Los presidentes con una economía gravemente herida y una tasa de desempleo de más de nueve por ciento casi nunca son reelegidos. Así que lo mejor que Obama tiene en estos momentos es el grupo completamente desastroso de republicanos que buscan la oportunidad de derribarlo.
Por un momento parecía que el gobernador de Texas Rick Perry, como un héroe del Oeste, sería el que cabalgaría en un caballo blanco para salvarle el día al Partido Republicano. Michelle Bachmann, que en los primeros días de la campaña fue la favorita del ultraderechista Tea Party y los llamados electores evangélicos, ya se había autodestruido solo abriendo la boca repetidamente hasta demostrar que parecía una loca total hasta para los extremistas.
Este vacío en la extrema derecha y en el ala de fanáticos religiosos del partido creó un espacio ideal para Rick Perry, quien no perdió tiempo en organizar in inmenso mitin religioso en el cual, entre otras cosas, la gente rezó para que la economía de EE.UU. se recuperara. Esto sería cómico si no fuera una tragedia; la oración es lo único que Perry y otros republicanos pueden ofrecer para mejorar la economía.
Es una medida del descontento de los electores republicanos con los aspirantes presidenciales de su partido, lo cuales han estado haciendo campaña desde meses antes de que Perry se sumara a la contienda en la que, según todas las encuestas, el texano instantáneamente se distanció por amplio margen de los demás candidatos. Esto a pesar del hecho de que la mayoría de los norteamericanos fuera de Texas no sabía casi nada acerca del principal funcionario del tercer estado más populoso de la nación.
Sin embargo, pronto se dieron cuenta, y la cifras de las encuestas de Rick Perry se hundieron como una piedra en una laguna muy profunda. Perry no solo demostró ser terrible en los debates, sino que mostró una total ignorancia acerca de temas clave de política exterior, incluyendo el más delicado de los aliados norteamericanos, Pakistán. Como dijo un importante comentarista, en política exterior, Perry pareció que “improvisaba mientras hablaba”.
Irónicamente, puede decirse que la única cosa decente que Rick Perry ha hecho en sus once años como gobernador de Texas –durante los cuales, entre otras cosas, ha implantado hasta ahora un récord de 285 personas ejecutadas– fue firmar una ley que permite a los hijos de inmigrantes indocumentados pagar en universidades estatales con matrícula pagada que demostró ser su ruina con el elemento xenofóbico que conforma un elemento significativo de los incondicionales del Partido Republicano.
Y Perry insistió en su posición de que la Seguridad Social, un programa muy popular del cual decenas de millones de norteamericanos de la tercera edad (cuya mayoría vota) dependen en gran medida (y del cual pronto dependerán muchos más millones de los nacidos después de la 2ª Guerra Mundial) es un “esquema Ponzi” insostenible, en realidad un fraude estilo pirámide.
Esta opinión contrasta con la de la mayoría de los norteamericanos, los cuales consideran a la Seguridad Social como un ingreso al que tienen derecho debido a que les han deducido impuestos de sus salarios durante toda su vida laboral. Aunque la posición de Perry puede ser popular entre los fundamentalistas del “libre mercado”, es una posición con la cual están en desacuerdo hasta la mayor parte de los republicanos y que bien puede hacer a Perry inelegible en las elecciones generales hasta contra un Barack Obama muy debilitado.
Finalmente, si se hace un análisis más detallado, ha quedado claro que el principal argumento de Perry –la aseveración de que sus políticas favorables a los negocios han provocado un “milagro texano” que ha creado legiones de empleos mientras que otros estados pierden toneladas de ellos – resulta ser altamente engañoso, si no totalmente falso.
Como señala un artículo de primera plana de New Times, el semanario alternativo de Miami, el meollo del caso de Perry es que durante sus once años como gobernador Texas ha agregado un millón de empleos, mientras que la nación en conjunto ha perdido casi dos y medio millones.
Es cierto, pero Perry es un cínico por abrogarse el crédito por algo en lo que casi no ha desempeñado ningún papel. El factor principal en el crecimiento del empleo en Texas es demográfico: una alta tasa de nacimientos; la tendencia nacional a largo plazo de una migración interna hacia el Cinturón del Sol; y la inmigración desde México y Centroamérica ha producido una tasa de crecimiento de la población que es el doble del promedio nacional. Más ciudadanos, más trabajadores, por lo tanto, más empleo: viva el mago de los empleos, Rick Perry.
