Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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Una reflexión sobre el impacto negativo de la guerra en Libia

In Actualidad, África on 28 agosto, 2011 at 0:01

Editorial de
Diario del Pueblo


Después del ataque armado de los rebeldes de Libia en el área de Trípoli, la guerra está llegando a su fin. Sin embargo, la lucha que duró más de cinco meses tendrá un impacto sobre la situación en el Asia occidental y África del Norte durante un largo tiempo.

El resultado directo de esta guerra es la llegada de la era post-Gadafi. El fin de la acción militar no indica que Libia haya llegado a una nueva era libre y democrática. El gran desafío es un intento de superar las luchas tribales y las contradicciones internas en el campamento de los rebeldes. Además, los problemas de la destrucción de la infraestructura debido a la guerra y un número creciente de refugiados están estrechamente vinculados con el apoyo externo. El desarrollo histórico nunca es un proceso lineal y el nuevo ciclo político en Libia está lleno de incógnitas.

La guerra forzó a cambiar un montón de factores que influyen en la situación de Asia occidental y África del Norte. Las causas de los disturbios de principios de este año fueron nacionales: el pueblo exigía democracia, las manifestaciones estaban en contra de la dictadura y la desigual distribución de los ingresos.

La guerra que se inició como consecuencia de la intervención occidental, no respondió plenamente a las necesidades originales del pueblo libio, y los rebeldes fueron sólo una ficha de los países occidentales en el logro de sus objetivos estratégicos. Por un largo tiempo los países miembros de la OTAN no eran conscientes de la constitución de los rebeldes y cuál era su opinión, pero todo esto no impidió que la OTAN les ayudara con refuerzos militares. Los factores externos han complicado la ya difícil situación en la región.

Esta guerra tuvo un efecto negativo más que positivo. En 2003, Muammar Gadafi abandonó las armas de destrucción masiva, además siguió una posición de capitulación en la política y la economía, pero aún así fue sometido a los ataques militares por parte de Occidente. El supremo líder espiritual de la República Islámica de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, dijo recientemente en público que el comportamiento de Irán de no abandonar su programa nuclear es absolutamente correcto.

Putin también ha declarado públicamente que la guerra de Libia demuestra que Rusia sí necesita hacer esfuerzos para desarrollar armas y fortalecer la seguridad nacional. Esto refleja el lado negativo de las operaciones militares en Libia. Este modelo ha transmitido una señal fuerte a los países hostiles a Occidente: en el caso de oponerse a Occidente hay que o elegir un compromiso temprano, o recurrir al otro extremo. Lo único que se puede hacer es el desarrollo de su propias armas, sólo entonces será posible garantizar su seguridad. Esta segunda opción, refleja una tendencia creciente. Por lo tanto se ve el riesgo de retomar la “política de la jungla”.

Las diferentes partes implicadas tienen que estudiar los efectos negativos de la guerra de Libia. Algunos medios dicen que dentro de la OTAN se usa el término “éxito catastrófico” para describir la victoria. Evitar la guerra habría sido mucho mejor que pagar tanto precio por la victoria. Era necesario prestar la debida atención a los llamados de los distintos países para buscar una solución política al conflicto antes y durante la guerra. Es necesario reflexionar. A pesar de que no se puede reescribir la historia, podemos aprender de esta crisis para resolver problemas similares en el futuro.






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Gobernabilidad de la globalización: Crisis política y advertencias

In Actualidad on 28 agosto, 2011 at 0:00

Juan Francisco Coloane


Cada vez que surge una vanguardia para el cambio se corre el riesgo de motearla de aislada y no representativa. Si fuera así, la historia (historiografía, como historia real) formaría parte de pensamientos aislados como fórmulas de conocimiento funcional a la elite dominante, y se vería como una rueda de madera astillada para el placer estético.

La demanda social por un cambio de régimen económico que se manifiesta en Chile a través de grupos de vanguardia, es global. Exhibe rasgos propios del contexto local, y aunque está repartida con desigual intensidad por los cuatro costados del planeta, la naturaleza del fenómeno es la misma y es de orden político.

