Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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Protestas contra el paro y a favor del pueblo saharaui en el mitin de Zapatero en Tenerife

In Actualidad on 1 mayo, 2011 at 0:02

Además de no poder llenar el local, José Luis Rodríguez Zapatero sufrió las protestas en el mitin del PSOE que protagonizó en Santa Cruz de Tenerife. Dos jóvenes con una bandera saharaui han gritado «¡Libertad para el Sahara!», por lo que fueron desalojados a la fuerza por los servicios de seguridad. Pocos minutos después, otros dos compañeros han actuado de la misma manera y fueron también desalojados.

Más tarde hubo otra interrupción cuando un grupo de compañeros de CNT han expresado su protesta por el paro levantándose en medio del mitin, vistiendo cada uno de ellos un número para completar la cifra de 4.910.200 parados existentes en el Estado español. También fueron desalojados por la fuerza.

En el posterior mitin de Zapatero en Las Palmas también hubieron protestas de compañeros a favor de la causa del pueblo saharaui.




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¿Amigos de Gadafi o enemigos del hegemonismo?

In Actualidad, África on 1 mayo, 2011 at 0:01

Isidro Estrada


Los gobiernos latinoamericanos que fustigan la actitud de EEUU y la OTAN en Libia son los mismos que propusieron un plan de paz para ese país, sin que nadie en los centros de poder se preocupara por atender a la viabilidad de la iniciativa.

En fecha reciente, el colega Luis Vega, uno de los columnistas extranjeros de Pueblo en línea, dejaba constancia en este portal sobre su concepto de libertad de expresión, la cual concibe como “una calle de dos vías”. Agrega además, al final de su artículo In control , que “una voz solitaria puede ser silenciada, pero el impacto que puede tener una idea madura sobre las conciencias alertas sobrevivirá y se propagará, a despecho de los intentos de los ricos y poderosos de amordazar la libre expresión.

No puedo menos que suscribir sin cortapisas su afirmación. Creo que la misma debe ser principio básico del periodismo, si bien hay una multiplicidad de factores accesorios a los cuales atender. Entiéndase por éstos, en primer lugar, los denominados compromisos editoriales, que toda publicación, más allá de su color ideológico, sustenta.

Al citarlo, no pretendo en absoluto caer en disquisiciones conceptuales sobre la libertad de expresión, que al final podrían sucumbir en la nada por bizantinas. Lo que quiero es valerme de su propia agenda para comentar, desde la “otra vía” de la “calle”, otro artículo suyo, titulado Leading Libya, y que fuera publicado días más tarde, en el mismo portal, a propósito del actual conflicto en Libia.

Sostiene Vega en el texto mencionado que “los amigos internacionales del Coronel Gadafi en América Latina, Nicaragua y Venezuela, acusan a Estados Unidos de intentar intervenir o invadir Libia, pertrechado de ansias imperiales y sed de petróleo, sin tener pruebas, porque a eso es a lo que se dedican: a hacerse las víctimas del imperialismo estadounidense, incluso cuando no es cierto”.

Para aplicar desde un principio las reglas que el propio Luis Vega establece, en cuanto a no ocultar ni oscurecer verdades, y poner sobre el tapete todos los ángulos de un tema, me propongo tomarle el pulso a la historia, aunque sea someramente, y analizar si en realidad los gobiernos de Nicaragua y Venezuela sufren de paranoia, injustificada ojeriza antiestadounidense, o incluso manipulación, cuando perciben que Washington cocina una nueva intervención.

¿VÍCTIMA FINGIDA TRAS CASI SIGLO Y MEDIO DE ATAQUES ARMADOS?

En los archivos históricos estadounidenses se reconocen tres grandes intervenciones militares directas de parte de la nación del Norte en Nicaragua (de 1909 a 1910, de 1912 a 1925, y de 1926 a 1933). A esta lista habría que agregar el cañoneo, en fecha tan temprana como 1854, del puerto nicaragüense de San Juan del Norte, que por esta acción quedó reducido a cenizas. Este ataque de la Marina norteamericana derivó de diferencias entre estadounidenses y nicaragüenses por el cobro de impuestos, en particular los que la administración del país centroamericano quiso imponer al yate del millonario norteamericano Cornelius Vanderbilt, que se encontraba surto en puerto. Como en tantas ocasiones, desde entonces a la fecha, EEUU invocó la defensa de sus ciudadanos en el exterior para intervenir en otro país.

