Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias

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Los y las jóvenes saharauis, a un año de Gdeim Izic

In Actualidad, África on 5 noviembre, 2011 at 0:02

René Behoteguy Chávez


Para Galia, Laila, Ismael, Mariem y  Ahmed

 Los jóvenes, y en particular las jóvenes saharauis son de lo que ya no hay, en este mundo en que la globalización del capital está  arrasando  con la identidad, la solidaridad y la conciencia colectiva, es en verdad emocionante  encontrarse  con chicos menores de 25 años capaces de, sin dejar de estudiar y trabajar, dedicar tiempo y esfuerzo a la reproducción de su cultura y a la militancia activa  en la causa de la libertad de su pueblo, entendiéndola además como parte de la lucha de los demás  pueblos del mundo.

Estas chicas y chicos  de mirada transparente y lúcida,  añoran y sufren por su tierra arrebatada por el tirano marroqui, una tierra que ni siquiera han podido pisar porque son hijos del destierro, porque sus padres y madres tuvieron que cruzar el desierto hacia Tinduf huyendo del napalm y los tanques marroquís cuando la supuestamente “pacifica” Marcha Verde. Pero a pesar de nunca haber estado en ella, la conocen,  sueñan y sienten más suya que nadie. Estos chicos y chicas que han logrado con sus palabras y acciones que esta sociedad adormecida por el tedio del consumo, se fije y sensibilice con su pueblo, son hermanos de otros jóvenes igual que ellos, saharauis igual que ellos que allá en los territorios ocupados, a pesar de la campaña de aculturación emprendida por la tiranía, a pesar de las constantes agresiones de los colonos marroquís, a pesar de las masacres y violaciones de los derechos humanos, siguen persistiendo en su lucha y su arraigo en la identidad de su pueblo que no es otro que el Sahara Occidental.

Porque fueron los jóvenes y las jóvenes saharauis quienes  montaron la que probablemente sea,desde la lucha por la independencia de la India,  la acción de resistencia no violenta más hermosa y digna de la historia humana, porque es difícil de imaginar, pero realmente sucedió que la mayor parte de la población de El Aaiun, capital del Sahara ocupado,  un día salió de sus casas y se instaló en un mar de jaimas en el desierto , exigiendo que dejen de pisotear sus derechos. Y es difícil de imaginar pero digno de recordar a esas más de 60.000 personas capaces de resistir meses enteros de acampada en medio de la nada, rodeados de arena y militares marroquís como fue Gdeim Izic, el campamento de la dignidad.

Y también fue increíble la red de solidaridad y apoyo de los saharauis fuera de los territorios ocupados, que logró rebasar el muro de silencio impuesto por el régimen y sus socios obligando   a los medios de comunicación (incluidos los del poder)  a fijar los ojos en este pueblo que con porfiada dignidad, es capaz de lo imposible. Y en medio de esta gran movilización colectiva, el rol de organización, difusión y soporte de la misma tuvo en los y las jóvenes saharauis a sus mayores y más entusiastas activistas.

Por eso cuando el gobierno marroquí desalojó el campamento a sangre y fuego, asesinando y torturando, para después perseguir y encarcelar hasta imponer su ley que no es otra que la violencia del más fuerte, fue doloroso y repugnante el silencio cómplice de los gobiernos europeos y norteamericano, que se las dan de grandes demócratas, pero permitieron y permiten que a este pueblo digno se lo torture, se le desaparezcan activistas de derechos humanos y se prive a gran parte de su juventud del derecho mínimo de conocer su propia tierra.

Lo peor de todo esto es que, después de Gdeim Izic; ¿que más les queda por hacer  estos chicos y chicas de mirada transparente encendida en fuego rebelde?, ¿ En los márgenes de la resistencia no violenta, qué más pude hacer el pueblo saharaui?. La desesperación y la impaciencia comienzan a llenarles el alma al ver como el mundo asiste cómplice y en silencio al genocidio de su pueblo, y es cada vez más  recurrente,  tanto en los campamentos de refugiados, como en el Sahara ocupado o en las diferentes ciudades del mundo donde viven jóvenes saharauis, el clamor de volver a las armas.

