Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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Los trabajadores canarios soportan los salarios más bajos y la jornada laboral más larga del Estado

In Actualidad, Economía, Laboral on 31 marzo, 2011 at 10:52

Según la Encuesta Trimestral de Coste Laboral del Instituto Nacional de Estadística (INE) español, correspondiente al cuarto trimestre de 2010, los costes salariales de las trabajadoras y los trabajadores canarios son los más bajos de todo el Estado, alcanzando apenas los 1.608,90 euros frente a la media estatal de 1.992,90 euros (384 euros menos, un 23,87%). Los canarios soportamos también la jornada laboral más larga, con 155,2 horas mensuales pactadas (137,2 efectivas), frente a la media española de 152,5 horas (130,9). Una cosa y otra hacen que la hora de trabajo de los asalariados de las Islas sea la más barata: 12,13 euros frente a 15,22 de media estatal (inferior un 25,47%).

En el total de costes laborales, también son las trabajadoras y los trabajadores canarios los más baratos, con 2.165,68 euros frente a los 2.642,17 del conjunto del Estado (476,49 euros menos, un 20%), lo que supone un coste total por hora de 16,32 euros, frente a los 20,18 de media estatal (un 23,65% menos).

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Nubarrones otoñales en la «Primavera Árabe»

In Actualidad on 31 marzo, 2011 at 0:01

Ulises Canales


Si Túnez y Egipto sorprendieron y cautivaron, Yemen, Bahrein y, sobre todo, Libia empiezan a pasar una peligrosa y carísima factura al mundo árabe, cuya unidad y la pretendida soberanía respecto a Occidente posiblemente queden hipotecadas.

Las protestas por cambios sociales y democráticos en Túnez y Egipto derrocaron a los presidentes Zine El-Abidine Ben Ali y Hosni Mubarak, respectivamente, pero también confirmaron el ya sabido doble rasero de Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea (UE) en Medio Oriente.

Occidente pasó tardía, pero súbitamente, del apuro de ver caer regímenes a los que respaldó durante décadas, a tratar de convencer de que es coherente con su peculiar visión de los derechos humanos, y para ello era vital bombardear Libia.

Más allá del malestar inicial por el alto desempleo, bajos salarios, pobreza y galopante corrupción, las manifestaciones callejeras ganaron en dimensión y trascendencia a medida que llamaron a acabar con décadas de falta de libertades políticas y leyes represivas.

El clamor popular, alentado mediante redes sociales en Internet, puso en jaque a gobiernos republicanos y monárquicos que, al igual que las potencias mundiales, se vieron forzados a utilizar una retórica aperturista y populista, aunque sin atisbos de cambios sustanciales.

No es casual que las promesas de reformas políticas en Jordania, Arabia Saudita, Bahrein, Iraq, Marruecos, Argelia y Omán, sean insuficientes para millones de ciudadanos que diaria o semanalmente se manifiestan en sus calles pidiendo transformaciones estructurales. El sultán de Omán pareció ser el que más poder disuasivo tuvo, ayudado al igual que el rey de Bahrein por un fondo de 10 mil millones de dólares del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) para proyectos de infraestructura, empleo y viviendas.

Pero ni el anuncio de elecciones municipales sauditas, ni el pago de pensiones a desempleados bahrainíes, ni el reajuste del gobierno y la presión del rey jordano al parlamento para combatir la corrupción, aplacaron los reclamos de cambios constitucionales.

Mucho menos efectivas han sido las progresivas concesiones del presidente Ali Abdulah Saleh, cada vez más acorralado por protestas populares a las que se han sumado generales y otros oficiales de alto rango del Ejército y líderes de influyentes tribus yemenitas.

En medio de una inestabilidad de alcance impredecible en África norte y Medio Oriente, la radicalización de las protestas y la reacción ?más o menos represiva- de los gobiernos han sometido a prueba la clarividencia política y diplomática dentro y fuera de la región.

La andanada de visitas a Medio Oriente de jefes de Gobierno, primeros ministros, cancilleres y otros ministros de Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, España y otras naciones europeas, además del secretario general de la ONU, habla por sí sola. De igual modo, la evidente prisa de Occidente para tratar de sacar partido en sociedades convulsas, huérfanas de liderazgo, ávidas de democracia y carentes de recursos -como sucede a Egipto, Túnez o Yemen- ha tenido como partenaire a veteranos e influyentes líderes árabes.

