El relativo éxito electoral del partido alemán Die Grünen (“Los Verdes”) en los años ochenta del siglo pasado, dio lugar a una ola de imitadores en muchos otros países, incluyendo a España y a Canarias. La moda “verde” se prestaba a ser aprovechada electoralmente, y en ese electoralismo cayó buena parte de la izquierda, que empezó a presentarse ante el electorado como “roji-verde”.
Esa izquierda que jamás leyó, ni mucho menos estudió, a los fundadores del marxismo, llegó a afirmar que ni Marx, ni Engels ni Lenin se habían planteado los “problemas ecológicos”. Patrañas como esta no eran nuevas. Una década antes circuló la especie, propalada por la misma “inteligentzia” iletrada, de que eran “machistas”. En resumidas cuentas, que lo verde vende, y lo rojo hay que disimularlo lo que se pueda, pero sin deshacerse de ese mercado.
Si quienes dicen hablar en nombre de la izquierda, y hasta del marxismo, están convencidos de que el marxismo no sirve para analizar los problemas medioambientales fruto de la sobreexplotación capitalista, y propalan esa visión de la que se supone que es su ideología, ¿qué cabe esperar de los que están radicalmente en contra?
Precisamente, la principal cualidad de los “verdes” es desmarcarse de cualquier componente marxista, aunque procura no perder el electorado “rojo”. Frente a esa sobreexplotación capitalista de los recursos naturales del planeta, dicen que “el hombre” se está cargando el medio ambiente. Cuando es el propio ser humano la especie en extinción en África, cuando el ecosistema más atroz es el de las barriadas populares bajo el capitalismo, nos piden que “salvemos a las ballenas”.
Sí, salvemos a las ballenas, pero salvemos primero a los seres humanos. Arreglemos el ecosistema del pinzón azul, pero mejoremos primero las condiciones de vida de los asalariados.
A lo que nos llaman, en definitiva, es a un “capitalismo ecológico”, nueva versión del “capitalismo popular”, de rostro «humano» y “biológico”. Para salvar al capitalismo, quitémosle sus aspectos más insalubres, reciclemos su basura, mantengámoslo en marcha con energías renovables. Eso sí, sin tocar la propiedad privada sobre bosques, minas, plantaciones y demás recursos.
No puede extrañarnos, por lo tanto, que “Los Verdes” alemanes hayan apoyado activamente la agresión contra el pueblo afgano o, al igual que –sus émulos españoles–, defiendan alegremente el bombardeo de la OTAN sobre la población libia.
Aún más: apoyan el Tratado de Libre Comercio Unión Por el Mediterráneo (UPM) que es una profundización de las políticas del FMI que han llevado a revueltas populares como las de Túnez y Egipto. Una iniciativa, impulsada por Nicolás Sarkozy, por la cual las empresas privadas transnacionales europeas controlarán los recursos naturales libios y sus servicios básicos.
En los gobiernos en que participan, “Los Verdes” han desarrollado políticas de derecha en lo económico y lo social, recortando derechos laborales y empobreciendo a los asalariados. Su “pacifismo” no es otra cosa que la paz de los cementerios impuesta desde los intereses del imperialismo euro norteamericano. Si en un reciente artículo, Olivier Cyran los calificaba de “neoliberales en bicicleta”, bien cabría definirlos –también a Equo– como “imperialistas en bicicleta”.
¿Y cuál es el proyecto que nos ofrecen? Nada más ni nada menos que la “economía verde”, consistente, fundamentalmente, en sustituir las energías del carbón y el petróleo por energías renovables. Que, argumentan, “crearán muchos puestos de trabajo”.
Con respecto a lo primero, nada que objetar, salvo que son precisamente las grandes multinacionales petroquímicas las dueñas de la tecnología y de la industria de las energías alternativas. Mientras estas grandes corporaciones sean privadas, los únicos criterios energéticos que desarrollarán serán los de sus beneficios.
Con respecto a lo segundo, no deja de ser una idiotez más: por cada puesto de trabajo “verde” se destruirán veinte convencionales, como ocurre en todo proceso de revolución tecnológica. Vender la implantación de energías renovables como una gran generación de puestos de trabajo no es más que una triquiñuela electoral de lo más pedestre.
Electoralismo para el que vale lo mismo sumar la derecha verde, el insularismo corrupto o el tentáculo “humanista” de la secta Moon. Lo que no cabe, desde luego, es un programa anticapitalista. Hasta ahí podíamos llegar.
Pensar que es posible un capitalismo más “amable”, con oligarcas en bicicleta, células fotovoltaicas y aerogeneradores, es una fantasía burguesa que no cabe calificar de izquierdas. Salvo que se nos pida a los “rojos” que renunciemos a nuestras ideas a favor de las ideas de ese “capitalismo verde”.
Ni más ni menos, eso es lo que la autodenominada “izquierda verde” –o “verdirroja”, para que cuele– nos pide. Y hay que reconocer que es una piscina a la que algunos de los que se nos han presentado como “rojos”, yonquis de electoralismo, se han lanzado de cabeza, sin comprobar si había agua. La ignorancia, que es lo que tiene.
Y si, encima, a estas almas de cántaro les han dado con la puerta en las narices, sólo cabe decirles, parafraseando a la madre de Boabdil, “llora como oportunista lo que no has sabido defender como revolucionario”.