Y si lo hicieran…¿alguien podría reprochárselos?, ¿Tendrían derecho a decirles algo aquellos que un día dijeron que cuando fueran gobierno el Sahara sería libre y hoy comparten banquetes con  Mohamed VI? ¿Tendría derecho a juzgarlos el estado francés, o el español, o el norteamericano que permitieron en silencio y bajo el “a nosotros no nos consta” que se desmantele Gdeim Izic sembrando muerte y destrucción? ¿Quién se anima a  convencer a estos chicos y chicas, de que deben envejecer como hicieron sus padres sin poder pisar jamás su propia tierra? ¿Los supuestos pacifistas que aplaudieron la invasión imperialista a Libia, se atreverán a lanzarles la primera piedra?

Yo no lo sé, pero el otro día mientras viajaba en guagua  con un grupo de chicos y chicas saharauis que viven aquí en Canarias, después de grabar un programa en la radio,  mientras reía al escucharlos bromear en un dialecto extraño, que mezclaba deliciosamente el idioma  hassani con un español lleno de canarismos, el alma se me nublo ante la posibilidad imaginada de que estos chicos y chicas de mirada franca y transparente, de dulzura en la voz y ternura en la conciencia, pacíficos y nobles hasta decir basta, tuvieran que dejar las universidades y trabajos para tener que echar y recibir plomo en el desierto. Entonces pensé que orillarlos como se los está orillando hacia la muerte, es algo que como seres humanos no nos podemos permitir, pero que si finalmente pasa, será responsabilidad fundamentalmente de la dictadura marroquí como es obvio, pero también de la complicidad de los gobiernos europeos y norteamericano que priorizan el expolio de las riquezas del Sahara ante la vida humana; pero  inclusive  me atrevería a decir, que será también responsabilidad nuestra por no habernos implicado lo bastante en el apoyo a la causa del pueblo saharaui, porque a un año justos del Gdeim Izic, nos toca seguir jugándonos por el destino de un pueblo que, en su lucha por la libertad está dándonos una lección de humanidad inapreciable, o finalmente porque como dijo alguna vez ese señor hindú flaco y pequeño enfundado en un sari cubierto de sabiduría, “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”.


(*) René Behoteguy Chávez es miembro de Intersindical Canaria






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Todo bajo control

In Actualidad on 5 noviembre, 2011 at 0:01

Teodoro Santana


“Ding-dong. Señores pasajeros: por favor, miren a su derecha. Verán el motor del ala derecha incendiado. Pero no se preocupen, no pasa nada, todo está bajo control. Ahora hagan el favor de mirar a su izquierda. Verán el motor del ala izquierda incendiado. Pero no se preocupen, no pasa nada, todo está bajo control. Ahora miren hacia abajo. Verán tres puntitos blancos: son los paracaídas del piloto, el copiloto y la azafata. Pero no se preocupen, no pasa nada, todo está bajo control. Esto es una grabación, esto es una grabación…”

Este viejo chiste ilustra mejor que otra descripción lo que sucede en Europa. Miren hacia Grecia. Verán un país saqueado por los bancos alemanes, franceses y británicos. Al que además se le imponen unas condiciones leoninas para prestarle el dinero con el que pagar a esos mismos bancos que los han limpiado. La rebelión popular ha enfadado a los banqueros y sus guardianes. Los lobos europeos se quitan la máscara “democrática”, y ni referéndum ni elecciones. Consultar al pueblo: hasta ahí podíamos llegar. Por si fuera poco, el ruido de sables obliga a relevar a la cúpula militar para evitar un golpe de Estado. Pero no se preocupen, no pasa nada, todo está bajo control.

Ahora hagan el favor de mirar hacia Alemania. Tras conseguir un mercado cautivo, el IV Reich germano enriqueció a sus bancos hasta el paroxismo. Eso sí, a base de arruinar a sus propios clientes, a los que encima les imponen como condición empobrecerse más a base de recortes laborales y sociales. Agotada la gallina de los huevos de oro, hundido el consumo, la locomotora alemana se gripa y entra en la vía muerta de la recesión. Pero no se preocupen, no pasa nada, todo está bajo control.