Cualquier nación sacudida por protestas callejeras serviría de ejemplo, pero Libia resulta inmejorable para constatar que en Occidente predomina la tesis de que «a menos muertos, no importa el modo de represión, se es menos malo» y ello exime del peligro de agresión.

Tanto Washington y Bruselas como El Cairo, en su condición de sede de la Liga Árabe (LA) a la que pertenecen 22 países, parecieron obrar así cuando avalaron la imposición de una zona de exclusión aérea sobre el país norafricano, justo cuando morían opositores en Bahrein y Yemen.

En el alegado empeño «salvador» del pueblo libio, Occidente buscó y consiguió -a diferencia de lo ocurrido en Iraq en 2003- arrastrar al mundo árabe a que le sirviera en bandeja de plata una resolución que avaló la posterior decisión del Consejo de Seguridad de la ONU.

La Liga Árabe, cuya presidencia rotativa correspondía precisamente Libia y, por extensión, a su líder Muammar El Gadafi, pidió restringir los vuelos, a sabiendas de que tal medida sólo podían ejecutarla países con poderío aéreo, naval y militar inexistentes en la región.

Una prueba de cuán comprometedora fue la decisión lo aportó el secretario general de la Liga Árabe, Amr Moussa, dirigiéndose a un público regional por lo general escéptico con Estados Unidos y a un electorado egipcio que pudiera votarle para presidente de su país este año.

Moussa condenó los bombardeos indiscriminados porque «difieren» del propósito de la exclusión aérea, pero poco después ante el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, dijo en El Cairo que apoyaba «plenamente» la resolución y «no hay ningún desacuerdo al respecto«.

Sin embargo, el derramamiento de sangre libia, ya sea por choques entre partidarios y detractores de El Gadafi o por los bombardeos indiscriminados de la coalición internacional, saca a relucir divisiones, temores y rencillas religiosas.

Aunque a nivel de la calle en el mundo árabe prevalece la solidaridad a los «revolucionarios libios» que intentan derrocar a El Gadafi, a reyes y presidentes les llueven cuestionamientos por la forma en que se parcializaron a favor de las ex metrópolis coloniales.

Las primeras críticas fueron contra Qatar, el único país árabe que envió cuatro aviones de guerra, pero también contra los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Jordania y Kuwait, que prometieron apoyo logístico a la operación bautizada como Odisea del Amanecer.

A muchos les resultó irritante el doble rasero que en la actual coyuntura llevó al CCG y en particular a pesos pesados como Arabia Saudita y EAU a enviar mil 500 soldados y policías a Bahrein para calzar a la monarquía Al Khalifa en la represión de opositores chiítas.

Para el CCG, que se afirma llevó redactada a El Cairo la resolución con la postura que la Liga Árabe adoptó el 12 de marzo, fue prioritario defender la estabilidad de las monarquías musulmanas sunnitas frente a la insurrección pacífica de la mayoría chiíta bahrainí.

En Bahrein murieron al menos 12 opositores y la entrada de los uniformados sauditas y emiratíes ocurrió días después del paso por Manama del secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates.

Respecto a Yemen, donde sólo en un viernes de rezos y protestas murieron 52 de los más de 70 abatidos por disparos de policías y simpatizantes del presidente Saleh desde el 27 de enero, tampoco se aplica la misma severidad que contra Libia.

El propio Gates durante su visita a Egipto despejó cualquier duda al afirmar que la Casa Blanca «no ha formulado su postura sobre si Saleh tiene que renunciar ni cuándo lo haría. Mientras las cosas estén inestables en Yemen, es demasiado pronto para predecir un desenlace«.

Un abogado bahrainí lo describía como «peligrosa hipocresía» de los políticos árabes, que condenan a El Gadafi por presuntamente masacrar a sus adversarios, mientras asisten a las fuerzas de seguridad de Bahrein en una represión letal contra los chiítas.

Para la administración de Barack Obama es simple: la pequeña isla del Golfo Pérsico sirve de base a la quinta flota estadounidense que patrulla esa zona y es vista por los árabes como la fuerza militar disuasiva frente a la supuesta influencia regional del Irán chiíta.

El Yemen de Saleh, a quien Gates valoró como «importante aliado en la lucha antiterrorista«, es clave para Washington y Riad en el enfrentamiento a Al-Qaeda y el alegado propósito de frenar su expansión en Medio Oriente y el Cuerno de África.

