Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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Londres: ¿La culpa es del BlackBerry?

In Actualidad, Represión on 12 agosto, 2011 at 0:02

Iroel Sánchez


Con la puntería que los caracteriza, los grandes medios buscan en la tecnología el gran culpable de los disturbios desatados en Londres. Periódicos y televisiones se preguntan si los «agitadores» se movilizan a través de Internet utilizando la red de microblogging Twitter o el chat de BlackBerry, para inclinarse hacia este último como el gran culpable.

La neutra y muy británica BBC afirma que en «la medida en que los investigadores sean capaces de filtrar a los agitadores genuinos y luego los lleven a tribunales en el mundo real nos dará lecciones valiosas tanto sobre el uso y abuso de la tecnología como de la capacidad de la aplicación de la ley de lidiar con ello«. El no menos imparcial diario español El País en un enérgico editorial se muestra preocupado porque en Europa se «está creando un estado de opinión de acuerdo con el cual la democracia representativa se está mostrando incapaz de dar curso pacífico a un creciente malestar de los ciudadanos. Se trata de una pendiente peligrosa que los Gobiernos están obligados a atajar extremando el escrupuloso cumplimiento de las exigencias del «Estado de derecho» y llama también a la acción de los tribunales.

Si la policía del «estado de derecho» actúa como la hemos visto desenvolverse por estos días en varios lugares de España, no es precisamente el comportamiento pacífico el que están estimulando en los ciudadanos. Los disturbios en Gran Bretaña, que comenzaron en un barrio del Norte de Londres, ya se extienden a otras ciudades inglesas como Liverpool, Birmingham y Manchester, y habría que estar ciego para no ver en los recortes sociales -aplicados gobierno tras gobierno desde Margaret Thatcher- el origen de la ira que ahora incendia el espacio virtual porque antes se ha vuelto insoportable en el mundo real. El asesinato a tiros por la policía de un ciudadano en Tottenham sólo ha sido la chispa para incendiar la pradera seca y lista para el fuego por una crisis que no ha tocado los bolsillos de los ricos sino para incrementar sus ganancias.

Cuentan que al «BlackBerry» le denominaron así porque a los esclavos nuevos en Estados Unidos se les ataba con un grillete a una bola negra de hierro para que no escaparan de los campos de algodón, los esclavistas le llamaban «BlackBerry» (mora) porque se parecía a dicha fruta. Quienes esto afirman dicen que el «BlackBerry» es el símbolo de la nueva esclavitud. A los empleados se les da un «Blackberry» y quedan inalámbricamente atados por su grillete electrónico, y al igual que los esclavos se les mantiene dependientes del trabajo y el consumo todo el tiempo.

Si como los esclavos insurgentes, que en muchos lugares utilizaron en sus rebeliones el machete con que los obligaban a trabajar para sus amos, los rebeldes del siglo XXI emplean las telecomunicaciones para enfrentarse a la represión de un sistema no menos brutal e injusto, los tribunales -como hizo la historia con los esclavistas- debería juzgar a los verdaderos responsables de su situación; pero eso no se lo pedirán ni El País ni la BBC, cuyos accionistas están en la misma clase social de los que ordenan las represiones y eligen a los jueces.



[Fuente: CubAhora]





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Lujo, hambre y furia

In Actualidad on 12 agosto, 2011 at 0:01

AMERICAN CURIOS


David Brooks

La demanda de artículos de lujo –desde zapatos de 800 dólares y cremas cosméticas de mil 300 hasta Mercedes Benz de 200 mil– disfruta un auge, mientras casi 46 millones de estadunidenses dependen más que nunca de la asistencia federal para comprar alimentos básicos y evitar el hambre. Eso resume a Estados Unidos hoy día.

El mercado de artículos de lujo ha registrado 10 meses seguidos de incremento en ventas, reportó el New York Times. Las cifras de ventas de la joyería Tiffany’s, Givenchy, Louis Vuitton, Gucci, BMW, Porsche y Mercedes Benz, entre otros, han registrado fuertes incrementos.