Ahora miren hacia Italia. Hacia Francia. Hacia Portugal. Hacia España. Cuanto más aplican las políticas de derechas, cuanto más asfixian a los trabajadores (es decir, a la inmensa mayoría de los consumidores), más se arruinan. Ahora tienen que salvar de la quiebra a sus bancos con más dinero público. Pero cada vez hay menos dinero público. El paro es ya insostenible, pero los bancos siguen repartiendo beneficios, aunque sus balances estén tan falseados que asustarían al mismo Al Capone. Pero no se preocupen, no pasa nada, todo está bajo control.

Ahora miren hacia abajo. Ese puntito blanco es mi amigo Manolo. Se le han acabado las últimas prestaciones del paro. Con más de 50 años, no tiene ni un euro que llevar a su casa. No tiene para pagar la luz o el teléfono. Ni siquiera para llamar a una ambulancia cuando a su hijo enfermo le dan los ataques. Pero no se preocupen, no pasa nada, todo está bajo control.

Sigan mirando. Aquel otro puntito blanco es mi amiga Carmen. No le alcanza para dar de comer a sus dos hijas. Y se pasan medio mes comiendo galletas baratas y leche aguada una sola vez al día. Pero no se preocupen, no pasa nada, todo está bajo control.

Arde Europa, pero “Salvados” nos entretiene mientras Messi marca goles, o Cristiano Ronaldo se pasea, o Nadal gana torneos que nos alimentan a todos. “La Noria” sigue girando y la familia real –¡pero mira qué delgada está! – pasea el tipito por la estación de esquí o el muelle deportivo de turno. ¡Oh sí, no hay que preocuparse, no pasa nada, todo está bajo control!

Presten atención ahora. Oirán como unos lamentos de fondo. Son el llorar y el rechinar de dientes de las cientos de miles de familias desahuciadas, sin hogar, lanzadas a la calle. Jueces y policías aplican implacables las leyes de los banqueros. Desde luego, no quieren preocuparse, ni que pase nada, sino que todo esté bajo control.

Ahora miren al fondo. Allí, todavía desperdigados, se ven unos puntitos rojos. Son los comunistas. Como les dé por unirse, ya nada estará bajo control.






La ‘democracia 4.0′ frente a la realidad

In Actualidad, Cultura on 5 noviembre, 2011 at 0:00

Iván Rivera


Esta semana se ha dado publicidad a una iniciativa provocadora: la llamada Democracia 4.0. En breve: se trata de que todo ciudadano tenga acceso, por voto directo, electrónico y remoto, a una cuota uniforme y proporcional de decisión que pueda, potencialmente, alterar el resultado de cualquier votación realizada en sede parlamentaria.

El punto de partida, el aumento de la capacidad del ciudadano para influir en política, es incuestionable. La idea, en su conjunto, está infestada de problemas que quienes compartimos inclinaciones tecnofílicas (dicho así parece una desviación sexual) tendemos a soslayar con tecnicismos y acentuados gestos manuales. Pero una crítica de esta idea y de otras que surgirán no solo es deseable, sino imprescindible. Precisamente porque la democracia no debe ser un juguete en manos de tecnócratas, aunque esos tecnócratas sean “de los míos”.

Reconozco que la primera impresión que tuve al visitar la web de Democracia 4.0 fue de pánico. ¿Voto electrónico “ya”? Me recordó al típico requisito de cliente con el que todos los que trabajamos en el sector de la informática nos hemos encontrado alguna vez —y también alguna vez a la semana. Algo fácil de decir, dificilísimo de hacer y con implicaciones profundas y poco exploradas para el conjunto del proyecto. Aquí el proyectoes nada menos que la expresión del poder ciudadano: es difícil tomarse a la ligera algo así, y sin embargo… La página de fundamentos legales de Democracia 4.0 es interesante, pero refuerza mi convicción de que la petición no surge de alguien con gran capacidad de análisis técnico. Las bases de derecho pueden ser incuestionables, pero aquí el diablo está en los detalles de implementación. ¿Cuáles? “Sin duda el voto electrónico tiene que ser más eficiente, más inclusivo y más barato que la alternativa, el referéndum constante”, pensarán, pensaréis, he pensado. Vamos a cuestionarlo someramente, suponiendo que estamos hablando de un voto electrónico muy particular, el voto electrónico remoto, que llamaré por sus siglas (VER). Su oponente será el voto tradicional (VT).

