la materia, sí que me gustaría como indiqué en el título, hacer unas apreciaciones al respecto de tales aseveraciones para fomentar la reflexión crítica y constructiva que, aunque se silencie, existe sobre el tema.
No está de más empezar a reivindicar, en primer lugar, la lectura y estudio de Darwin a través del propio Darwin, y no lo que nos cuentan los «expertos» sobre su pensamiento, porque así haríamos justicia y reconoceríamos a Darwin como el primer crítico con lo que vino a ser luego el darwinismo y sus teorías centrales. Por ejemplo, no estaría de más leer La variación de los animales y las plantas en domesticidad, publicado diez años después de El origen de las especies, para verificar la actitud crítica de Darwin respecto a sus enseñanzas.
El paradigma evolutivo que prevalece señala que la “Teoría de la Evolución” es sinónimo de darwinismo. Casi no se distingue entre ambos conceptos, como si la teoría evolutiva estuviese compuesta en un 95% de las teorías de Darwin y el 5% restante de las demostraciones de diferentes ciencias que avalan dichas teorías. Y evidentemente en materia evolutiva las ideas de Darwin no son el todo, ni están tan científicamente comprobadas (de hecho para muchos científicos sucede todo lo contrario), ni están definitivamente acabadas, ni son irrefutables.Y esto es válido también para el neodarwinismo y las teorías que complementaron, aunque fuese difusa y ambiguamente, el «viejo darwinismo».
La realidad del funcionamiento de la vida y la evolución, según postulan diversos especialistas de diferentes campos, contradice completamente a la visión neodarwiniana reduccionista que simplifica este último fenómeno con explicaciones que defienden el principio de las mutaciones lentas, graduales y azarosas.
En cuanto a las leyes de Mendel, hay que recordar que también comparten con el darwinismo a sus críticos detractores. Sus descubrimientos fueron rechazados y muchos científicos concluyeron que falsificó sus resultados (el primero de ellos Willian Bateson, que encima era mendeliano) y que no elaboró sus leyes en base a los mismos.
También es interesante constatar que la idea de la transmisión simple de los caracteres complejos, matiz más importante del denominado “redescubrimiento” (de las leyes mendelianas), está desnutrida ante tantas excepciones tales como la pleiotropía, codominancia, recombinación, etc., que son un cúmulo de evidencias contradictorias con tal idea mucho mayor que el que representan las confirmaciones que la avalan. Y, además, que los conocimientos predominantes en la década de los treinta y que respaldaron el neodarwinismo, como explica Flor de Paz, provenían de matemáticos con pocos conocimientos de genética en un momento histórico en el que hasta los propios genetistas estaban en pañales. En cambio en los últimos 20 años han habido importantes descubrimientos que son totalmente desdeñados y que apuntan en la dirección contraria. De esto no se habla.
El mendelismo, que fundamentó el neodarwinismo tras la reconciliación de ambas doctrinas, puesto que durante tres décadas aproximadamente (1900- 1930) más bien estuvieron divorciadas, se sitúa en una corriente genetista particular, que es la que está asociada al pensamiento de August Weismann, Thomas Hunt Morgan y otros que se han ido imponiendo paulatinamente sobre otras corrientes de biólogos y demás científicos (¡que existen!) a medida que se desarrolló la genética otorgando el protagonismo absoluto, en la teoría de la evolución, a los genes. Y esa tendencia es el caldo de cultivo para que se encorsete el estudio de la evolución en lugar de impulsar el análisis multidisciplinar, como en su día defendió Engels.
Dicho sea de paso, el paradigma científico-ideológico que emana de las teorías seleccionadas de estos científicos (las que no interesen se ocultan) que fascinan a la burguesía, al final no hace sino justificar el racismo, las desigualdades sociales, y el orden socio-económico establecido que se mantiene por medio de la violencia. Y no hablamos en este punto del geneticismo o del darwinismo social de Herbert Spencer y Francis Galton (primo de Darwin y padre de la eugenesia), sino de muchas ideas del propio Darwin (que a cualquiera pondría los pelos de punta) y del mendelismo que sustenta el neodarwinismo, así como de otros científicos que están en la misma línea, que han inspirado a los poderes fácticos para desarrollar y justificar políticas realmente inhumanas.
Más que afirmar que el núcleo central de la teoría de la evolución (que en mi opinión, el doctor Berovidez debería referirse escrupulosamente a la teoría sintética neodarwiniana) no será alterada por ningún descubrimiento, habría que cuestionarse que, si igual que las teorías evolutivas expresadas por Darwin a día de hoy no ofrecen, por sí solas, respuestas integrales para ningún científico, el neodarwinismo no correrá la misma suerte frente a la multitud de evidencias de diferentes campos científicos (embriología, registro fósil, genética molecular…) que impugnan radicalmente a la teoría del mecanismo de la selección natural.
No está de más recordar que Darwin se inspiró y nutrió de las ideas de Thomas Malthus y Herbert Spencer, a los que atribuyó la autoría intelectual de los conceptos de “lucha por la vida” y “supervivencia del más apto”. Que fue Spencer, filósofo y economista, quien en 1851 acuñó este último término en su libro La Estática Social para “explicar” como se rigen las relaciones sociales y justificar la pobreza, las desigualdades de clase y la explotación en base a supuestas Leyes Naturales. Que las ideas de Darwin estaban impregnadas hasta la médula de la sociedad victoriana inglesa del siglo XIX. Y que la burguesía, en aquel entonces (a diferencia de la aristocracia que ridiculizaba a Darwin) y ahora, defendió y difunde todas las teorías desarrolladas hasta la cristalización del neodarwinismo, para que impere el arquetipo científico preeminente que fortalece a la ideología dominante en base a la justificación de la existencia de países colonizadores y colonizados, explotadores y explotados, ricos y pobres, y su reproducción a escala local entre individuos superiores e inferiores.
El neodarwinismo, la «indiscutible, única y perfecta» Teoría de la Evolución, es también la base teórica de la Biología moderna. Con lo cual se trata de un asunto muy serio. Y la realidad es que esta base es muy insuficiente y tiene multitud de lagunas. Por lo tanto, bien haríamos en abordar la cuestión de una forma muy crítica y menos conformista.
Entiéndase, por lo tanto, esta crítica como una aportación que pretende enriquecer el desarrollo argumentativo que Flor de Paz esgrime en su artículo. Que muestra someramente algunos elementos discordantes con el mismo, defendidos por autoridades científicas y conocedores de la materia, que además de criticar por distintas razones el neodarwinismo y las bases de la biología moderna aportando multitud de evidencias que las desacreditan, mantienen alternativas ninguneadas. Y también destacar la importancia que en este tema tiene la ideología de la clase dominante que se alimenta de las teorías científicas o pseudeocientíficas (según el caso) para justificar el orden establecido en la moderna sociedad burguesa.
A fin de cuentas, lo que buscan los seres superiores, los burgueses capitalistas, es, mediante el determinismo genético, eximir con ropajes científicos la opresión, explotación e incluso el exterminio de los seres y pueblos inferiores, o sea el proletariado y campesinado. Y en todo esto, los comunistas haciendo honor a la afirmación de Lenin de que la verdad es siempre revolucionaria, debemos de distinguir entre la verdad tal como es y la verdad tal como la vemos. En este caso, entre la realidad tal como es y como la ve la clase dominante.