Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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La ruptura necesaria

In Actualidad on 17 septiembre, 2011 at 0:01

Ignacio Reyes García


Canarias es un país colonizado por España, donde históricos mecanismos de coacción, expropiación y desnaturalización social han generado una sociedad mestiza desde el punto de vista demográfico y cultural, sometida en la actualidad a un régimen de sobreexplotación de sus recursos humanos y materiales. Instrumentos como el Régimen Económico y Fiscal (REF), la Reserva de Inversiones (RIC) o el Régimen Especial de Abastecimientos (REA), muy lejos de favorecer el desarrollo equilibrado de las capacidades y dinámicas productivas del país, han demostrado ya sobradamente alimentar nuestra dependencia económica del exterior, favorecer la especulación, acentuar la degradación ambiental y condenar a sectores cada vez más amplios de la población trabajadora a condiciones de miseria y descualificación intolerables por más tiempo.

Así mismo, desde la década de los años setenta del siglo XX, el capitalismo viene apostando en todo el mundo por una progresiva desregulación neoliberal como principal mecanismo de explotación. La restricción de salarios y derechos cívicos era el precio a pagar por una democracia formal que, en la práctica, sólo ha preparado la primacía de la estrategia más especulativa del capitalismo. El despliegue global del capital financiero ha venido acompañado de un debilitamiento de las funciones sociales y redistributivas de los estados, que, no obstante, perduran todavía como palancas de acumulación de capital y gestión política de las condiciones generales de realización de un régimen de dominación cada vez más transnacionalizado. Un escenario en el cual las deslocalizaciones han añadido una vuelta de tuerca más al proceso de alienación que distingue las relaciones laborales en la actualidad, al romper incluso las tradicionales cadenas productivas de ámbito nacional.

Pero junto a esa expropiación material y política, el capitalismo ha desencadenado también una ofensiva igual de devastadora en los ámbitos formativo y cultural: la capacidad crítica de las personas y el despliegue identitario de los pueblos viven hoy bajo el acoso implacable de una estrategia de negación y uniformización sistemáticas. Ignorancia y desarraigo conforman las magnitudes principales de esa deshumanización programada, con la cual el imperialismo prepara la instauración de un neofascismo global.

Bajos estas condiciones nacionales e internacionales, que amenazan con fortalecer y prolongar la dependencia y expolio estructurales del Archipiélago, los sectores más conscientes de las clases trabajadoras canarias han de asumir la responsabilidad histórica de vertebrar y dinamizar las transformaciones sociales que necesita el país, a través de la constitución de un proyecto político que permita al pueblo canario establecer un poder propio e independiente de las estrategias patrocinadas por el colonialismo y/o la burguesía depredadora y dependiente del imperialismo.

Con una urgencia cada vez mayor, el movimiento popular de liberación debe consumar el deslinde político e ideológico con el independentismo auspiciado por el neocolonialismo, que, ante la debilidad orgánica del Estado español y las actuaciones geoestratégicas del imperialismo en el ámbito norteafricano, ha acelerado la ejecución de su proyecto. Una separación de fronteras que no puede quedarse en el mero acto de la definición negativa, sino que demanda construir una referencia y una dinámica tanto social como política inequívocamente independientes. Ha llegado la hora de que las fuerzas populares concentren sus luchas en torno a un programa estratégico común, que, cuando menos, debería contemplar cinco aspectos cardinales. He aquí una propuesta al respecto.

INDEPENDENCIA

Sólo desde la recuperación de una plena soberanía política, el pueblo canario podrá asumir el control de su devenir histórico que le fue expropiado por el colonialismo y desarrollar todas sus capacidades sociales, económicas y culturales. Tal realización nacional demanda la constitución de un Estado propio e independiente de cualquier tutela extranjera, sin menoscabo de las relaciones de amistad, solidaridad y colaboración que se puedan establecer con otros pueblos, naciones y estados.

Por tanto, las clases trabajadoras canarias han de ofrecer al conjunto de la sociedad un proyecto de construcción y emancipación nacionales, opuesto por completo no sólo a la dominación colonial sino a cualquier solución neocolonial que patrocine el imperialismo por sí mismo o a través de la burguesía subnacionalista, cuya única aspiración consiste en perpetuar su posición hegemónica en la administración política del capital que opera en Canarias.

ECONOMÍA SOCIAL

Canarias posee potencialidades objetivas cuyo desenvolvimiento se encuentra hoy bloqueado y/o secuestrado por la dinámica predatoria y especulativa del capitalismo colonial. La satisfacción de las necesidades sociales debe constituir el principal horizonte de un modelo económico que promueva la superación del actual régimen de explotación, devolviendo al pueblo canario el control sobre todos sus recursos, capacidades y acciones. Para la consecución de esa mayor independencia económica, es imperativo favorecer condiciones y dinámicas sustentables, reorientar las actividades hoy extravertidas, fomentar la recuperación de sectores y estrategias productivos, así como impulsar una digna y equitativa redistribución de la renta social.