Las tres intervenciones mencionadas, de 1909 a 1933, respondieron en buena medida a la entonces en boga doctrina Monroe (expuesta por el presidente James Monroe) y condujeron a una etapa de expansión económica de las compañías estadounidenses en Nicaragua, donde muchas firmas del Norte desembarcaron precedidas por las bayonetas de los infantes de marina estadounidenses.

La primera de las tres intervenciones se produjo cuando el Gobierno del presidente José Zelaya ejecutó a dos norteamericanos que se habían sumado a una fuerza revolucionaria para deponer al mandatario. Luego, la Marina de EEUU apoyó a las fuerzas armadas opositoras lideradas por Adolfo Díaz, quien tras obtener el triunfo sobre Zelaya negoció con Washington un tratado que concedía a la nación invasora el control sobre las aduanas del país, mayor fuente local de ingresos a la sazón.

Los marines volvieron en 1912, esta vez para proteger a Díaz de un alzamiento que, como era de esperar fue oportunamente aplastado. Al retirarse los marines en 1916, EEUU se llevó en el bolsillo un nuevo tratado: el denominado Bryan–Chamorro, que ampliaba la ayuda financiera a Nicaragua, pero que a la vez otorgaba a las constructoras norteamericanas los derechos exclusivos para edificar canales en esa nación.

Tras la nueva guerra civil que estalló en Nicaragua en 1926, EEUU envió a sus militares, esta vez con el argumento de luchar contra el comunismo, cuando en realidad se trataba de grupos liberales que trataban de impedir la vuelta de Díaz al poder. Washington envió al diplomático Henry L. Stimson a supervisar las elecciones, encargado asimismo de establecer la Guardia Nacional, con entrenamiento de los marines. Si bien los liberales aceptaron los términos de Washington, hubo un general que desafió al coloso del Norte, y juró seguir luchando en las montañas hasta expulsar de Nicaragua al último soldado estadounidense. Se llamaba Augusto César Sandino y desde entonces se le bautizó como líder del “Pequeño Ejército Loco” y General de Hombres Libres.

En 1933 salió de Nicaragua el último marine, pero para entonces la Guardia Nacional establecida al amparo de EEUU era la fuerza militar nacional predominante, dirigida por Anastasio Somoza. Sandino cumplió su promesa de rechazar al invasor, pero la propia Guardia lo asesinó en 1934. Dos años después, Somoza inició una dictadura que en contubernio con EEUU se mantuvo hasta 1979, cuando los herederos políticos de Sandino, congregados en el Frente Sandinista de Liberación Nacional, derrocaron a Somoza hijo tras una prolongada gesta guerrillera.

Dos años después, la administración del presidente Ronald Reagan asumió el poder decidida a sacar de circulación a los Sandinistas, iniciando una guerra sucia que incluyó presiones políticas y económicas, pero que sobre todo promovió apoyo militar a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que armó y asesoró a los opositores al gobierno de Managua, en su mayoría ex miembros de la Guardia Nacional y popularmente conocidos como los “contras”. “Yo también soy un ´contra”, exclamó Reagan en la cresta de su fervor antisandinista, en uno de sus discursos de la época.

Con las elecciones de 1990, EEUU logró su cometido. Desaciertos internos y la gran presión externa se confabularon para dar al traste con el Poder Sandinista, a pesar de su profunda raigambre popular, al quedar eliminados en las urnas a favor de un gobierno más dócil hacia los dictados de la Casa Blanca. Hoy los Sandinistas están de vuelta en virtud del voto popular, pero el desgaste que les impuso EEUU sigue haciendo mella en sus filas y en su capacidad para poner en pie al país. No hace falta ser politólogo para entender qué sentimientos debe albergar una importante parte de la población “nica” respecto al coloso norteño, después de casi 150 años de agresiones de todo tipo.

OBJETIVO CARACAS

En cuanto a Venezuela, ésta tuvo mejor suerte en sus relaciones con el vecino del Norte, pues al menos se libró de las intervenciones militares directas. No obstante, ha padecido de reiteradas injerencias en su política interna, como casi todos los países de América Latina. El caso más escandaloso en ese sentido se produjo alrededor del golpe de Estado contra el actual presidente, Hugo Chávez Frías, el 12 de abril de 2002. La postura de la administración de George Bush evidenció una poco disimulada complacencia, por decir lo menos, ante lo que resultaba un atentado al orden constitucional, así como abierto desacato a la Carta de la Organización de Estados Americanos. Luego de este incidente, y una vez devuelto al poder el presidente Chávez por presión popular, las relaciones bilaterales han estado en constante zozobra.

