Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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Porqué los países en la situación de Portugal deberían decidirse por el impago de su deuda

In Actualidad, Economía on 26 abril, 2011 at 0:01

Nuno Monteiro y Eduardo Sousa


Enfrentada a una situación financiera cada vez más apurada, Portugal ha comenzado a negociar un paquete de rescate con la Unión Europea (UE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Sigue así los pasos de Grecia e Irlanda, dos países cuyo rescate se ha demostrado ineficaz. Con todo, pocos se atreven a defender la opción de política más efectiva en los tres casos: el impago gestionado de la deuda soberana.

Ese impago permitiría a los gobiernos griego, irlandés y portugués hacer retroceder las obligaciones de su deuda acumulada, rebajando las tasas de interés de su servicio, posponiendo el reembolso y, si es necesario, devolviendo sólo parte del capital que deben. Como en el caso de la quiebra de un particular –que permite que los particulares sobreendeudados renegocien las condiciones de reembolso– el impago soberano permite a los países devolver sus actuales deudas de acuerdo con sus futuras expectativas de ingresos. El rescate, por el contrario, da prioridad a las entidades de préstamo al proceder a un reembolso completo y ceñirse a las tasas de interés y el calendario de devolución acordados inicialmente, obligando al gobierno a ajustar los futuros ingresos al peso de la deuda acumulada.

Los defensores del rescate siguen cantando sus alabanzas. Al obligar a los gobiernos con problemas a cambiar su política económica, fomenta supuestamente el crecimiento e impide nuevas crisis de deuda. Al hacer recaer la mayoría de los costes sobre los países rescatados, fortalece presuntamente su disciplina fiscal. Por último, al impedir un impago soberano por parte de un miembro de la eurozona, estabiliza supuestamente los mercados de deuda y de divisas.

En un examen más detallado, no obstante, no se materializa ninguno de estos beneficios. Ni en Grecia ni en Irlanda estabilizó el rescate los mercados ni alentó el crecimiento económico ni inspiró un cambio de ánimo respecto a los créditos. Si acaso, lo que sugieren estos casos es que, con la camisa de fuerza de la unión monetaria, la mezcla del rescate no funciona. Exige estrictas medidas fiscales que desalientan el crecimiento económico y vuelven imposible rebajar la relación entre deuda y PIB.

Por el contrario, los rescates condicionales impuestos a Grecia, Irlanda y ahora Portugal, conducen a un insidioso círculo de recortes del gasto y aumentos de impuestos, inestabilidad social y turbulencias políticas. Estos países pueden esperar tormentos sociales y económicos, que pondrán en peligro su situación política y facilitarán un impulso favorable al populismo ¿Está preparada Europa para permitir que unos cuantos de sus estados miembros caigan en un prolongado estancamiento económico, que produzca malestar social mientras refuerza a los partidos de los márgenes que capitalizan el descontento y socavan los procesos democráticos? En resumen, ¿queremos ver cómo los problemas que llevaron al hundimiento de la Alemania de Weimar se extienden por la periferia de Europa?

Una deuda administrada podría suponer tres ventajas: permitiría que los países en problemas arrancaran en su recuperación económica. La inmediata reducción de la deuda dejaría espacio a las reformas orientadas al crecimiento con resultados visibles a corto plazo. El impago podría ahorrarle a Europa una década de incipiente crecimiento económico, lastrado por los albatros de la deuda en la periferia.

El impago soberano enviaría además a los mercados una señal firme del compromiso de la UE de limitar el riesgo moral. Al desplazar algunos de los costes de la crisis de la deuda de los prestatarios, el impago disciplinaría a las entidades de préstamo que han provisto continuamente de crédito barato con la expectativa de que, si era necesario, un rescate de la UE o del FMI serviría de garantía de su capital. Mientras que un rescate supuestamente disciplina el lado de la demanda de los mercados crediticios, el impago disciplina de forma efectiva tanto la demanda como la oferta, produciendo un efecto estabilizador a largo plazo. La reestructuración de la deuda clarificaría asimismo las tensiones subyacentes de la eurozona al eliminar presiones especulativas y obligar a políticas fiscales más coherentes en el conjunto de dicha área.

Lo que es más importante, un impago estructurado del crédito limitaría los riesgos políticos ligados a la opción del rescate. Sofocaría el auge de las tendencias populistas en los países con problemas como reacción a la mezcla de medidas de política de rescate punitivas. También limitaría los daños en la cohesión europea causados por la percepción –exacta o no– de que la UE está obligando a adoptar soluciones injustas y asimétricas a los países receptores.

A buen seguro, la reestructuración de la deuda debería diseñarse cuidadosamente, con una mezcla bien considerada de recortes a las entidades de préstamo, ampliación del vencimiento de préstamos y mengua de las tasas de interés. Un impago ideal podría incluso –coordinado a escala de la UE– estimular los mercados crediticios. Los bancos alemanes, franceses (y en el caso portugués, españoles) son las principales acreedores de los gobiernos saturados de deudas y llevarían la peor parte de un impago conjunto. Otros países podrían ser testigos de un repunte de las tasas de interés, lo que exigiría compromisos europeos adicionales.