SOBERANÍA POPULAR

El sistema medieval de exacciones serviles y la organización caciquil de la vida económica y política que instauró el colonialismo acaso representaron solamente la profundización de unas condiciones que despuntaban ya de forma embrionaria en las comunidades nativas, caracterizadas por una socialización gregaria del ser humano y ordenadas por principios de autoridad y jerarquía, apenas matizados por una propiedad colectiva de los medios de producción y mecanismos electivos para la legitimación del poder.

No obstante, en ambas fases históricas, a pesar de la temprana implicación de la nueva economía colonial en los circuitos internacionales del capitalismo, con su sistemática extracción de excedentes destinados hacia el exterior, aquellas actividades tenían todavía una realización productiva no sólo en un plano material sino también simbólico o psicológico.

Pero el ajuste capitalista de este régimen de dominación, que arranca en el último tercio del siglo XIX, selló una doble expropiación: tanto la asalarización de la población trabajadora como la democracia representativa han consumado una enajenación determinante de las capacidades autónomas del pueblo canario, obligado a concurrir al mercado político y económico en condiciones de absoluta inferioridad respecto a las clases detentadoras de todos los poderes de la sociedad.

Por eso, la insoslayable transformación social que facilite la plena emancipación del pueblo trabajador y la constitución de una organización sociopolítica más justa debe activar de manera urgente y permanente una democracia directa y participativa como ejercicio inmediato de la soberanía popular.

INTERNACIONALISMO

El Archipiélago, incorporado por la expansión atlántica europea al desenvolvimiento imperialista del capitalismo desde el siglo XVI, se distingue por una especialización colonial de su privilegiada situación geográfica como plataforma militar y nudo de comunicaciones e intercambios internacionales. La aparición de materias primas muy importantes en aguas isleñas y la pugna entre las potencias capitalistas (EEUU, China y Europa) para hacerse con el control de las economías africanas están revalorizando esta posición geoestratégica en las últimas décadas, hasta el punto de haberse activado ya un proyecto de reformulación neocolonial del estatuto político de las Islas.

Pero ni la explotación material ni el belicismo que la substenta pueden constituir otra cosa para Canarias que la acentuación de su actual régimen de dependencia. Y aunque ninguna política exterior podrá ignorar esta realidad, una estrategia de neutralidad, paz y cooperación con los pueblos y gobiernos del área ha de contribuir a generar un escenario de relaciones internacionales más seguro y mutuamente beneficioso.

En esta dirección se ha de entender las acciones de solidaridad internacional que ponga en práctica el movimiento popular de liberación, como expresión concreta de la lucha contra la negación de los derechos nacionales, así como contra la explotación económica y social que todavía sufren numerosas personas y sociedades del planeta.

SOBERANÍA CULTURAL

El desenvolvimiento en libertad de la población amaziq que habitó las Islas por primera vez se vio truncado con la agresión colonial europea desplegada durante los siglos XIV y XV. A partir de esa compulsión ideológica y militar, pero también económica y política, determinante en la pérdida del control sobre la reproducción de sus condiciones materiales y simbólicas de existencia, la personalidad nativa fue diluyéndose de manera paulatina en un mestizaje peculiar. Al mismo tiempo que emergía una nueva realidad social, dominada por un régimen de servidumbre interior y de extraversión mercantil, la emigración hacia el continente americano abrió también otro temprano flujo de crecimiento humano, económico y cultural para el Archipiélago. Pese a todo, los modos de vida tradicionales, donde la impronta indígena se acomodó a la transculturación impuesta por el colonialismo europeo, mantuvieron su latencia hasta la definitiva irrupción del capitalismo en las relaciones de producción agrarias en el último tercio del siglo XIX. No obstante, sólo la terciarización de la economía isleña que promovió la política desarrollista del franquismo ha instaurado un cambio verdaderamente radical en la estructura y las mentalidades socioeconómicas: el desmantelamiento de la cultura productiva y la hegemonía de una concepción especulativa, factor desencadenante de una expansión depredadora del capitalismo colonial.

Detener este proceso de descomposición cultural y favorecer una convivencia equilibrada de todas las tradiciones que integran hoy la canariedad (indígena, europea y americana), requiere una redefinición de la personalidad histórica insular en sintonía con los retos planteados a la humanidad en el siglo XXI. Además de considerar la realidad multiétnica y pluricultutral de la sociedad y el mundo actuales, esta regeneración sólo será posible desde la dinamización de estrategias culturales, científicas y pedagógicas tan críticas como democráticas. Críticas para impugnar la alienación material e intelectual que patrocina el capitalismo colonial en todos los órdenes de la vida. Y democráticas para superar esa dependencia desde el respeto y la dignificación de los mejores valores cultivados en las sucesivas personalidades históricas que han configurado la identidad canaria, pero también integrando las necesidades e intereses del presente.