Por otro lado, el gobierno federal informó que casi 15 por ciento de la población depende de asistencia alimentaria, esto es, 45.8 millones de personas, el nivel más alto registrado, 12 por ciento más que hace un año y 34 por ciento más que hace dos. Para obtener asistencia alimentaria federal (food stamps), el ingreso de un individuo debe ser mayor de mil 174 dólares al mes (más o menos lo que algunos ricos gastan en un par de zapatos Louis Vuitton).

La desigualdad económica no se oculta. El economista premio Nobel Joseph Stiglitz indica que sólo en los últimos 10 años, el ingreso del uno por ciento más rico se elevó 18 por ciento, mientras el de los trabajadores industriales se desplomó 12 por ciento. Según un análisis del Instituto de Política Económica (EPI), la riqueza es aún más concentrada en el sector más rico: más de un tercio de la riqueza nacional es concentrada por ese uno por ciento; 20 por ciento de los hogares en el medio de la escala económica sólo contaban con 4 por ciento de la riqueza nacional en 2007, y perdieron parte de eso en la última recesión. De hecho, en 2009, el uno por ciento más rico de los hogares tenía un valor neto 225 veces mayor que el del hogar típico: una desigualdad jamás vista.

Mientras tanto, los ricos pagan menos impuestos que en cualquier periodo del último medio siglo, reconoció el propio Barack Obama. Un nuevo informe del Center for American Progress descubrió que los millonarios pagan 25 por ciento menos impuestos hoy que a mediados de los 90, y mil 400 millonarios no pagaron ni un centavo de impuestos en 2009. Mucho de esto gracias a las reducciones fiscales impulsadas por el gobierno de George W. Bush y prolongadas por el de Obama.

La ira popular contra los «representantes del pueblo» en Washington sigue ardiendo, según las encuestas, precisamente porque se les culpa de aplicar políticas que benefician a unos cuantos a costa de casi todos los demás. Un 82 por ciento de estadunidenses desaprueba el desempeño del Congreso: el nivel más alto registrado por la encuesta de CBS News/New York Times; una de CNN descubrió casi lo mismo. Más de 4 de cada 5 opinaron que el debate sobre la deuda tenía que ver más con maniobras políticas que con la búsqueda de lo mejor para el país.

Las encuestas también demuestran que Washington hace exactamente lo opuesto a lo que desea el pueblo. Por más de dos contra uno, los estadunidenses afirman que la generación de empleo debería ser una prioridad más alta que la reducción del gasto federal. Un 63 por ciento favorece elevar impuestos a los más ricos.

Pero, más allá de reprobar a sus líderes, ¿habrá consecuencias políticas? Algunos dicen que todos los políticos electos enfrentarán la ira popular en 2012. Sin embargo, otros creen que Obama, aunque ha generado enorme desilusión entre sus bases, no tendrá graves problemas, por un simple y cínico cálculo. Como lo dijo un estratega demócrata al Washington Post: «el hecho es que los liberales y progresistas no tienen adónde ir» más que a votar por Obama y su partido«. Igual, un encuestador demócrata comentó al New York Times que, en el caso de Obama, a pesar de críticas de sus bases liberales a una u otra de sus iniciativas, en el terreno electoral «al final de cuentas están seguros de una cosa: van a odiar a los candidatos republicanos. Entonces, sinceramente no me preocupa mucho una base sólida o entusiasta». O sea, el cálculo es que para las bases progresistas, no hay alternativas en el terreno electoral.

«Necesitamos una plaza Tahrir no violenta«, opina el ex vicepresidente Al Gore. Frente al acuerdo para recortar billones en el gasto, demandado por los republicanos, y ante las necesidades sociales se requiere una primavera estadunidense (en referencia a la primavera árabe) para rescatar al país de los derechistas, dijo en su televisora Current TV. Pero para ello, dijo su entrevistador, primero tiene que haber furia.