LA IDENTIFICACIÓN

En el VT, la identificación es clave a la hora de determinar si un votante potencial tiene derecho a votar, a la vez que se garantiza que no haysobrevoto (vota más de una vez). El sistema implica una lista censal que verifica la mesa electoral contra un documento de identidad portado por el votante. Las listas censales están disponibles con antelación suficiente para su inspección, y aunque no exentas de errores, han mejorado mucho gracias a las tecnologías de la información. La verificación de la identidad supone que el documento utilizado es de difícil falsificación y fácil comprobación manual. Este requisito se cumple en la práctica, y confiamos en nuestros DNI igual que en un billete de 50 euros.

El VER introduce un requisito nada trivial: poder asociar la plataforma técnica, sea cual sea, con su usuario. Es muy sencillo decir “vota desde tu teléfono”, “tu teléfono te identifica”. Pero tu teléfono no eres tú, por muy inteligente que sea. ¿Cómo garantizar que el teléfono vota en nombre de quien dice? El problema de la autenticación está muy estudiado y su complejidad se conoce bien, lo que no implica que se desprecie una y otra vez como “problema resuelto”. ¿Qué tasa de error de autenticación estamos dispuestos a admitir, considerando falsos negativos y positivos? Al menos la misma que la del VT, sería una respuesta racional. ¿Basta una autenticación de un factor, basada en contraseña? ¿Dos factores, con PIN y tarjeta de claves? ¿O tenemos que ir hasta el final con una autenticación de tres factores y verificación biométrica?

Dadas las tasas de fraude on-line lo más prudente sería explotar los tres pilares de la autenticación segura: “algo que sabes, algo que tienes, algo que eres”. Nada trivial de implementar, y con una operatividad peliaguda: los humanos no estamos hechos para recordar contraseñas aleatorias y cambiarlas cada cierto tiempo. Los elementos de identificación, sea un DNI o el propio teléfono, pueden robarse con facilidad. La verificación biométrica puede fallar y de hecho lo hace rutinariamente en instalaciones controladas: ¡cómo no lo hará en casa o en la calle, bajo condiciones mucho más azarosas!

LA PRESERVACIÓN DE LA INTENCIÓN DEL VOTO: EL DISEÑO DE LA INTERFAZ

El VT tiene una interfaz basada en objetos materiales de muy sencilla comprensión: papeleta, sobre, documento y urna. Un diseño incorrecto, sobre todo en lo que respecta a las papeletas, puede aumentar con facilidad el porcentaje de votos nulos o incluso alterar el resultado de una elección particularmente reñida. Sin embargo, se trata de un sistema de una complejidad manejable y suficientemente depurado que ofrece pocas sorpresas.

El VER introduce dos problemas respecto del VT: por un lado virtualiza el proceso y transforma por completo la cuestión del diseño de interacción del usuario con el acto de votar. Por otro, introduce una variabilidad enorme en las plataformas físicas que deben soportar los procesos de votación. El primer problema es equivalente al de diseñar una aplicación informática para el público más general posible —toda la ciudadanía, con su diversidad cultural (contacto previo con el “mundo digital”, diferencias de lenguaje), psicológica (capacidad de comprensión abstracta, capacidad de atención) y física (discapacidades de todo tipo). Estos límites requieren simplificar el sistema al máximo, lo que chocará con otros requisitos —la identificación segura, sin ir más lejos.

El segundo problema, por su parte, es rutinariamente ignorado por los proponentes de estas medidas. “Dad una blackberry a cada votante”. ¿Por qué una blackberry? ¿Eso no iría en contra del derecho de elección? “Una aplicación bajo Windows”. ¿Y si soy uno de esos applemaníacos, o algo peor? “Diseñemos, fabriquemos y distribuyamos una plataforma pública”. ¿Por dónde empezar? Propugnar la distribución universal de una plataforma física determinada con el objetivo explícito de favorecer la participación ciudadana es una medida de un coste astronómico y con consecuencias poco meditadas. Porque no importa que alguien hackee cada iPhone nuevo que sale en cinco minutos: a fin de cuentas solo afecta a un negocio privado. Pero nuestra “plataforma pública de voto” tiene que ser perfectamente invulnerable, en manos de cualquiera, para siempre —so pena de repetir la inversión cada pocos meses.