La representatividad del movimiento estudiantil en Chile – aunque a muchos no les plazca- es ese reclamo de la sociedad sobre un régimen económico instalado arbitrariamente sin participación ciudadana. Es contra el auto golpe que se infringió el estado liberal en su núcleo de justicia social. Los teóricos neoclásicos pueden sentirse satisfechos del caos generado al desmantelar sistemas productivos y de protección social con participación del Estado.

Aun así, el tema central de fondo es el rechazo a un régimen político excluyente, con un altísimo nivel de concentración de poder. Armado por la nueva dirigencia proveniente del capital transnacional -que es donde se maneja la liquidez en el sistema económico del planeta-, el modelo político disfrazado de democracia enfrenta la primera gran crisis de gobernabilidad en la globalización lanzando sus advertencias.

Sin embargo en todo esto hay una trampilla que apunta a una fragilidad que se percibe en el dominio de lo que se llama el Estado.

En Estados Unidos el reclamo de las fallas en la gobernabilidad de la globalización se percibe también a través del “Tea Party” del partido republicano argumentando algo cercano a la extinción del Estado. El tipo actual de gobernabilidad exhibe falencias notorias porque los sistemas políticos que la sustentan perdieron legitimidad. Es probable que hasta en la añosa Inglaterra, -enmascarando bajo una democracia monárquica su eterno cuño imperial de Reino Unido-, los problemas de legitimidad en la representación son el corazón de las protestas. En esa perspectiva, el Estado, tal cual lo conocemos ahora sería el responsable del caos.

El sociólogo estadounidense Roberto Zuban nos describe la cruzada de las redes del neoconservadurismo global implantado durante la administración de George W. Bush para terminar con el rol nefasto del Estado para la iniciativa privada. “Primero fueron las dos guerras en Irak y Afganistán, que han sido excesivamente onerosas. Ahora es una guerra silenciosa, sin armas que matan, y un costo económico marcadamente inferior. La guerra es contra el Estado, en un “ahora a nunca”. Se trata de liquidar al Estado, a través de un expediente no totalmente nuevo, pero sí original en cuanto al objetivo: Se coloca a ciudadanos contra ciudadanos para que decidan si se necesita el Estado como lo hemos visto hasta ahora”.

En su World Economic Outlook de 2007, antes del estallido de la crisis, el FMI planteó la necesidad de mantener mercados de empleos más flexibles, y programas sociales que no obstruyan los cambios económicos. Fue la advertencia para regular menos, y no incitar a mantener el estado de bienestar con reformas tributarias y medidas afines.

El fenómeno de la virtual desintegración del Estado a partir de la crisis financiera, significa el paso restante en la reforma institucional (estatal y pública). Este es el imperativo para que el Ajuste Estructural a las Economías (privatizaciones, desregulación, máxima flexibilidad en el empleo y apertura de mercados), inyecte nueva liquidez en el sistema.

Si en la década de 1980 se inicia la era del primer Ajuste, esta década de 2010, es la del segundo Ajuste, producto de una crisis económica similar pero de naturaleza diferente.

El informe del FMI de 2011 reitera la política de 2007 de no regular, deslizando anuncios para contener el gasto fiscal, especialmente el que impacta en el sector social.

Toda esta dinámica social encarnada en las protestas repartidas por el mundo, responde al malestar generalizado con el actual sistema de administración que la globalización ha adquirido centrado en un gobierno uniforme para una fábrica planetaria.

Si observamos lo de Chile en un contexto global, más allá del “ombliguismo” nacional, las demandas por el cambio de régimen (económico al menos) adquieren cada cual su propia característica o naturaleza y nivel de aspiración. Sea esto los indignados en la Europa Mediterránea, las asonadas por gobiernos democráticos en el medio oriente y el Norte de África, así como en situaciones extremas como la intervención militar en Libia, son indicadores de una globalización amparando sistemas políticos que sostienen un régimen económico caro, de mala calidad de vida y cruel. Así de simple.

El síndrome del “ahora o nunca” para liquidar al Estado es el mismo del aplicado para ganar más dinero como sea. El sueño de muchos jerarcas de las 100 compañías transnacionales más poderosas consiste en una gobernabilidad sin repúblicas añosas con aparatos institucionales obsoletos. El sistema político que ampare el dogma que la felicidad empieza y termina en el consumo espera su turno.


[Fuente: Argenpress]