No obstante, más allá de estas cuestiones manejables, el propio interés económico, financiero y electoral le ha impedido a Alemania discutir la opción del impago. De modo semejante, Francia e Italia, que tienen ambas una deuda mayor en relación con su PIB que Portugal, se han beneficiado de que el centro de atención de los mercados se dirigiera a los problemas de Lisboa. El cortafuegos portugués también ha puesto a salvo a España y Bélgica, próximos objetivos probables de los mercados.

Pretender que la opción del impago no existe viola principios económicos fundamentales que acabarán por anular cualquier preferencia política. Para evitar una década perdida, Grecia, Irlanda y Portugal deberían forzar a Europa a discutir la reestructuración de la deuda. Francia, Alemania, Italia y España por su parte, harían bien en prestar oídos. Tal como escribió el economista Irving Fisher en un artículo sobre la deuda durante la Gran Depresión, asumir que en condiciones socioeconómicas atroces se saldarán todas las deudas es tan absurdo como suponer “que el Océano Atlántico puede moverse sin levantar una sola ola”.

El impago de la deuda disiparía el espectro de Weimar, con economías estancadas –o peor, en contracción– que dieran lugar a tendencias populistas que podrían socavar la democracia en los estados miembros y poner así en peligro la paz europea. Un impago coordinado de la deuda no haría peligrar la estabilidad del euro y la UE. En realidad, podría ser la mejor manera de preservarlo.


(*) Nuno Monteiro es profesor ayudante de ciencia política en la Universidad de Yale, donde enseña teoría de relaciones internacionales, estudios de seguridad y fundamentos filosóficos del estudio de la política, temas sobre los que escribe en su bitácora digital http://www.nunomonteiro.org. Eduardo Sousa es analista y gestor del Banco Santander Totta de Portugal. Los puntos de vista aquí manifestados no reflejan necesariamente los de sus patrones.


[Traducción para SinPermiso: Lucas Antón]




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Occidente presiona a China como lo hizo una vez la URSS

In Actualidad on 26 abril, 2011 at 0:00

Editorial de
Diario del Pueblo


La “batalla por la democracia” yace en el centro de las actuales fricciones entre Occidente y China, afectando a la segunda y alterando ciertas visiones sobre la reforma nacional. Occidente no deja de presionar a China, en lo que constituye un recordatorio de las acciones de la ex Unión Soviética respecto a nuestro país.

En 1938, Mao Zedong propuso por primera vez el enfoque chino sobre el marxismo, el cual fue rechazado por el bloque comunista internacional controlado por los soviéticos. ¿Qué significó este proceso? Pues como es sabido, que el Partido Comunista de China sufrió pérdidas por apegarse dogmáticamente al marxismo, el cual debió ser “chinizado” antes de ubicarlo como pensamiento guía de la Revolución china.

Desde los tiempos de la revolución democrática de China hasta el advenimiento del socialismo en el país, la Unión Soviética intentó controlar a China, considerándola su vástago, ante la cual el Partido Comunista chino debió bregar duramente para desembarazarse de esa sombra. A pesar de algunas consecuencias extremas, y vista la situación en perspectiva, aquella decisión resultó acertada. Hoy China se sigue beneficiando de la misma.

La Unión Soviética ya no existe, pero otra sombra enorme, que parece marchar en dirección opuesta a los soviéticos, aunque de hecho acude a métodos similares, se cierne sobre China. Es Occidente. Los países occidentales preocuran promover la democracia política en China, yendo más allá de inculcarnos ese concepto, para exigirnos asimismo que apliquemos la “separación de poderes” y “una persona, un voto”, como si se tratara de principios bíblicos. China es criticada constantemente por la opinión pública occidental, a pesar de que la misma se encuentra explorando senderos hacia la política democrática.

El concepto de democracia se ha estado propagando en China por más de un siglo. La necesidad de democracia se ha convertido en un consenso generalizado en la sociedad china. El conflicto actual entre Occidente y China deriva del apremio del primero por imponer su modelo democrático como “universal”, el cual China debe aceptar sin cortapisas. Sin embargo, China no aceptará dogmatismos y persistirá en solucionar sus problemas con arreglo a las “características chinas.”

La historia decidirá si las presiones de Occidente sobre China son justas, aunque queda claro que Occidente solo repara en sus principios “democráticos”, sin tomar en cuenta la realidad de China. En consecuencia, nuestra sociedad debe ser más cautelosa antes de emprender cualquier reforma.

La democracia es parte de la vida real y esta realidad no se puede obviar. La democracia a la que aspiran los chinos supone alcanzar una mejor vida. Occidente ha exigido que China se decante por la democracia, tomando como punto de comparación los modelos occidentales, algo que resulta poco menos que un imposible. Algunos países han caido en la trampa de aceptar las recetas occidentales y han caído en más de una ocasión en el pozo de los disturbios sociales.

China es el primer país que alcanza la cifra de 1.300 millones de habitantes y atraviesa por un período de acelerado desarrollo. No puede haber nada de positivo en acatar a pie juntillas un modelo externo. China no debe copiar a ningún país. Ésta ha sido la experiencia más valiosa que los chinos han ganado en los últimos 100 años de su historia, transidos de dolor y empapados en sangre.