LA PRESERVACIÓN DE LA INTENCIÓN DEL VOTO: EL VOTO COACCIONADO

El VT, lamentablemente, puede ejercerse bajo coacción o en circunstancias similarmente dudosas. Autobuses de residencias de ancianos con el voto preparado “de casa”, familias en las que “se supervisa” el voto de cada miembro… Existen democracias en las que el voto ha de ser obligatoriamente secreto y las cabinas, esas desconocidas de los colegios electorales, cobran un merecido protagonismo. Algo así sería deseable aquí.

El VER, sin embargo, tiene consecuencias muy serias en sentido contrario. Al separar el acto de votar del hecho físico de acudir a un colegio electoral, la única posibilidad de garantizar el voto secreto desaparece. Obviar este problema es, en la práctica, retirar el derecho al voto libre a un porcentaje de la población que vive en condiciones de dependencia, física o económica. Los argumentos del tipo “estas cosas ya no pasan” no son válidos: el sistema democrático tiene que garantizar la participación de todos los ciudadanos en cualquier circunstancia en la que estos puedan hallarse, ahora o en el futuro. Si facilitamos inadvertidamente el voto coaccionado ¿quién nos asegura que no aumentará su incidencia?

LA ANOMIZACIÓN

El VT es un sistema muy interesante en el que, por su propio diseño, se hace muy difícil ligar el contenido del voto (que no el hecho en sí) con el votante. Esto debe ser todo lo cercano a imposible de lo que seamos capaces, y lo cierto es que hoy por hoy la libertad de voto a posteriori es un hecho —suponiendo que no hay coacción previa y que el contenido de los sobres no está controlado más que por el propio votante.

El VER introduce una serie adicional de complicaciones en este campo. Por el requisito de identificación, el sistema está obligado a verificar la identidad del votante más allá de cualquier duda razonable… para “olvidarla” un instante después, al registrar el voto. Los aspectos de seguridad lógica relacionados con este “olvido” son muy profundos, y pasan sin duda por el uso de sistemas de encriptación “suficientemente seguros” junto a métodos avanzados de aleatorización en el registro. Cualquier persona con los conocimientos básicos de algoritmos numéricos sabrá que la generación de números aleatorios no es trivial —de hecho, salvo que entren en juego fuentes físicas de aleatoriedad como muestras radiactivas y contadores Geiger, en ingeniería de la computación se habla siempre de “números pseudoaleatorios”, lo que da una idea vaga de la dificultad que esconde un concepto aparentemente sencillo.

Los requisitos de encriptación del voto y aleatorización del emisor son, además, contrapuestos en caso de que optemos por un sistema PKI. La dificultad matemática que supone factorizar grandes números primos los hace muy seguros, pero ¡también identifican unívocamente al emisor del mensaje! El voto tendría que ser desencriptado para ser contabilizado, pero el conocimiento de su origen tendría que ser suprimido en los propios servidores que realicen el escrutinio y no en el terminal. El votante tendrá que dejar de confiar en lo que ve —que su voto, dentro de un sobre que oculta su contenido, entra en una urna donde se mezcla con todos los demás haciendo casi imposible su trazabilidad— y pasar a confiar en una promesa hecha por el Estado y mantenida por el gobierno de turno. ¿Es suficiente? ¿Es aceptable?

Todo esto obvia el previsible problema de los ataques lógicos contra la anonimización del voto. El uso de técnicas de “canal lateral” permitiría correlar, con bastante seguridad, el contenido del voto con la identidad del votante con acceso a las fuentes de datos apropiadas y sin tener que desencriptar el voto. ¿Tenemos suficiente imaginación como para protegernos? Para centrar ideas, recordemos un ejemplo de ataque de revelación de secretos por canal lateral: en Facebook se puede “adivinar” la orientación sexual con un grado de certidumbre muy elevado tan sólo teniendo acceso a la red de contactos de un usuario. No es necesario que rellenéis el indiscreto formulario que nos ofrece la compañía de Zuckerberg: ya lo hacen otros.

