El Indice de Estados Fallidos de 2011, confeccionado por el Fondo para la Paz y publicado por la revista bimestral estadounidense sobre política internacional Política Exterior, ha colocado a siete países africanos -Somalia, República del Chad, Sudán, República Democrática del Congo, Zimbabwe, la República Centroafricana y Cote d’ Ivoire – entre los 10 primeros lugares. A ello se suma que, según Naciones Unidas, 33 de los 48 países más “subdesarrollados” están en África. Esto debe dar una idea del nivel de atraso a que se mantiene sujeto ese continente.
No sabemos a ciencia cierta la razón por la que los asesores publican dichas listas, o por qué se toman el trabajo de prepararlas. Pero bien valdría la pena esforzarse en desentrañar el porqué tantos países africanos son parte del “Indice de Estados Fallidos”.
Tras permanecer bajo dominio colonial de las potencias occidentales por décadas, los países africanos comenzaron a ganar la independencia en los años 60, emergiendo como una continuidad de débiles economías. Liderados por algunos políticos con buenas intenciones y con la ayuda de países amigos, los africanos han hecho todo lo posible por reconstruir sus países a pesar de que comenzaron de cero.
En general, el futuro de África parece prometedor hoy. Pero al despuntar la década de los 90, con el súbito cambio en la estabilidad de la situación internacional, la ola de democratización fomentada por el mundo occidental dejó sus secuelas en muchos países africanos. Las fuerzas internas y externas al continente se han apoyado en dicha conyuntura para promover el malestar que condujo a disturbios en algunos países de la región. El camino hacia el fracaso de los “países perdedores” comenzó en los años 90, cuando Somalia fue la primera en caer.
Después de que un grupo rebelde derrocara al presidente legal de Somalia, Mohamed Siad Barre, en enero de 1991, la situación política en Somalia fue de mal en peor, al quedar el país escindido y sumido en la anarquía desde 1992 hasta hoy. Aunque se instaló un gobierno provisorio en 2004, éste no ha logrado controlar la situación.
Por otra parte, ha sido práctica histórica de las potencias occidentales adoptar toda clase de medidas para suprimir y castigar a los países africanos “desobedientes”, o cualquier país no occidental de hecho. Occidente intenta todos los métodos y esquemas para hacer que los gobiernos de dichos países pierdan la confianza de sus pueblos, para lo cual establecen su control sobre ellos, ayudando a las fuerzas de la oposición a hacerse del poder en nombre de la democratización.
Otro de sus métodos es imponer sanciones a tales países para debilitar sus economías, generando escasez material, inflación, devaluación de la moneda y endureciendo las condiciones de vida de la población. Luego culpan de lo sucedido a los gobiernos respectivos.
Además, los países occidentales suelen apoyar abiertamente a los insurrectos y los cambios de gobierno, como sucede hoy en Libia. Pero lo que queda claro al final como cruda realidad es que Occidente no quiere el renacimiento de África, porque teme que un continente africano económica y políticamente desarrollado deje de ser su patio. De ahí el empeño de Occidente en proseguir con el juego.
(*) Huang Shejiao es investigador con el Fondo de Investigación Internacional de Estudios de China.
[Fuente: Diario del Pueblo]