El diario estadounidense The Observer dio cuenta en aquellos días de las visitas de varios de los futuros golpistas, incluido quien fungiría como presidente del gobierno de facto, Pedro Carmona, a EEUU, “varios meses antes” de la asonada. Todos fueron recibidos en aquel entonces en la Casa Blanca por el hombre de confianza de George W. Bush para las relaciones con América Latina, Otto Reich.

Tomando en cuenta estas “tradiciones,” no debería extrañar el escozor que produce a numerosos latinoamericanos cada movida diplomática norteamericana, que con frecuencia son preludios de embates bélicos o abiertas injerencias. Y no sólo en la región que por derecho histórico Washington ha considerado su “traspatio”. Sus turbios manejos se han extendido a casi todos los rincones del orbe, como sucedió en Irán, en 1953, por sólo citar un caso. Así lo admitió explícitamente el propio Barack Obama, cuando en visita a Egipto, en 2009, recordó cómo “en plena guerra fría, Estados Unidos tomó parte en el derrocamiento de un gobierno iraní democráticamente elegido”.

No sé si el colega Vega se refiere al líder cubano Fidel Castro cuando apunta que “la calle árabe y africana es más inteligente que los envejecidos líderes latinoamericanos que se atienen a anticuados guiones, los cuales les compelen a culpar a EEUU ante todo”. Lo digo porque el hoy retirado dirigente fue de los primeros en advertir, el 22 de febrero de 2011, que la OTAN se aprestaba a saltar sobre Libia, como en realidad sucedió poco después, para sorpresa de la Liga Árabe, cuyo secretario general, Amro Musa, se llevó entonces las manos a la cabeza, para exclamar que eso no es lo que procuraba su organización cuando dio carta blanca a la zona de exclusión aérea sobre Libia.

Pero sobre todo Leading Libya pasa por alto del modo más olímpico posible el hecho de que estos líderes políticos latinoamericanos, a los que su autor considera en extremo demodé, no son tan “amigos” de Gadafi – según opina el cronista -, como sí “enemigos” de cualquier acción estadounidense u otanista enfilada a socavar independencias y arrimar la sardina a la brasa de los tradicionales centros de poder.

Buscando evitar una nueva intervención, e incluso el desmembramiento de un país, el grupo de países de la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA), se sumó a la iniciativa del presidente venezolano, Hugo Chávez para procurar una salida negociada a la crisis libia. Como era de esperar, ni en Washington ni en Bruselas se le dio calor alguno a la iniciativa, o se propiciaron oportunidades a negociadores de probada eficacia, como el ex presidente James Carter. Más productivo resultó desatar todo el arsenal aéreo de la alianza sobre Libia. Una vez más, el estruendo de las armas silenció la lógica del diálogo. Con su sordera voluntaria, los ricos y poderosos de siempre se encaminan por una calle de una sola vía: la de la confrontación y el aniquilamiento de quienes les incomodan. En su acometida, dejan la consabida estela de muertes colaterales (como si sólo contaran los civiles caídos en enfrentamientos con el Gobierno), obviando cualquier idea alternativa, por madura que pueda ser, y condenando cualquier voz diferente a la soledad más rotunda.


[Fuente: Diario del Pueblo]




La hipocresía y la superficialidad de los ecologistas caviar distrae de los verdaderos objetivos del ecologismo

In Actualidad, Medio ambiente on 1 mayo, 2011 at 0:00

Ed Gillespie


Ahí estaba yo, relajándome, con mis cómodos ‘jeans’ orgánicos Edun de «índigo natural» (185€), tomando a sorbos de champaña añejo orgánico Fleury (64€ la botella) servido en copa fría, antes de irme a dar una vuelta en mi nuevo Porsche 918 híbrido (597.150€), cuando empecé a meditar dónde pasaría mis próximas vacaciones. ¿Sería en algún hotel acariciado por las plácidas aguas de Cousine Island, en las Seychelles, de los que presumen de ser en su propia página web ecologistas? ¿O quizás en la Hacienda Tres Ríos en México, con su filosofía de un «uso inteligente y responsable de nuestros ecosistemas y recursos naturales»?

