Editorial de
Diario del Pueblo
En su mensaje de Navidad sobre “paz y esperanza”, el Papa Benedicto XVI criticó directamente a China por “las limitaciones que impuso a la libertad de credo.” El pontífice sonaba más como un político occidental que como un líder religioso.
El Vaticano es el único estado de Europa que no ha establecido relaciones diplomáticas oficiales con China. Aún cuando las relaciones entre los dos países han estado mejorando en estos últimos años, mientras el Vaticano rechace suspender sus “lazos diplomáticos” con Taiwán, e insista en arrogarse el derecho a designar a los sacerdotes católicos en China, será difícil conseguir mejoras permanentes.
Las observaciones de Benedicto no son nada nuevo. Los sacerdotes católicos chinos sostuvieron una conferencia en fecha reciente, en la cual eligieron a sus propios líderes sin el reconocimiento del Papa, como han hecho siempre. Esto irritó al líder religioso, que desea reinar sobre todos los católicos del mundo.
A través de la historia, abundan los registros sobre conflictos entre el Vaticano y sus vástagos cristianos. Antes de inmiscuirse en los asuntos internos de China, el Papa debería reconsiderar el supuesto papel del Vaticano como protector de la libertad religiosa.
El mundo está cambiando, al igual que el ambiente social y político donde se acomodan las creencias religiosas. El Vaticano no tiene ningún poder para controlar la dirección y velocidad de los cambios del mundo, y no debería intentarlo. Las iglesias católicas son parte de la vida religiosa del pueblo chino. El Vaticano debe aceptar el hecho de que existe libertad de credo en China, siempre y cuando la religión no entre en contradicción con las leyes del país.
En los últimos años, la Santa Sede ha intentado repetidamente interferir en las conferencias católicas llevadas a cabo en China, y ha amenazado incluso con castigar a los sacerdotes que participan en ellas. Su obstinación en mezclarse en la política no parece disminuir con el tiempo -hace 60, años cuando se fundó la República Popular China, el Vaticano intentó que las iglesias católicas chinas rechazaran cooperar con el nuevo gobierno, pero no lo consiguió.
La creencia religiosa es una elección personal. Sin embargo, cada persona también tiene una identidad limitada por la ley, por su ciudadanía. La afirmación del Vaticano de que la identidad religiosa va más allá de todo es dañosa y poco realista, e incluso perniciosa para un país integrado por varias etnias y religiones. China tiene una gran cantidad de católicos, así como de musulmanes, budistas y taoistas. Si cada grupo se subordinara a un centro de poder foráneo, China quedaría incompleta.
Afortunadamente, la mayor parte de los grupos religiosos principales tienen buenas relaciones con China. El Vaticano, que es parte de las excepciones en ese sentido, lo que exige de China es poder, no refrendar las verdaderas bases de la creencia católica. Hasta ahora, sus acciones no han conseguido mucho apoyo mundial.
Más tarde o más temprano, el Vaticano tendrá que ajustar su política hacia China.