La otra forma en que Texas ha atraído empleo es mediante la creación de un clima antiobrero, antisindicato y propatronos que ha demostrado ser atractivo para algunas industrias, lo que las ha hecho mudarse para el estado. Pero Perry, que no es tonto, muestra su cinismo cuando implica que puede hacer lo mismo para todo el país en su conjunto. Un estado puede ganar empleos robándoselos a otros estados por medio del mimo a las corporaciones, pero para la economía de la nación es una suma cero. Un empleo “ganado” por un estado atrayéndolo de otro estado es un empleo “perdido” para el otro estado. El efecto neto es cero empleos ganados por la economía nacional. El único efecto de esta redistribución es que el trabajador que “ganó” un empleo casi seguro recibirá un salario menor y menos beneficios que el que lo perdió.
Si el atroz conjunto de candidatos republicanos es lo mejor que puede sucederle a Obama, entonces Mitt Romney puede ser la salvación de Perry. Romney fue aspirante a la candidatura la vez anterior y fue derrotado por John McCain, quien a su vez había perdido ante George W, Bush en el ciclo electoral anterior. “Perdedor”, más que ladrón u oportunista, es una etiqueta que nadie quiere que le endilguen en Estados Unidos.
Hay también una profunda aversión a Romney, quien adoptó muchas actitudes moderadas cuando fue gobernador de un estado liberal (Massachusetts), entre el rabioso sector derechista del partido. Y la última conversión de Romney al conservadurismo recalcitrante refuerza la (verdadera) percepción de falta de autenticidad.
La implosión de Bachmann, la pérdida de lustre de Perry cuando se enfrentó al mundo real, y la infelicidad de Romney entre los republicanos más extremistas que son los que a menudo deciden las contiendas primarias, han puesto a correr a los líderes del partido en busca de un nuevo contendiente. Por desgracia, su mejor carta de triunfo, el gobernador Chris Christie de Nueva Jersey, respondió con un no definitivo.
Si no he mencionado aún a Herman Cain, cuyas cifras de las recientes encuestas y victorias (sin sentido) en sondeos informales pudieran sugerir que es un tercer prospecto serio, es que nadie espera realmente que Cain emerja como el nominado. Cain tiene cero experiencia política. Su única reivindicación a la fama es haber dirigido una compañía de pizzas. Además, Cain es el equivalente político de un oxímoron: un negro republicano. Ahora bien, ¿qué posibilidades hay de que un partido cuyo secreto para el éxito durante los últimos cuarenta años ha sido la explotación encubierta del racismo escoja a un negro para ser su abanderado presidencial?
Salvo un verdadero milagro, Obama se enfrentará a Perry o a Romney el próximo noviembre. A pesar de mi profunda decepción con su desempeño y aparente falta de temple para luchar, está claro que en términos de inteligencia, conocimiento, autenticidad, honestidad y sustancia, Obama es el mejor hombre de todos.
Pero las elecciones casi nunca se deciden por tales factores racionales, así que Obama se enfrenta a una situación problemática, a pesar de los payasos que han alineado para oponérsele. El público culpará a Obama por la mala economía, a pesar de que fue el empeño republicano por desregular lo que permitió que los ladrones de traje oscuro de Wall Street destruyeran la forma de vida de millones de norteamericanos y a pesar de que el obstruccionismo republicano en el Congreso ha sido un factor de importancia para impedir la recuperación.
Hay también un profundo desprecio por Obama en un sector del electorado, dos partes racial y una parte ideológica en su origen, Y, como reportó recientemente una revista de Nueva York, hasta muchos judíos, uno de los grupos más confiables de electores y donantes demócratas, están descontentos porque Obama ha tratado de introducir un destello de justicia en la política norteamericana en el conflicto Israel/Palestina.
La situación de Obama es deprimente, pero no desesperada. Ya no está la esperanza, el idealismo y el entusiasmo de los jóvenes. Se han desvanecido varios millones de puestos de trabajo. Los liberales desprecian las constantes concesiones de Obama a la derecha y puede que se nieguen a votar en su totalidad. La esperanza remota de Obama ahora es que el pueblo norteamericano escuche su llamado a juzgarlo no por las normas del Todopoderoso, sino por las de las alternativas. A pesar de mi desilusión por el abismo entre las promesas de Obama y sus acciones, espero que los norteamericanos escuchen este consejo. Porque las alternativas son en verdad atemorizantes.
[Fuente: Progreso Semanal]