Productos orgánicos, coches híbridos, resorts eco-turísticos, moda ética: ¿acaso se puede superar semejante existencia, tan fantástica como indulgente, de «ecologista caviar»? Aunque la aparición como setas de mercados de «eco-lifestyle» pueda parecer cosa buena, en realidad no es más que una perpetuación del modelo económico consumista que nos ha llevado en buena medida al desastre actual.

La «escena verde» está repleta de celebridades comprometidas e hipócritas. El pobrecito Príncipe Carlos predica y pontifica sobre la armonía y simplicidad para luego meterse masoquísticamente en camisa de once varas gastándose 100.000 libras esterlinas en un tren de biodiésel para promocionar el ciclismo. Abundan los viajeros de avión regulares, desde Chris Martin, del grupo de música Coldplay –quien alertó sobre el calentamiento global en una canción y luego acumuló una huella de consumo de carbono que centuplicaba la del británico medio promocionándola por todo el mundo– hasta la esposa de Sting, Trudie Styler, quien hizo volar a todo su séquito (incluyendo a su peluquera) en un jet privado desde Nueva York a Washington sólo para que pudiera asistir como una señora a una fiesta. Mucho más genial es John Travolta, que nos anima a todos a «poner algo de nuestra parte para detener el cambio climático» mientras él mismo es el dueño de cinco jets privados. Como ocurre con el peyorativo «socialistas caviar», aquí el mensaje transmitido es el mismo: «haced lo que decimos, no lo que hacemos.»

Como la ya muy desacreditada teoría económica del «goteo», existe la creencia de que este «eco-liderazgo» conseguirá, no se sabe muy bien cómo, filtrar sus ideas en nuestra conciencia colectiva y crear una demanda para mercancías y servicios verdes en todos los niveles de la economía. Quien así lo entiende, no ha entendido nada.

Nos inquietan las consecuencias medioambientales del crecimiento demográfico mundial, y creemos que la generosa fertilidad de nuestros congéneres en los países en vías de desarrollo está en la raíz de nuestros problemas de recursos naturales. Pero éste es un mezquino intento por escurrir el bulto y aliviar nuestro propio sentimiento de culpa cada vez que consumimos. Como han demostrado varios estudios, los 500 millones de personas más ricas del planeta (un 7% de la población mundial, y sí, eso nos incluye a nosotros, los británicos) genera el 50% de las emisiones mundiales de carbono mientras que el 50% más pobre genera sólo el 7%.  Así que cuando nos preguntemos: «¿cómo tendríamos que vivir?»; la respuesta es muy obvia: más simple y frugalmente. La mayoría de lo escrito sobre estilos de vida verde no es más que, lisa y llanamente, nonsense que invita a la carcajada, como si todos pudiéramos seguir viviendo como hasta ahora y como si nada mientras vamos comprando productos orgánicos, éticos y de comercio justo.

La verdadera respuesta es: «menos es más». Mientras tanto nuestros ecologistas caviar pueden ir por ahí dando lecciones sobre su estilo de vida sostenible con la misma facilidad con la que lanzan un tronco del bosque de papá a la chimenea o se van a hacer trekking por la finca familiar: eso no va a significar mucho para el 80% de la población que vive en las ciudades. No me malinterpreten, creo que es esencial que promovamos un sentimiento de esperanza, de que la vida puede ser mejor para todos nosotros si vivimos de manera más sostenible. Pero la mentalidad del «sí, puedes tenerlo todo» de algunos «ecologistas» no es sólo hipócrita, sino que potencialmente puede decepcionar a muchas personas y distraerlas de los verdaderos objetivos del movimiento.

Creo que el meollo de la cuestión y lo verdaderamente interesante de sostenibilidad ha de buscarse en la transformación radical de nuestros estilos de vida y modelos de mercado, cosas como la Transition Network y el movimiento de redes y cooperativas de consumo. Los eco-productos de gama alta y los estilos de vida a los que aspira más bien alteran nuestra huella incrementando los porcentajes y nos conducen engañosamente a la falsa seguridad de que estamos lidiando eficazmente contra el problema del cambio climático. Y del estilo de vida de los ecologistas caviar no quedará más que la hoja de parra con que cubren sus vergüenza.


(*) Ed Gillespie escribe sobre temas medioambientales para el diario británico The Guardian y es el cofundador de Futerra Sustainability Communications.


[Traducción para SinPermiso: Ángel Ferrero]