Ivan Pinheiro
Secretario General del Partido Comunista Brasileño (PCB)
Quién le escribe esta carta, que posiblemente no leerá, es apenas uno de los miles y miles de militantes antiimperialistas que, en todo el mundo, vienen respaldando la revolución bolivariana, simbolizada en su persona, y que hace unos diez años promueve los cambios progresistas en Venezuela, que repercuten positivamente entre los pueblos, sobre todo en América Latina.
Me siento orgulloso de haber ido unas cuantas veces a la querida Venezuela para cumplir la honrosa tarea de prestar el modesto apoyo del Partido Comunista Brasileño (PCB) a este profundo proceso de cambios, para el que su liderazgo ha sido fundamental. Quién le escribe, por lo tanto, es un aliado, no un adversario. Un aliado como muchos repartidos por el mundo y que, en nuestros países, defendemos su gobierno ante una sistemática campaña de satanización promovida por los medios de comunicación hegemónicos, formando una red internacional espontánea de apoyo político a la revolución bolivariana.
La confianza en su firme liderazgo me llevó, y sin duda a muchos de sus aliados, a un silencio cómplice, cuando su gobierno entregó al Estado español militantes vascos que vivian en Venezuela. Reincidimos en la complicidad cuando, a principios de este año, comenzaron las «repatriaciones» de insurgentes a Colombia.
Algunos comenzamos a desconfiar que no sólo se trataba de concesiones en nombre de las llamadas razones de Estado, más que de indicios de una inflexión política, cuando, por su decisión personal, el periodista Joaquín Pérez Becerra fue entregado a Colombia sin ninguna justificación convincente. El vivía y trabajaba legalmente en Suecia, donde obtuvo la ciudadanía, después de huir de la muerte en su tierra, hace veinte años, para no ser uno más de los 5.000 militantes de la Unión Patriótica asesinados por el terrorismo de Estado colombiano. Su «repatriación» se hizo sin el debido proceso judicial y sin que pudiese tener acceso a los parlamentarios y abogados venezolanos y a los diplomáticos suecos que lo fueron a visitar.
La reciente detención en Venezuela de Julián Conrado, cantante revolucionario colombiano, en una operación conjunta entre agentes de los dos países vecinos, aumenta nuestras preocupaciones. El anuncio de la operación fue hecho por el propio presidente de Colombia, al revelar un acuerdo bilateral para la captura en territorio venezolano de militantes colombianos, obligados a cruzar la frontera para salvar sus vidas de las masacres de que son víctimas.
Es difícil de creer, Comandante, por su lucidez política y su experiencia, que se trate de una ilusión suya de que el presidente Santos sea más «fiable» que Uribe. Después de todo, él fue ministro de Defensa de Uribe y, como tal, conductor de una política represiva que dio como resultado millones de campesinos desplazados de sus casas, asesinatos en masa de dirigentes populares, «falsos positivos» y más de 7.500 presos viviendo en condiciones abyectas, además de haber transformado su país en una enorme base militar norteamericana contra América Latina.
Sería mucha inocencia también, Presidente, imaginar que las concesiones al imperialismo disminuirán la oposición de éste y de la oligarquía venezolana a su gobierno, como si le «perdonasen» sus posiciones de los últimos años. La reciente represalia contra PDVSA, por parte del gobierno estadounidense, muestra que no hay concesión que satisfaga al imperialismo, que hará de todo para que el próximo presidente venezolano sea un auténtico y fiable burgués a su servicio. Si no revierte inmediatamente esta fase regresiva de su gobierno, Comandante, el precio puede ser alto, incluyendo su aislamiento político, con la pérdida de confianza de los sectores populares y, así mismo, de sectores de la pequeña burguesía, sin conquistar con ello el apoyo de la oligarquía.
Desgraciadamente, la estrecha alianza actual entre su gobierno y el de Colombia no se limita a la represión de la insurgencia. Los dos acaban de articular la legitimación del golpe de Estado en Honduras, patrocinando un acuerdo para que la OEA reconociese la cruel dictadura hondureña, impuesta hace dos años con el decisivo respaldo del imperialismo norteamericano.
El acuerdo, urdido en Venezuela y en Colombia, amnistió a los golpistas de todos los crímenes que cometieron contra activistas políticos progresistas y las leyes del país. En la práctica, se trata de una luz verde para la vuelta a los golpes de Estado comandados por EEUU en América Latina. Los gobiernos que votaron en la OEA por el reconocimiento de la dictadura hondureña cavaron su propia tumba y la de sus sucesores.
Es increíble que precisamente el comandante Hugo Chávez, víctima en 2002 de un golpe similar al que sufrió Zelaya, haya sido el principal avalista de este acuerdo. Hay que recordar que fue el pueblo venezolano el que, en la calle, derrotó el golpe y rescató a su presidente para que volviese al gobierno con fuerza política, a diferencia de cómo vuelve Zelaya a su país, como si fuese una gran concesión, una moneda de cambio, un premio de consolación, teniendo que humillarse ante su pueblo, mostrando agradecimiento público no sólo a Chávez, sino a Santos y al propio dictador Porfirio Lobo. Y lo más grave es que el acuerdo no contempla ninguna de las justas reivindicaciones de la combativa resistencia hondureña.
Presidente Chávez: alimentamos muchas esperanzas de que reflexione sobre sus recientes actitudes y vuelva a compatibilizar su discurso revolucionario con la práctica, reencontrándose con el deseo de cambio del suyo y de todos los pueblos. Un buen comienzo podría ser valerse de la estrecha relación que mantiene con Santos y del prestigio del que aún dispone en América Latina, no para radicalizar la militarización del conflicto colombiano, como viene haciendo, sino para pautar en la UNASUR (creada precisamente como contrapunto a la OEA y frente a las bases yanquis en Colombia), el inicio de negociaciones para una verdadera paz democrática con justicia social en Colombia, cuyo conflicto jamás se resolverá militarmente, porque sus profundas raíces residen en razones políticas, económicas y sociales de un país en el que, hace décadas, la violencia y el terrorismo han sido las armas principales de dominación burguesa.
Aguardamos ansiosos sus nuevos pronunciamientos y actitudes, Comandante Chávez, esperando sinceramente que recupere la confianza que cientos de miles de personas en todo el mundo siempre hemos depositado en usted y valore la esperanza y la seguridad que sus actitudes antiimperialistas y progresistas se suman a la Revolución Cubana, a los pueblos de Ecuador, de Bolivia, de Nicaragua, que avanzan en sus procesos de cambios sociales, y a todos los pueblos que lo desean.
Espero que acabe aquí no una carta de despedida, sino de reencuentro.
Río de Janeiro, 7 de junio de 2011