Lo preocupante para todos es que tales antagonismos y la presencia de barcos, submarinos y aviones de guerra occidentales en la región alimenten un radicalismo islámico que hasta ahora ha sido ajeno a movimientos de protestas sin reivindicaciones ideológicas o religiosas.

Según medios regionales, los islamistas acusan a líderes árabes y en particular a la Liga Árabe de arremeter contra El Gadafi para contentar a Occidente, un argumento esgrimido en los casos de Iraq y Afganistán para denunciar sumisión a Washington y justificar actos terroristas.

Pero al mismo tiempo, un ex jefe militar emiratí aseguró que la renuencia de Abu Dhabi a participar a un nivel similar a Doha en la cruzada contra Libia se debió a discrepancias con la falta de visión estadounidense a un tema vital para el Golfo Pérsico. Los sunnitas árabes, sobre todos los del Golfo, consideran las revueltas de los opositores bahrainíes parte de una campaña de Irán, el vecino persa chiíta al que acusan -en sintonía con la retórica hostil occidental- de interferir en asuntos de los árabes de la región.

Siria también registra revueltas y en apenas cinco días se han confirmado más de 15 muertos.

Muchos confían en que la crisis allí no irá a más, pero temen que, en caso de deterioro, las objeciones de Damasco a la resolución de la Liga Árabe contra Libia le pasen factura.

El Gobierno de Bashar Al-Assad está contra la intervención extranjera en Libia, y rechaza toda forma de interferencia en los asuntos internos de aquel país, lo que considera violatorio de su soberanía e independencia y una amenaza a su unidad territorial.

Dentro de las voces chiítas, el líder del movimiento de resistencia libanés Hizbulah, jeque Hassan Nasrallah, también criticó a los países árabes por respaldar al régimen bahrainí en lugar de a sus ciudadanos, contrastándolo con el espaldarazo que dan a los rebeldes libios.

Algún pacifista advertía en una red social que la Odisea del Amanecer implica una peligrosa desventura mediterránea aparentemente interminable, y si nadie duda que las acciones militares cesarán, más temprano que tarde, la unidad de la Liga Árabe es incierta.

Las revueltas revolucionarias que muchos ya etiquetaron como «Primavera Árabe» escribieron en las calles muchos capítulos aleccionadores y florecientes, pero tendrán siempre la sombra de nubarrones otoñales concebidos en palacios.


(*) Ulises Canales es corresponsal de Prensa Latina en Egipto.

La Bolivalogía (X)

In Cultura, Historia, Opinión on 31 marzo, 2011 at 0:00

Víctor J. Rodríguez Calderón

 
 

El problema elemental en la fundación científica de la estrategia revolucionaria la entiende perfectamente Bolívar, él sabe que ésta refiere a la cuestión de la etapa de la revolución en que se encuentra en ese momento como movimiento. Este problema lo encontramos históricamente vinculado a las relaciones existentes entre la revolución libertaria y la contrarrevolución monarquista que busca estabilizarse ahora con mucha más fuerza.

LA RECONQUISTA CANARIA

Se le llamó así por la participación estelar de Domingo Monteverde cuando aprovechó el aumento reaccionario de fidelidad a la corona, evidenciado en los movimientos sangrientos insurreccionales de Valencia. Pero continuemos el proceso histórico que me propongo relacionar.

El terremoto del 26 de Marzo tiene réplicas el sábado de gloria y el 24 de Abril en forma mas violenta aún, esto lo aprovechan los clérigos españoles para incitar al temor de Dios, lo que le abre paso con más fuerza a la insurrección realista, la población se asusta y responde positivamente a estos pedidos. “La circunstancia –dice el historiador Heredia- de haber acaecido esta catástrofe en el mismo día del año eclesiástico cuya venerable solemnidad se interrumpió y profanó dos años antes con el primer acto de la revolución, lleno de terror al común del pueblo y aun a muchos de los que preciaban espíritus fuertes. Uno de los patriotas más entusiasmados me aseguró que en los momentos de mayor angustia le pedía misericordia y perdón al rey tanto como a Dios”.

Desde ese momento la causa revolucionaria empezó a decaer visiblemente. Los fracasos de la administración y la obra de la naturaleza destruían así la endeble obra de unos teóricos considerados ilusos, quienes no comprendieron que perdido el maravilloso elemento de estabilidad y de unión representado por el acatamiento casi místico concedido en América a la Monarquía, los conducía al declive, pues esa unión y esa estabilidad sólo podían conservarse por el ejercicio de una autoridad fuerte y capaz de producir la cohesión social que durante 300 años mantuvo el Derecho, considerado de origen divino, de los reyes españoles.