Unas bases ideológicas, en suma, para un proyecto político cuya constitución orgánica se obliga a concitar la mayor confluencia social posible. Y un medio para ello sería convertir en comités de liberación cada agrupación sectorial, cada nuevo núcleo de oposición y transformación social. Así, concebidos para formar y ejecutar la voluntad de cambio de las clases trabajadoras, estos comités de liberación darían expresión concreta a un imprescindible poder popular emergente.


[Fuente: Nación Canaria]






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Las conmemoraciones orwellianas del 11 de septiembre anuncian nuevas guerras

In Actualidad on 17 septiembre, 2011 at 0:00

Thierry Meyssan

Resulta extraño observar como celebra la prensa occidental el décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Aunque se trata de un tema que pudiera abordarse desde muy diversos ángulos, se ha impuesto -¿o ha sido impuesta?– una misma consigna. Los medios de prensa rivalizan en la publicación de testimonios sobre una misma pregunta: «¿Qué estaba haciendo usted en aquel momento?»

Ese enfoque demuestra una voluntad colectiva de negarse a ver los hechos con otra mirada, de negarse a analizar aquel acontecimiento y sus consecuencias, de circunscribirse así a la reacción ante la emoción del momento, en otras palabras de no hacer trabajo periodístico sino un show mediático.

La conmemoración se acompaña de dictados orwelianos. Por ejemplo: «¿Cómo se puede dudar de la versión oficial ante el dolor de las víctimas?» o «¡Los que ponen en duda la versión oficial son negacionistas enemigos de la la democracia!»

Es precisamente el respeto a las víctimas –no sólo a las víctimas que encontraron la muerte aquel día en Estados Unidos, sino también a todas las víctimas que han muerto después en las guerras desatadas contra Afganistán, Irak, Libia y en otros países– lo que nos convoca a seguir buscando la verdad en vez de contentarnos con mentiras truculentas.

¿Cómo podemos además mantener viva la democracia sin cuestionar las verdades oficiales y, peor aún, si se recurre a la injuria ante el debate argumentado?

En una serie de artículos publicados en los días posteriores a la realización de los atentados, así como en libros publicados y en conferencias impartidas en los siguientes meses, yo cuestioné la versión bushiana de los hechos y acusé a una facción del complejo militar e industrial estadounidense dominada por los discípulos de Leo Strauss de haberlos gestado. Aunque al principio me sometieron al más total aislamiento y fui vilipendiado por la prensa atlantista, poco a poco logré movilizar la opinión pública internacional, incluso en los propios Estados Unidos, y mis cuestionamientos llegaron, el año pasado, a la tribuna de la Asamblea General de la ONU.

A medida que trataban de contradecir mis argumentos, las autoridades de Estados Unidos iban cayendo en nuevas y mayores contradicciones y la duda ha ido creciendo cada vez más. Hoy en día, los incrédulos son mayoría. Como siempre sucede cuando cambia el viento, los oportunistas tratan de proteger su propio futuro y van distanciándose de la versión que durante tanto tiempo defendieron y que ahora se ve al borde del naufragio.

Así sucedió ayer, cuando los señores Kean y Hamilton, los copresidentes de la Comisión Presidencial sobre los atentados, renegaron de su propio informe. Lo mismo sucede hoy, cuando el señor Clarke, el consejero en antiterrorismo de los señores Clinton y Bush, acusa a sus colegas de esconder la verdad. En 10 años, las autoridades estadounidenses y británicas han sido incapaces de presentar las pruebas que habían prometido ante la Asamblea General de la ONU para justificar su acto de «legítima defensa» contra Afganistán. Lo que sí han demostrado, por el contrario, es que tenían un gran secreto que esconder y han mentido constantemente para mantenerlo oculto.

¿Quién se atrevería a afirmar aún, como lo hiciera Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU, que Sadam Husein fue cómplice de los atentados del 11 de septiembre o, como sostuvo Tony Blair, que Osama ben Laden fue el gestor de los atentados de Londres?

A lo largo de estos 10 años, un creciente número de expertos han venido demostrando las incoherencias de la versión de la administración Bush, defendida por otros expertos. Si los argumentos de estos últimos fuesen convincentes, la polémica se habría extinguido. Pero se trata de un debate que tiene tan poco de científico que la frontera que divide a los expertos es de carácter exclusivamente político. Los expertos que aprueban la invasión de Afganistán y la Patriot Act afirman que las estructuras metálicas de las Torres Gemelas no resistieron el calor de los incendios, que el Edificio 7 [del World Trade Center] era demasiado frágil y que un avión se desintegró dentro del Pentágono.