Yo creo que el público sí está furioso, pero también deprimido por la falta de liderazgo y la ausencia de un sentir de que puede ganar. Los llamados populares a que Wall Street rinda cuentas no han llevado a ningún lugar, mientras el dinero de Wall Street mantiene disciplinados a los políticos y los activistas se tuitean entre sí hasta la distracción. Los activistas condenan on line al presidente, pero hacen poco para enfrentarlo y demandar otro tipo de acción”, consideró el veterano periodista Danny Schechter en su columna en Reader Supported News.

La imagen de la clase política en manos de los más ricos es documentada por todas partes, con donantes millonarios que financian a candidatos de ambos partidos. De hecho, un nuevo informe del Center for Responsive Politics demuestra que Obama recibe aún más de Wall Street para su relección que lo obtenido en 2008.

Para algunos, las políticas económicas de Obama hasta el momento no son tan diferentes de las de su antecesor, como tampoco su continuación de las dos guerras lanzadas por él, y la omisión en exigir cuentas a los financieros y empresarios que llevaron a esta crisis.

Tal vez por ello no sorprende tanto que Obama baile al compás de la misma música que su antecesor, literalmente. Mark Knoller de CBS News reportó que la campaña electoral de Obama está usando la canción Sólo en América de Brooks y Dunn, en sus actos. George W. Bush la usó mucho en su campaña de relección en 2004.


[Fuente: La Jornada]






Deuda y guerra

In Actualidad, Economía on 12 agosto, 2011 at 0:00

Michael Hudson

Empecemos por la cuestión más obvia: si los gobiernos incurren en deudas en el proceso de ejecución de programas ya aprobados por el Congreso, ¿por qué debería el Congreso disponer de una opción adicional –negarse a levantar el techo de endeudamiento— para frenar al gobierno en su tarea de poner por obra esos gastos parlamentariamente autorizados?

La respuesta es evidente, cuando se atiende a la historia de la introducción de este control suplementario en casi todos los países del mundo. A lo largo de la historia moderna, la guerra ha sido la causa principal del crecimiento de la deuda nacional. El grueso de los Estados operan en equilibrio fiscal durante los tiempos de paz, financiando su gasto y su inversión a través de impuestos y de tasas cargadas a los usuarios de servicios públicos. Las emergencias bélicas empujan ese equilibrio hacia el déficit; a veces, para guerras defensivas; a veces, para llevar a cabo agresiones.

En Europa, los controles parlamentarios del gasto público se concibieron para prevenir las declaraciones de guerra dimanantes de la ambición de los poderosos. Tal fue el gran argumento de Adam Smith contra la deuda pública: pretendía que las guerras se financiaran pagándolas al contado. Escribió que si la gente percibía inmediatamente el impacto económico de la guerra –amortiguado y pospuesto por los empréstitos—, estaría menos inclinada a apoyar aventuras militares.

No ha sido esa, obvio es decirlo, la posición del Tea Party; ni la de los Republicanos. Lo que hace tan llamativa la crisis del techo de deuda del pasado 2 de agosto en los EEUU es su aparente disociación respecto del gasto bélico. Es verdad que más de un tercio (350 mil millones de dólares) de los 917 mil millones de recortes del gasto corriente son para partidas del Pentágono. Pero eso simplemente desacelera la notoria escalada de la tasa de gasto militar acontecida entre Irak y Afganistán y Libia.

La cosa resulta aún más llamativa, habida cuenta de que el mes pasado el congresista Demócrata Dennis Kucinich y el congresista Republicano Ron Paul trataron de obligar al presidente Obama a prestar obediencia a las condiciones establecidas por la Ley de Poderes de Guerra y pedir al Congreso la aprobación de su guerra en Libia, según es preceptivo cuando una intervención bélica dura más de tres meses. Ese intento de someter al Estado de Derecho a la presidencia imperial resultó infructuoso. Obama replicó que bombardear a un país no era un acto de guerra. Sería una guerra, sólo si hubiera soldados muertos. El bombardeo de Libia se hacía desde el aire, a larga distancia, y tal vez con vehículos aéreos no tripulados. De modo que una guerra incruenta –incruenta para el agresor, claro— no sería propiamente una guerra.