LA VERIFICABILIDAD PÚBLICA

No hace falta acudir a expertos escasos para auditar un sistema de VT. El voto tradicional tiene la ventaja de ser fácilmente comprensible gracias a los artefactos físicos involucrados, y “recontar el voto” es un proceso rutinario que sólo requiere conocer las bases matemáticas más elementales —y bastante paciencia.

El VER no tiene esa ventaja. Saber si un sistema que implemente la votación electrónica remota es o no fiable y si está capacitado para reflejar la voluntad popular con suficiente precisión introduce varios requisitos adicionales. En primer lugar, todo su código fuente debe estar obligatoriamente disponible para su inspección por cualquier ciudadano —otra cuestión es qué ciudadanos estarán capacitados para realizar una comprobación así, lo que introduce interesantes condiciones sobre detalles tan aparentemente nimios como la documentación, la existencia de juegos de pruebas unitarias, el estilo de codificación, los lenguajes aceptables…

No nos detengamos aquí. ¿Cómo se garantiza que el código que estamos inspeccionando es, realmente, el que se ejecuta en cada plataforma capaz de VER? Es perentorio mantener una ligazón entre el código fuente y los objetos ejecutables: los sistemas empleados habitualmente utilizan algoritmos dehash: funciones matemáticas que pueden crear firmas únicas (en la práctica) para grandes secuencias de datos. Además, la verificación deberá ser externa a la propia plataforma: no es de recibo que sea el propio sistema el que “se autoverifique”.

LA VERIFICABILIDAD PRIVADA

Es excelente que el sistema sea auditable en su conjunto, pero es también crucial que cada uno de nosotros pueda asegurar que, hasta donde ha podido, el voto va a contar para algo. La credibilidad de la democracia depende de cada uno de nosotros, introduciendo papeletas en sobres y llevándolas hasta las urnas, donde tras un control ciudadano supervisado por representantes de las diferentes opciones en litigio, nuestro voto se introduce en una urna transparente y precintada. El VT es la base de una confianza que vamos a poner a prueba hasta su límite con el nuevo sistema.

El VER no permite, irónicamente, “ver” nada. El votante tiene que confiar en que, después de identificarse de un modo más o menos laborioso, ese botón que pulsa en la pantalla de su tablet (por centrarnos en una plataforma posible) se va a ver reflejado en una cuota de decisión. No necesito hacerme el elitista: ya hemos visto que la verificación de un sistema de votación electrónica remota necesitará de personal muy especializado, escaso y caro. El votante medio y casi todos sus compañeros quedan lejos de poder siquiera empezar a comprobar nada. Bastará un fraude, un fallo o un simple rumor para desmontar la base psicológica de la democracia: la creencia en que “sirve para algo”.

Existen sistemas que permiten plasmar el voto físicamente, mediante recibos que quedan en poder de los propios votantes. La existencia de estos recibos permite, supuestamente, paliar el problema de la falta de control ciudadano sobre el proceso de votación electrónica. Sin embargo, estos recibos vienen con su propio conjunto de problemas. Para empezar, contienen una información muy sensible: quién eres y qué has votado. Su sola existencia en formato digital introduce riesgos que muchas plataformas de voto electrónico presencial (en Estados Unidos, sobre todo) intentan soslayar emitiendo resguardos en papel con dos partes, una anónima para el posible recuento público y otra personal para comprobación del interesado. Naturalmente, destruyendo (¿sí?) la traza digital de la operación después.

Problema resuelto. ¿O no? Resulta que esos recibos están prohibidos por varios estados de los EE.UU. porque facilitan la compra-venta de votos y el voto coaccionado verificable. ¡Quién lo hubiera dicho!

LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES DE ACCESO

En el VT, el acceso a la votación está condicionado tan solo por requisitos legales de ciudadanía. Tradicionalmente han existido dificultades a la hora de garantizar el voto no asistido de discapacitados visuales, pero eso es algo que una inversión modesta puede corregir (todavía hoy es imposible solicitar el voto en estas condiciones para unas elecciones municipales).