Pero Bolívar ya sabe la histórica responsabilidad que se le viene encima ante todo este caos social, él sabe que hay que liquidar a Venezuela como colonia, esta es la tarea fundamental de su pensamiento revolucionario, el cual tiene que llevar a la acción, pero para suprimir las cadenas es necesario dos enfrentamientos, el interno, una guerra civil y el externo una guerra contra el imperio español.

Definitivamente es en Marzo de 1812 cuando se inicia con toda fuerza la contrarrevolución que venían preparando Cortabarría desde Puerto Rico y el capitán general Miyares, en Coro. El español Domingo Monteverde salió de Coro al mando de una expedición compuesta de 200 hombres con el propósito de tomar los almacenes de Carora y fue tal el apoyo prestado por los pueblos, que Monteverde después de tomar a Carora ocupó a Barquisimeto y avanzó sobre San Carlos, a pesar de las instrucciones de sus superiores, quienes le advirtieron las dificultades de tomar esta plaza con sus escasas fuerzas. Pero otra cosa pensaba Monteverde, ya conocía las debilidades que carecían los jefes republicanos, él tenía las energías y la crueldad para imponerse derramando la sangre que fuese necesaria.

Cuando asalta a Carora y la toma toda la población patriota fue pasada a cuchillo y la ciudad la entregó al saqueo. Cerca de San Carlos, Monteverde se dirige en los siguientes términos a Ceballos, su inmediato superior: “El entusiasmo de mis tropas y la cobardía que ha manifestado el enemigo me aseguran el buen éxito de cuanto emprenda, y a esto se agrega el asombro que ha producido a todos los vecinos las grandes desgracias que el terremoto del 26 ha causado en los pueblos que se manifiestan en la adjunta relación. No dudo que la conquista de Venezuela será hecha por el ejército coriano. He intimidado la rendición a San Carlos, que sin duda se entregará antes que le suceda lo que a Carora

Su optimismo no era infundado. La poderosa guarnición, con una selecta caballería patriota, desertó inmediatamente y se le unió, lo cual decidió la batalla y le entregó la plaza. Igualmente ocurrió poco después con Valencia, abandonada por los republicanos ante el victorioso avance del ejército español. Miranda cambia entonces de táctica y se dedica a fortificar los principales pasos de acceso a Caracas, mientras Monteverde continuaba su rápida marcha y enviaba a Eusebio Antoñanzas, uno de los más enérgicos y sanguinarios de sus capitanes, a levantar los llanos de Calabozo, de los cuales esperaba sacar ganado y especialmente reclutar nuevos soldados. La toma de San Juan de los Morros, el día 23, abrió en la historia de Venezuela la primera y dramática página de las actividades de los caudillos populares de España. “Ni las mujeres ni los niños –dicen Baralt y Díaz- pudieron encontrar piedad». Complaciese el capitán Antoñanzas en perpetrar el crimen con sus propias manos, siendo el primero en poner fuego a las casas y en alancear a los desgraciados que salían huyendo de las llamas. Allí empezó su horrible celebridad y la serie no interrumpida de atrocidades que mancharon después la guerra entre los partidos”.

Mucho se ha criticado a Miranda por su táctica defensiva y mucho se la criticaron entonces los oficiales venezolanos, pues ninguno de ellos se explicaba como disponiendo de un número superior de tropas al de Monteverde, optaba por la inactividad en cambio de tratar de destruirlo en un ataque inmediato. Esta extraña conducta no carecía de serios fundamentos. Miranda vio en San Carlos que la batalla se decidía porque sus tropas se incorporaban a los ejércitos enemigos, y en la acción de los Guayos, donde los republicanos disponían de 4.000 hombres, no pudo evitar que más de la mitad de los mismos, al avanzar Monteverde, se negara primero a hacer fuego y después abandonara las filas para unirse a las tropas realistas.

Como se notará, esta conducta reflejaba que en el plano de la dirigencia militar, del liderazgo, la revolución entraba cada vez más en peligro pues se alimentaba siempre por sentimientos y concepciones empíricas y espontáneas y por un terrible desconocimiento tanto del terreno de lucha, como de la tropa combatiente.