Para este tipo de situaciones fue precisamente introducida la normativa del techo de deuda en 1917. El presidente Wilson había metido a los EEUU en la Gran Guerra, rompiendo su promesa electoral de no hacerlo. Los aislacionistas en los EEUU buscaron limitar el compromiso bélico norteamericanos imponiendo la necesidad de supervisión y aprobación por parte del Congreso del techo de deuda. Esa salvaguarda, huelga decirlo, fue concebida para ser usada contra el gasto discrecional que se daba sin aprobación del Congreso.

El actual incremento de la deuda del Tesoro estadounidense resulta de dos formas de acción bélica. La primera, abiertamente militar, es la guerra del petróleo librada en el Oriente Próximo, desde Irak y Afganistán (Oleoductistán) hasta la Libia rica en crudo; esas aventuras terminarán costando entre 3 y 5 billones de dólares. La segunda forma, harto más cara, es la guerra, más encubierta y más costosa, que Wall Street está librando contra el resto de la economía, exigiendo que las pérdidas de los bancos y de las entidades financieras pasen directamente al debe de la contabilidad pública (al “contribuyente”). Los rescates y la “barra libre” para Wall Street –no por casualidad, la principal fuente de financiación de las campañas electorales de los congresistas— cuesta 13 billones de dólares.

Resulta asombroso que, en el asunto del techo de deuda, Obama se centre principalmente en alertar de que habrá que recortar la financiación de la Seguridad Social, además de la de Medicare y otros programas sociales. A pesar de ser público y notorio que las cotizaciones federales deducidas de los salarios han venido invirtiéndose regularmente en títulos del Tesoro durante más de medio siglo, Obama ha llegado incluso a decir que el gobierno norteamericano podría dejar de pagar esta misma semana los cheques de la Seguridad Social.

En las democracias opera un doble rasero radical. Los inversores de Wall Street no tienen, ciertamente, esa inquietud. En efecto, las tasas de interés que rinden los bonos del Tesoro a largo plazo han bajado este último mes, y especialmente esta última semana. Eso quiere obviamente decir que los tenedores institucionales de deuda pública esperan cobrar. ¿Sólo los ahorradores de la Seguridad Social tenían que temer, o es que acaso pretendía Obama amedrentarles para presentarse a sí mismo como el héroe que viene en rescate de su Seguridad Social logrando el Gran Acuerdo en el Congreso?

Wall Street estaba en lo cierto. No había una crisis real. La autorización para levantar el techo de deuda no es la ocasión adecuada para debatir la política fiscal a largo plazo. Desde 1962 –precisamente cuando la Guerra de Vietnam empezaba su escalada—, se ha levantado 74 veces. Esto es, un promedio de una vez cada ocho meses. Es como ir al notario público: sólo para garantizar que el presidente no está haciendo algo mal. El señor Obama podría haber solicitado un voto limitado sólo a eso, sin restricciones. Nunca antes se habían incluido restricciones así. Y aún más llamativo: no hubo el menor intento de imponer una restricción para que la administración Obama no gastara más fondos en Libia sin obtener antes del Congreso una declaración oficial de guerra.

Obama habría podido invocar la 14ª Enmienda para pagar. Habría podido hacer suya la propuesta de Scott Fullwiler y otros economistas de la Universidad de Kansas para que el Tesoro emitiera unos cuantas monedas por valor de 1 billón de dólares y pagar a la Fed por los títulos del Tesoro. Pero no; el señor Obama se tiró de cabeza al ruedo, y entró en el debate sobre cómo recortar la Seguridad Social y Medicaire en el fragor de la guerra de clases que se está librando en EEUU, evitando el debate sobre la extensión de la guerra del petróleo al África septentrional.