El VER complica la accesibilidad hasta límites insospechados. Si confiamos en el parque instalado de dispositivos con conectividad a Internet estaremos asumiendo una variabilidad de interfaces propia de las peores pesadillas de un administrador de sistemas. Los costes del helpdesk asociado al voto remoto (y la necesidad de que éste sea totalmente aséptico y garantice la inviolabilidad de la opción de cada votante) generarían un negocio ciertamente jugoso para muchas empresas si asumimos el mantra neoliberal de “privatizar para ser eficiente”. ¿Qué hacer con los ciudadanos que no puedan o quieran disponer de una de esas plataformas, por motivos económicos o no? Se dice, con razón, que en la actualidad no valen lo mismo todos los votos —tiene más valor un voto rural que uno urbano debido a circunstancias históricas. Un futuro con sistemas de VER no corregiría esta situación; antes bien, introduciría tensiones diferentes. Unas plataformas funcionarán, inevitablemente, mejor que otras. Los que no dispongan de acceso a la red tendrán que esforzarse más para ejercer sus derechos que los que sí lo tengan. Las previsibles subvenciones para mejorar el acceso de los colectivos más desfavorecidos tendrán efectos poco equitativos. Inevitablemente, un conjunto de empresas privadas quedarían, por fiat administrativo, en posiciones dominantes en mercados distintos del de los dispositivos de voto. Sólo podríamos paliar esto distribuyendo entre la población máquinas estrictamente capaces de canalizar votos, y nada más: algo que, a día de hoy, no existe. Algo y con consecuencias ya esbozadas unos párrafos más arriba cuando hablaba del diseño de la interfaz de voto.

Más allá de circunstancias que afectaran a diferentes colectivos, nos encontraríamos con que para poder votar, parte de la población estaría pagando de forma directa a un proveedor de comunicaciones (por el transporte de datos) y otro de bienes de consumo (por el teléfono, el PC u otro aparato). Otra parte de los votantes tendría que ser subvencionada. Una infraestructura pública de comunicaciones sería un paso a dar en la dirección correcta para implantar un sistema de voto electrónico realmente popular —del pueblo, quiero decir, por contraposición a un oligopolio de tres o cuatro empresas en supuesta competencia. Sin embargo, todas las acciones del Estado, aquí y en casi cualquier otro lugar del mundo, van inevitablemente en sentido opuesto: privatización. ¿Imagináis una democracia en la que la existencia y gestión de colegios electorales dependiera de la iniciativa privada?

LA REPERCUSIÓN PSICOLÓGICA

Ya hemos hablado de la carga adicional de confianza que tendría que soportar el común de los votantes. Esta confianza debería ser compensada, necesariamente, con un aumento paralelo de la credibilidad de las instituciones: algo que no se observa de modo natural en nuestros tiempos. Pero también hay que considerar la previsible repercusión de una trivialización del voto sobre el comportamiento de los electores. Sin embargo, yo no soy la persona apropiada para realizar este análisis: lo dejo en el aire para que otros más duchos en psicología y sociología lo recojan a partir de aquí. ¿Qué sucederá? ¿Se convertirá el voto en una actividad guiada por élites de opinión ad hoc, típicas de Internet? Como dice mi amigo Paco Arnau (@ciudadfutura):

Es imaginarme una “democracia cibernética 4.0″ y veo a opinólogos profesionales de Menéame aprobando y rechazando leyes #sudoresFríos [aquí]

No quisiera aparecer ante vosotros, después de 3000 palabras de discurso, como un ludita furibundo incapaz de ver los beneficios que el progreso tecnológico nos ha traído y nos traerá. Precisamente yo no. Creo firmemente que la democracia tiene que ser perfeccionada, que la capacidad de decisión individual tiene que aumentar y que las tecnologías de la información y las comunicaciones tendrán mucho que decir en la implementación de este ideal de mejora. Pero no actuemos irreflexivamente: abogados e ingenieros tenemos todavía que recorrer juntos un camino muy largo, con más voluntad y menos voluntarismo, hasta alcanzar ese futuro mejor para todos que quiero creer que nos aguarda.


[Fuente: Bruknerite.net]