Por el contrario, los que se horrorizan ante la expansión militar imperial y la legitimación de la tortura consideran imposible que las Torres Gemelas pudieran ser los únicos edificios del planeta en derrumbarse por las causas que supuestamente provocaron su caída, que es imposible que el Edificio 7 se cayera por simple mimetismo y que un enorme Boeing de pasajeros se volatizara dentro del Pentágono…

La versión bushiana del 11 de septiembre de 2001 se ha convertido en dogma central del imperialismo. Se nos exige que lo veamos como una verdad absoluta. Y si no lo hacemos estamos poniendo en tela de juicio el Nuevo Orden Mundial y somos condenados como herejes y cómplices intelectuales del terrorismo.

La frontera puede definirse, en resumen, de la siguiente manera. De un lado se encuentran las élites occidentales o globalizadas que se aferran a la versión oficial mientras que, del otro lado, la mayoría de los pueblos occidentales y el Tercer Mundo denuncian la mentira.

El debate de fondo no es llegar a determinar cómo es posible que un grupo de individuos que no aparecen en las listas de pasajeros que subieron en un avión lograran secuestrar ese avión en pleno vuelo, ni tampoco en determinar cómo es posible que un Boeing 757 plegara sus alas para caber por una pequeña puerta y volatizarse dentro del Pentágono, sino saber si Occidente ha sido blanco a partir de aquel día de un complot islámico mundial o si una facción estadounidense organizó aquellos hechos para lanzar impunemente a la conquista del mundo.

Los filósofos que estudian la historia de las ciencias aseguran que los errores científicos no siempre desaparecen después de ser revelados. A veces hay que esperar hasta el fin de la generación que cometía esos errores. Ello permite que la verdad acabe imponiéndose al error. O sea, con el paso del tiempo la verdad conserva un poder explicativo mientras que el error lo pierde.

Ya en 2001, terminaba yo mi análisis advirtiendo sobre una inminente generalización de las leyes liberticidas. Rechazaba la presentación de Al-Qaeda como una organización terrorista antioccidental y señalaba, por el contrario, que se trataba de un medio de mercenarios árabes utilizados por la CIA en diferentes conflictos –contra los soviéticos en Afganistán, contra los serbios en Bosnia Herzegovina y Kosovo y contra los rusos en Chechenia– conforme a la estrategia trazada por Zbignew Brzezinski. Y finalmente anunciaba la inminente invasión contra Irak y el rediseño del Medio Oriente al que aspiraban los neoconservadores, ya por entonces aliados de Kissinger. En aquel momento, la prensa de referencia ridiculizó mis análisis en cuatro aspectos esenciales.

El principal diario francés Le Monde explicaba que Estados Unidos nunca atacaría nuevamente Irak porque ya había zanjado el problema con la operación «Tormenta del Desierto» y que sólo mi rabioso antiamericanismo podía llevarme a creer lo contrario.

Le Monde Diplomatique explicaba en tono doctoral que yo no sabía absolutamente nada de política estadounidense porque me imaginaba que existía una alianza entre los neoconservadores y Kissinger.

El diario estadounidense Washington Post nos alimentaba con infinitos detalles sobre el omnipresente complot islamista mundial que yo me negaba a tomar en cuenta porque me cegaba la presencia árabe en Francia.

Y el New York Times elogiaba la Patriot Act y la creación del Departamento de Seguridad de la Patria, a las que sólo podía oponerse un pacifista europeo heredero del espíritu del pacto de Munich.

Sin embargo, 10 años después, cualquiera puede comprobar que, sobre cada uno de los 4 puntos de mi análisis político que fueron impugnados, era yo quien tenía la razón y que mis detractores estaban equivocados. Ahora tratan de dar marcha atrás reconociendo que la administración Bush «utilizó»el 11 de septiembre para imponer su propia agenda.

Y con el tiempo acabarán reconociendo que no soy un adivino que predijo por casualidad un futuro que ellos no fueron capaces de prever, sino que un riguroso análisis político permitía comprender desde aquel entonces que los gestores del 11 de septiembre tenían intenciones de aplicar aquella agenda.

Ahora que la OTAN acaba de poner a los compañeros de armas de Ben Laden en el poder en Trípoli, la comprensión del 11 de septiembre resulta más indispensable que nunca para identificar los verdaderos peligros que se ciernen sobre la paz mundial y ser capaces de enfrentarlos.

¿Cómo es posible no ver que las personalidades que hoy ponen tanto énfasis en la conmemoración de este aniversario respaldarán mañana nuevas guerras en el Medio Oriente y en el norte de África?


[Fuente: Voltairenet.org]