La primera gran victoria obtenida por el sector financiero en la guerra de clases que se libra sobre suelo norteamericano fueron los recortes fiscales “temporales” a los ricos bajo la administración Bush. Obama no ha rectificado esa agresión, a fin de restaurar el equilibrio presupuestario. No se han abolido los recortes fiscales a los archiricos; no se han cegado los agujeros fiscales. El fardo del reequilibrio presupuestario se ha cargado sobre las espaldas de lo que constituyen las propias bases sociales del Partido Demócrata: trabajadores urbanos, minorías raciales y étnicas, los litorales del Este y el Oeste. Y sin embargo, los Demócratas se partieron por la mitad (95 a 95) en el voto para levantar el techo de deuda yugulando el gasto social del que es beneficiario principal el grueso de su electorado.

Su electorado, no los financiadores de sus campañas electorales. Tal parece la clave explicativa del modo en que se ha desarrollado la crisis de la deuda. Aun cuando se dio una resuelta oposición de destacados Demócratas (como Maxine Walters Waters, Dennis Kucinich, Henry Waxman, Barney Frank, Edolphus Towns, Charles Rangel y Jerrold Nadler) y de algunos Republicanos [cercanos al Tea Party] (como Ron Paul, Michele Bachmann y Ben Quayle), lo cierto es que el grueso de la oposición por principios vino del lado de los Republicanos tradicionales. Paul Craig Roberts, el antiguo asesor del Secretario del Tesoro de Reagan, criticó el acuerdo como excesivamente derechista y a tal punto favorable a los ricos, que amenazaría con llevarnos derechamente a la depresión económica.

La esencia de la economía clásica de mercado libre era la restricción del poder ejecutivo, en una época en que el poder para declarar la guerra constituía la mayor amenaza para los intereses nacionales. Así como las cámaras bajas de las legislaturas bicamerales se hicieron con el poder para comprometer a las naciones con una deuda nacional permanente –antes del siglo XVI, las deudas reales morían con el monarca que las había contraído—, así también los parlamentos afirmaron su derecho a bloquear las actividades bélicas.

Pero ahora que las finanzas constituyen la nueva forma de librar guerras –internamente, no en el exterior—, ¿dónde está el poder capaz de restringir el poder del Tesoro y de la Reserva Federal para obligar a los contribuyentes a rescatar los intereses financieros enquistados en la cúspide de la pirámide económica? La Fed y otros bancos centrales se jactan de que su “independencia” es un “hito de la democracia”. Lo que parece es más bien un jalón en la transición hacia una oligarquía financiera. Y ahora que las finanzas se han amalgamado con la industria petrolera y con los grandes monopolios y los privatizadores del dominio público, la necesidad de algún tipo de supervisión parlamentaria  resulta tan perentoria como lo fue en su día la del poder de los parlamentos sobre el gasto militar.

En el debate sobre el techo de deuda no se oyó la menor alusión a este principio básico. Hasta los críticos  que votaron a favor con la nariz ostensiblemente tapada –para dar plausibilidad a las previsibles críticas que oportunamente se reservan para la siguiente campaña electoral—, hasta éstos actuaron como si estuvieran salvando a la economía. La cruda realidad es que ahora hay menos esperanzas de reconstrucción de la infraestructura, una de las promesas del presidente. Los recortes en el reparto de los ingresos federales serán un duro golpe para los estados y los municipios, y los obligarán a vender todavía más suelo y más carreteras y a poner en almoneda otros activos en el dominio público, a fin de poder equilibrar el presupuesto mientras la economía de los EEUU sigue hundiéndose en la depresión. Lo único que ha hecho el Congreso es añadir deflación fiscal a la deflación por sobreendeudamiento, debilitando todavía más el empleo.

¿Cómo explicarán todo esto en las elecciones de noviembre de 2012?


(*) Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.


[Traducción para SinPermiso: Mínima Estrella]