Miranda optó entonces por la defensiva, con el fin de conservar posiciones esenciales mientras trataba de obtener ayuda militar de Inglaterra. Delpech, uno de sus oficiales, fue enviado en misión especial ante las autoridades de las vecinas colonias inglesas; el francés Du Cayla partió para las Antillas a reclutar aventureros y en notas repetidas, Miranda se dirigió al gobernador de Curazao solicitándole ayuda. Lo mismo hizo en cartas a Richard Wellesley, a Bentham, a Lord Castlerag, a quienes pidió encarecidamente intervinieran en su favor cerca del gobierno británico.

Con un ejército aquí, el generalísimo abandona las soluciones revolucionarias militares y las sustituye por las diplomáticas. Bolívar obtenía, gracias a las influencias del marqués del Toro y sin la autoridad de Miranda, el cargo de comandante de la plaza de Puerto Cabello, cargo que asumió en los primeros días del mes de junio.

En el Castillo de San Felipe situado en esta plaza, permanecían prisioneros un numeroso grupo de españoles, detenidos durante la insurrección de Valencia, quienes clandestinamente mantenían activa comunicación con el exterior, porque muchos ciudadanos de los alrededores de la plaza eran decididos partidarios de la causa realista. Esta acción llevó a Bolívar a tomar una actitud radical de severidad con sus habitantes, que no demoró en aumentar las notorias simpatías de éstos por los españoles y en ganarse allí el calificativo de “tirano”.

En este ejemplo inicial, Bolívar enseña que toda acción revolucionaria, todo arte de dirigir las luchas de las masas, tiene que tener un fundamento fuerte, científico, objetivo. Y, al revés, todo análisis objetivo, el desarrollo de la política revolucionaria como ciencia, se apoya desde que se comienza, en sus vínculos con la práctica revolucionaria.

Esta acción de los habitantes como interlocutores de los detenidos en el castillo ¿fueron la causa del grave fracaso que no tardaría en sufrir Bolívar? Por supuesto que no, la política contraria opuesta a la revolución llevada por el generalísimo, presentaba como resultados la permanente deserción de sus tropas y agréguese a éste el garrafal error del descontento de subestimación hacia las tropas patriotas y éstas hacia Miranda. El fracaso que se llevó Bolívar en Puerto Cabello sólo puede explicarse por las escasas vinculaciones de las masas con la causa emancipadora y de ninguna manera por la drástica energía desplegada por él.

El 30 de Junio, encontrándose Bolívar en su habitación, escuchó de repente un tiroteo y al indagar sobre su origen, se le informó que en San Felipe los detenidos, apoyados por algunos oficiales de la guarnición, se habían apoderado del Castillo y enarbolaban la bandera del rey. Como en San Felipe estaban los víveres, las armas y municiones de la plaza y su posición elevada sobre la misma le permitía dominarla no vaciló, la situación era gravísima, pero Bolívar inmediatamente ordenó a sus tropas cimarroneras ir al contrataque y ordenó abrir fuego contra los poderosos muros de San Felipe, de donde no tardaron en responder con efectos mortíferos para sus fuerzas, colocadas en fuerza muy inferior.

Cuenta Gual que al recibir Miranda la noticia exclamó con acento amargo y dramático “Venezuela está herida en el corazón”. La actitud del generalísimo, a partir de este momento, ha sido variablemente interpretada con relación a Bolívar. Para algunos, a la pérdida de Puerto Cabello no pueden imputársele las consecuencias que Miranda quiso atribuirle, pues en los planes estratégicos del generalísimo Puerto Cabello “era sólo un coeficiente de seguridad, menos que esto, casi un punto muerto”. En cambio para los enemigos de Bolívar, Puerto Cabello constituía, con su poderosa fortaleza y sus depósitos de viveras y armas, el centro de la estrategia militar de Miranda, en lo cual se fundan para inculpar al revolucionario de los desgraciados acontecimientos de 1812.

Pero veamos los verdaderos hechos y saquemos conclusiones: Existe una conducta que permite comprobar como dentro de los planes de Miranda, Puerto Cabello no tenía la exagerada importancia que se le pretendió dar: Primero, su negativa a auxiliar a Bolívar, cómo este se lo pidió encarecidamente. Si Miranda hubiera pensado que aquella posición le era dispensable, algo hubiese hecho para auxiliar a su comandante. Pero ocurrió todo lo contrario: por una parte, no tomó medidas para ayudar a Bolívar y por la otra, trató de aprovecharse de este desgraciado acontecimiento para convencer a sus tropas de que ya no había objeto en continuar la lucha y debía proceder a buscar un armisticio honroso para suspender el inútil derramamiento de sangre. Perdida su esperanza en una posible ayuda extranjera se decidió a aprovechar la pérdida de Puerto Cabello para justificar el abandono, que por falta de fe y por falta de principios, se preparaba a hacer de la causa de la República.

En la madrugada del 1º de Julio, el Bergantín “Argos” fue atacado desde el castillo San Felipe e incendiado, su capitán Camejo desertó con 120 hombres, Bolívar al ser informado de esta operación se encontró perdido y desamparado, entonces no tuvo otra alternativa que sentarse y escribirle esta carta a Miranda: Ahora, que son las tres de la mañana, os repito como un oficial indigno de serlo, con la guarnición y los presos, se ha sublevado en el casillo de San Felipe y ha roto el fuego desde la una de la tarde sobre esta plaza: en el Castillo están casi todos los víveres y municiones, y sólo hay por fuera 16.000 cartuchos. La goleta Venezuela y el comandante Martínez han sido apresados. Los demás buques se hallan bajo sus fuegos como bajo los míos, y solamente el Celoso se ha salvado, muy estropeado. Debo ser atacado por Monteverde, que ha oído ya los cañonazos; si vos no lo atacáis inmediatamente y lo derrotáis, no sé como puede salvarse esta plaza, pues cuando llegue este parte, debe estar atacándome.

El silencio de Miranda fue oscuro, nada respondió a este llamado angustioso, ni tomó providencia seria para auxiliar al comandante del Puerto. Como Bolívar lo había previsto, no tardaron en llegar los refuerzos enviados desde Valencia por Monteverde. Obligado por las adversas circunstancias abandonó la plaza y se embarcó en el bergantín Celoso rumbo a la Guaira.

La pérdida de Puerto Cabello, que para Miranda y su cofradía fue simplemente la pérdida de una plaza, para el revolucionario significó la suprema derrota de su vida y un fracaso que lo atormentó hasta el punto de hacerle ver su imaginación al generalísimo diciendo con su gesto de supremo desdén: “lo que yo siempre expresé: ese alocado muchacho no servía para nada”. De ahí, que cuando Bolívar llegó a Caracas, se propuso a escribirle una carta a Miranda cuyo patetismo es el mejor comprobante de los principios de un verdadero combatiente. Mi general mi espíritu se halla de tal modo abatido que no me siento con ánimo de mandar un solo soldado; mi presunción me hacia creer que mi deseo de acertar y mi ardiente celo por la patria supliría en mí los talentos de que carezco para mandar. Así, ruego a usted, o que me destine a obedecer al más ínfimo oficial, o bien me dé algunos días para tranquilizarme y recobrar la serenidad que he perdido al perder a Puerto Cabello.”

A esta carta, Miranda ni siquiera se dignó contestar, pues mientras Bolívar sufrió la vergüenza del soldado derrotado, él meditaba en la solución que pondría fin a la República venezolana y lo hacia dejando la impresión de que la catástrofe próxima a producirse era consecuencia de la pérdida de Puerto Cabello.

En su encierro Bolívar daba libertad a sus pensamientos y se preguntaba ¿Puede lograrse una campaña real de amnistía, pidiendo a la vez el derrocamiento del gobierno y echando plomo a diestra y siniestra?

Pero su tormento, su torturante preocupación, era lo que Miranda pensara de él. Al enviarle el informe oficial sobre la pérdida de Puerto Cabello, le escribió una carta más, el dolor y la confusión espiritual, se reflejan vivamente en ella.

Mi general, lleno de una especie de vergüenza me tomo la confianza de dirigir a usted el adjunto parte, que apenas es una sombra de lo que realmente ha sucedido. Mi cabeza, mi corazón, no están para nada. Así suplico a usted me permita un intervalo de poquísimos días para ver si logro reponer mi espíritu en su temple ordinario…De gracia no me obligue usted a verle la cara. Yo no soy culpable pero soy desgraciado y basta.

Soy de usted con la mayor consideración y respeto su apasionado súbdito y amigo.—Simón Bolívar.

(…Continuará)

 
 

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(*) El venezolano Víctor Rodríguez Calderón es politólogo, periodista, escritor, poeta, director de empresas y experto en Planeación de Organizaciones. Recomendamos su blog El Victoriano.